PUTIN Y LA DECADENCIA OCCIDENTAL
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ACTUALIDAD  //  Publicado el 28 de febrero de 2022  //  20.30 horas, en Bogotá D.C.

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El “nuevo zar”, Vladimir  Putin *, se convirtió en uno de los líderes rusos más relevantes después de la crisis y caída de la antigua Unión Soviética. Fue una crisis política y económica, pero también antropológica, de autoestima, no solo de la famosa clase dirigente soviética, la “Nomenklatura”, sino además de la población sometida de manera secular no solo por el régimen de los comisarios sino desde antaño, por el zarismo tradicional y su obsesión tan feudal como autoritaria. La consecuencia inmediata del Glasnost y la Perestroika, así como de una eventual democracia al estilo occidental que pareció esbozarse con el paso por el Kremlin de Mijaíl Gorbachov y el alcohólico Boris Yeltsin, fue la desintegración del imperio que habían construido los monarcas de las dinastía Romanov y habían ampliado en influencia los soviéticos. Un imperio continental con eje en el Este europeo que se extendió hasta bien profundo el paralelo 52. El hundimiento soviético condujo a que un cinturón de territorios alrededor de lo que ha sido la Rusia clásica, en la Europa Oriental donde se encuentra Ucrania, se convirtieran en nuevos países soberanos y otros viejos, como los bálticos, que recuperaban su autonomía.

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Escribe: Rafael GÓMEZ MARTÍNEZ ** 

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Una capacidad de decidir por sí mismos de esos territorios que había sido arrebatada tanto por los zares en su momento como por los soviéticos después, estos en su parábola de más de medio siglo. Ucrania recuperó su autocontrol al proclamar su independencia en 1991. Eso en lo territorial incluía a la península de Crimea, una llave vital para la flota rusa en  su posibilidad de acceso a las aguas cálidas del Mediterráneo y de allí al Atlántico. No fue solo una independencia de varios estados, a eso se agregó un acercamiento a la Europa occidental por momentos rápidos para algunos de ellos. Para otros con mayor lentitud, evolución cerrada con la integración a la Unión Europea, y después a la alianza militar atlántica. Así lo hicieron Polonia, Hungría, Rumania, Checoeslovaquia, Bulgaria y, al final, lo intentaron Georgia y la propia Ucrania. El vuelco no era desconocido para esos países, debe recordarse que mientras estuvieron vigentes la Guerra Fría y la mítica “cortina de hierro”, la gente jamás escapaba hacia el Oriente sino en sentido contrario. La caída del Muro de Berlín hizo masiva esa corriente humana que terminó de destruir los mitos acerca de un presunto paraíso socialista.

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En la caída también quedó demolida la autorreferencia virtuosa de quienes habían sido soviéticos hasta un día antes. Desde su llegada al poder hace dos décadas, Vladimir Putin introdujo una serie de reformas políticas y económicas estructurales que incluyeron desde recortes tributarios para incentivar la inversión extranjera hasta un régimen de derechos de propiedad individual. Eso además de la cadena de privatizaciones sobre las riquezas nacionales en minería, petróleo y otras ramas de la energía. Fue el reingreso de Rusia a la economía capitalista y del consumo pleno para quien pudiese lograrlo, que generó de manera vertiginosa una oligarquía en términos de “capitalismo de amigos” afectos al nuevo régimen, y de mafias que aprovecharon la ocasión de la apertura iniciada por los aludidos Gorbachov y Yeltsin, hoy casi olvidados. Casi en un chasquido de dedos históricos, tal como también se hizo en la China de Mao a partir de Deng Xiaoping, y en el Vietnam de Ho Chi Minh, se pasó de una economía centralizada y de restricción individual “pobrista” al escenario opuesto, con el rescate del hambre ancestral y extenso de millones de seres.

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Lo que importó en el giro copernicano económico, aunque no político, fue generar riqueza, capital y ahorro. De la nada aparecieron multimillonarios como Román Abramóvich, el actual propietario del club de fútbol Chelsea. Un capitalista ruso que opera a nivel global desde la City financiera mundial que es Londres, tal como lo hacen otros ricos compatriotas de Abramóvich quienes en la capital británica tienen su mejor espacio para multiplicar sus riquezas. Un paraíso financiero para los rusos golpeado de manera grave por las sanciones que se han precipitado sobre el Kremlin, y las que vienen. Putin tiene un colchón de reserva que se estima es de un 29 por ciento del total mundial ( unos 640 mil millones de dólares) que es un soplo para una economía que no aporta más de un 30 por ciento del PIB global y que el castigo del resto del mundo podría evaporar en un lapso breve. Hoy el mundo se enfrenta a otra realidad: un conflicto bélico que plantea infinitas repercusiones tanto en lo inmediato como en el largo plazo y eso más allá de las sanciones económicas. Rusia sacó su brazo de oso para defender lo que supone suyo.

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Desde la Segunda Guerra Mundial y sin olvidar que en el paréntesis de la llamada Guerra Fría fueron golpeadas Hungría y Checoeslovaquia por los tanques, Rusia peló la garra para afirmar lo hecho hace ocho años en Crimea y en el Donbáss ucranianos. Es el paneslavismo pleno, que invocó Putin en uno de sus metarrelatos. sincrónico con la invasión al vecino, y de la  misma manera como lo hizo Alemania con el pangermanismo, en la víspera del conflicto universal en el que los teutones sucumbieron. En el mismo ritmo pero con discurso opuesto están los Estados Unidos y Occidente en general, que permanecen sumidos en una profunda crisis moral en la que parecieran no saber qué, ni cómo responder más allá de lo económico. Es una cierta anomia extensa frente a un líder como Vladimir Putin, quien surgió de la inflexión y pérdida de autoestima que le dejó a Rusia el fin de Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín, justo cuando el nuevo zar se encontraba en el lado oriental de la capital alemana, como un joven agente de la KGB y fue testigo  directo del desastre para su patria

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Putin apareció después como el salvador de una Rusia en desgracia por la cuenta de más medio siglo de políticas económicas centralistas, que llevaron a una ruina completa a un país que se hizo grande en una larga historia  de sufrimientos. La Otan es parte de la crisis señalada y es la alianza militar a la que fue llevada Colombia bajo el gobierno amoral de Juan Manuel Santos. Este organismo multilateral de defensa no moverá un dedo por un país democrático como Ucrania que aspiraba a integrarse de manera plena a los países occidentales. Hoy el pueblo ucraniano se defiende solo y está solo, tal como lo afirmó el presidente Volodímir Zelensky. Se sabe que Angela Merkel le prometió al Kremlin que la Otan no iria más allá de los límites a donde ya había llegado luego de los pactos de París, firmados por la apocada Rusia en retirada de la década del 90. Lo más grave en lo que acaba de precipitarse en la semana que concluyó, es que las mentiras de Occidente son parte de las causas del conflicto en desarrollo. Un desequilibrio por hegemonías que podría extenderse de manera impensada e incontenible a las otras zonas de tensión y fricción geopolítica mundial.

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Eso a partir de la posibilidad de ingreso en la confrontación de una Bielorrusia aliada del oso y de su garra, también con gobierno autoritario como es el de Aleksandr Lukashenko. Así, lo que hasta ahora está limitado a Ucrania podría expandirse. Una de las áreas en guerra suspendida desde 2008 y que podría volver a encenderse es la de Georgia, Osetia y Abjasia, e incluso Armenia. Una zona inmediata a lo que ahora arde, por razones similares a las de Ucrania y con intervención anticipatoria de Rusia, en ese tiempo. Aunque también podría derivar a otros escenarios de máxima tensión y listos para abalanzarse sobre el otro porque, ya se sabe, las grandes potencias lo hacen con total sentido de la impunidad. Así como lo hizo Estados Unidos sobre Irak y ahora Rusia sobre el vecino que lucha, sin importar que en un caso hubiese un dictador y en otro estuviese afirmándose una democracia. Hasta Suiza ha quebrado su tradicional neutralidad, como ya lo hizo también Suecia ante la amenaza del Kremilin. Las mentiras de la épica de Occidente en esta era de Joe Biden pueden hacer que se extienda la contienda a lugares distantes donde la tensión está siempre a punto del desborde como Taiwán frente a China, las dos Coreas e incluso Colombia y Venezuela (aresprensa).

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* El calificativo de nuevo zar lo pergueñó Steven Lee Myers, de la redacción moscovita del New York Times

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** El autor es columnista de análisis político. Es además docente universitario en Bogotá D.C.

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