EL SILENCIO DEL ARZOBISPO
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Para muchos, los abusos sexuales de algunos clérigos y religiosos en el seno de la Iglesia Católica han sido el mayor escándalo para la institución en los últimos años. Esto le causó enormes daños en su prestigio y, por ello, uno no puede dejar de preguntarse: ¿por qué se calló el entonces arzobispo Joseph Ratzinger, encubriendo así a algunos de sus sacerdotes?; si bien es cierto que la pederastia es en sí un hecho reprochable y condenado por la ley penal, lo peor para la Iglesia ha sido el encubrimiento que tuvieron esos hechos por parte de miembros de la jerarquía. Sobre todo cuando quedan señaladas personas que se consideran consagradas al servicio de la religión.

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Escribe: Jorge Aurelio DÍAZ *

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Por otra parte, es difícil pensar que un teólogo eminente y un jerarca católico que luego llegó a ser el Pontífice de la Iglesia hubiera obrado así por no considerar que los hechos eran graves y debían merecer el debido castigo. Entonces, ¿por qué no solo él, sino otros jerarcas católicos optaron por encubrir a los pederastas y tratar de que los hechos no salieran a la luz pública? Creo que para responder esta pregunta hay que retroceder en el tiempo y nada menos que hasta el siglo XVI. No olvidemos que el tiempo, en una institución tan antigua como es la Iglesia Católica, no se cuenta en años, sino en siglos.

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En ese entonces la Iglesia Católica pasaba por uno de sus peores momentos, no solamente por la corrupción que había invadido a no pocos de sus miembros, inclusive hasta las más altas esferas, sino por la división que había estallado con la rebelión del monje agustino Martín Lutero y la consiguiente excomunión por parte del Papa León X (1520). Fue entonces cuando el Pontífice Paulo III decidió convocar un concilio o reunión de los obispos para deliberar sobre cuestiones concernientes a la institución y a sus doctrinas.

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El llamado Concilio de Trento o Concilio Tridentino se desarrolló entre los años 1545 y 1563, en dicha ciudad al norte de Italia, y constituyó un verdadero acontecimiento de enormes consecuencia históricas. Se podría muy bien decir que sus decisiones, logradas luego de largos y complejos debates en difíciles circunstancias, llevaron a cabo lo que bien cabría llamar la obra más grande de reingeniería social que se haya conocido. Porque en relativamente poco tiempo la Iglesia Católica pasó de ser una institución en profunda crisis y a punto de desintegrarse, a convertirse en la organización trasnacional mejor organizada que se haya conocido. Las decisiones tomadas por el Concilio, tanto en lo concerniente a las doctrinas como a la administración, tuvieron una eficacia tal que lograron lo que parecía imposible.

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Pero ese innegable logro, además de sus excelentes resultados, tuvo igualmente consecuencias negativas para la institución. Porque, como resulta casi natural, cuando una institución logra alcanzar el nivel de organización y de articulación que cabe reconocerle a la Iglesia Católica, corre el peligro, casi inevitable, de terminar poniendo el mensaje en función de la misma institución. En otras palabras, la organización institucional llega a ser tan poderosa y efectiva, que termina convirtiéndose en el objetivo mismo por el que se vive en ella. De modo que los jerarcas católicos han llegado a sentir una admiración y aprecio tan grande por la institución a la que sirven, que consideran que no hay que escatimar esfuerzo alguno por conservarla, salvaguardarla y defenderla.

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Esto, creo yo, fue lo que le sucedió a la Iglesia Católica: que por salvaguardarla y para evitar todo lo que pudiera causarle desprestigio, algunos jerarcas, incluido el Arzobispo Joseph Ratzinger, consideraron que debían ocultar los casos de pederastia por el daño que podría significarle a la institución si estos se dieran a conocer. Solo que, como dice el adagio, “les salió el tiro por la culata”, y ha sido precisamente ese encubrimiento el que mayor daño le ha venido causando a la institución.

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Por defender el prestigio de la Iglesia no dudaron en encubrir los casos de pederastia, aunque ello no se compaginaba con la doctrina a la cual dicha institución dice servir. Ahora bien, hay que reconocerle al Papa Francisco que, tratando de sortear todas la dificultades que ello le implica, ha reconocido humildemente lo sucedido y ha tratado de enmendarlo, en la medida de lo posible. Pero lo importante para la Iglesia es que se logre realmente revertir los términos, de modo que la institución esté al servicio del mensaje y no a la inversa. Solo así logrará recuperar la credibilidad que tanto ha perdido en los últimos años (aresprensa).

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VÍNCULOS : LIBRE EXPRESIÓN, MUERTES Y AMENAZAS  //  FRANCISCO EN LA BOCA DEL LOBO 

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* El autor del artículo es doctor en Filosofía de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y Profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia.

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