BRASIL: HORA DE LA VERDAD
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ACTUALIDAD //  DOXA * // Publicado el 30 de septiembre de 2022  // 11.45 horas, en Bogotá D.C

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Nada está escrito a priori, aunque parezca que sí. Jair Bolsonaro no ha sido derrotado de antemano no obstante que su estilo presidencial no sea de la simpatía de muchos, quizá de la mayoría, y con sobradas razones. La exaltación de imaginarios autoritarios ha sido una constante en la gestión del actual mandatario brasileño. Su rival en la intención de arrebatarle la presidencia, Luiz Inácio Lula da Silva, lo sabe y este veterano zorro de la izquierda, no solo brasileña sino regional, tiene claro que nada puede anticipar, antes del inminente 2 de octubre. Existe en muchos entusiastas dentro y fuera del Brasil una apresurada sensación de éxito y de triunfo inapelable que acompaña algunos pronósticos intuitivos sobre el resultado probable de las urnas en el país de herencia lusa. Bolsonaro ha hecho en muchos tramos de su gobierno lo suficiente como para desalentar a no pocos de sus votantes. Esos que le dieron un triunfo inesperado hace 4 años, uno antes de la pandemia. Bolsonaro no tuvo empacho en meter la pata de manera repetida durante una tragedia que castigó a Brasil de manera amplia, tanto más que a otros países: unos 700 mil muertos dejó a los brasileños como saldo el paso de la peste. A pesar de ello en este último tramo del año que corre el criticado y a veces grotesco presidente del Brasil ha sumado puntos en lo que hasta no hace mucho fue una maltrecha popularidad. Las encuestas al cierre de campaña le otorgan un vuelco estadístico que podrían hacer pensar en otra sorpresa, como ya ocurrió en la anterior elección presidencial. Esto es, la posibilidad de que Bolsonaro permanezca en el Planalto.

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La razón del cambio es diversa. Hasta no hace mucho el electorado del gigantesco país sudamericano parecía inclinado de manera irreversible por el popular y bien recordado candidato de la izquierda. Brasil ha pasado los estados alterados que dejó la pandemia y se encuentra en plena recuperación de sus datos económicos y de producción. Su inflación es baja, tanto como para mirar con sorna a su otro vecino más importante, la Argentina. Mientras los rioplatenses sumarán al final del año una cifra quizá superior a los tres dígitos, los brasileños apenas rozarán al 10 por ciento anual y en baja. Un escalón dramático para los argentinos, casi de escándalo, pero de calma para los brasileños. Bolsonaro aprovecha bien el desquicio administrativo, político y social que rodea a los Fernández en Buenos Aires y no deja de señalar qué es lo que le depararía a Brasil un nuevo gobierno de las izquierdas. De esta manera trata de inclinar en maniobras de última hora la balanza electoral en su favor. No le faltan razones para tratar de asustar a los brasileños si se suman los ejemplos de Venezuela y Nicaragua, e incluso el Chile del debilitado Gabriel Boric.

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Pero todo el mundo sabe que Lula tiene otra madera, tal como lo entiende ese aliado del candidato que busca reemplazar al actual presidente: Fernando Henrique Cardoso. Este brasileño, también ex presidente, sabe que este Lula no es un “retroprogresista”, tal como ha definido el propio Cardoso a la izquierda irredimible y autoritaria que se encuentra en el gobierno de otros países vecinos. En otras palabras, Lula no pretendería implantar en su nación auriverde una anomalía autoritaria de la democracia, tal como existen en Venezuela y la propia Argentina. La izquierda del candidato desafiante por llegar de nuevo al palacio de gobierno en Brasilia jamás se comprometería con medidas violatorias de los derechos humanos ni en crímenes de lesa humanidad, tal como sí ocurre en los regímenes que encabezan Nicolás Maduro y Daniel Ortega. Si venciera Lula en la liza bien se sabe que el nuevo ocupante del Planalto no traería el espanto en su mochila. Frente a esa circunstancia evidente debe señalarse que Bolsonaro hizo demasiado contra su propio gobierno y capital político.

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Apoyar a Donald Trump en sus desvaríos autoritarios, que incluyeron el desconocimiento del vencedor en las elecciones que lo desplazaron de la Casa Blanca, fue uno de ellos. La clase política brasileña y los propios anuncios del mandatario ahora en aprieto electoral teme una salida semejante a la ocurrida hace un año en Washington con el presidente norteamericano, aunque sea difícil en el Brasil de hoy imaginar siquiera la eventualidad de un golpe de estado “blando”. También fue un dislate en contra de sí mismo la manera como Bolsonaro manejó la tragedia pandémica, de manera abierta y ante su propia gente, con todas desgracias que esta le trajo a ese pueblo. No debe olvidarse que el presidente trató a la peste como un simple “gripinha”, mientras los cadáveres se amontonaban en los cementerios de Manaus y conglomerados urbanos de la importancia estratégica, como São Paulo, por citar solo dos ejemplos. Si solo se suman esas dos circunstancias citadas no cabe duda que Bolsonaro debería pagar caro los desfases, pero muchos locales han olvidado esos antecedentes y la nueva cara de la economía les alegra la vida de sobrevivientes.

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El fundamentalismo contra la izquierda le ha servido mucho a Bolsonaro pero el propio fundamentalismo a secas no. Una visible actitud blanda ante el autoritarismo que campea en no pocos países del orbe juega en su contra. El desdén sumado ante el agresor en la guerra de Ucrania condena a Bolsonaro, de la misma manera como no pocos critican de manera acerva la actitud también blanda del papa Francisco ante el desmadre institucional que ocurre y amenaza a la Argentina. Son situaciones que parecen distantes entre sí, pero que están relacionadas. La entente dislocada de los Fernández espera que sea Lula quien gane en los comicios brasileños pues en Buenos Aires eso se considera una bocana de aire fresco y una esperanza para las elecciones presidenciales argentinas del año que viene. Los números de la economía que favorecen las aspiraciones del presidente Bolsonaro se acrecientan en el marco de un estancamiento generalizado, sufrido durante el último lustro, con las consecuencias de la pandemia incluidas. En ese cuadro no debe olvidarse que el hambre afecta en Brasil a un 20 por ciento de la población.

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Eso, al tiempo de una inseguridad sigue erosionando la tranquilidad de las grandes ciudades brasileñas. Todo en contra de reiterados anuncios de reducir la criminalidad “manu militari” y de la existencia de ciertos grupos de justica privada hasta no hace mucho atípicos en el Brasil actual y de cuya existencia hay comentarios que señalan que no serían ajenos los amigos del actual gobierno. Se trataría de grupos de choque contrapuestos a las grandes mafias vinculadas con el narcotráfico, cuyas redes alcanzan a los países vecinos. Estos factores de desvelo en la última hora también le quitan el sueño y por igual, a ambos candidatos. Si el abanderado de la izquierda brasileña no alcanzara sus objetivos en esta primera vuelta, o en la segunda que se celebraría antes de finalizar octubre, se caería la vieja aspiración de Lula por constituir un “poder suave” regional con algunos de sus vecinos y capaz de hacer fuerte el pulso con las hegemonías planetarias hoy en disputa global y mostrándose los dientes, mientras ucranianos y rusos se dan dentelladas. Se trataría de una suerte de Unasur rediviva, pero sin Venezuela y Chile (aresprensa).

EL EDITOR

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Septiembre de 2022

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*La columna Doxa expone la posición editorial de la Agencia de prensa ARES

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VÍNCULOS : EL CHILE CALIENTE DE BORIC  //  COLOMBIA: LA SUBVERSIÓN PEGA DURO  // ARMAS NUCLEARES EN EL ATLÁNTICO SUR

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