ARMAS NUCLEARES EN EL ATLÁNTICO SUR |
ACTUALIDAD // LA TERCERA OREJA // Publicado el 31 de marzo de 2022 // 21.50 horas, en Bogotá D.C.
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MALVINAS: UNA GESTA INCONCLUSA IX
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Al desclasificarse algunas semanas atrás archivos parciales sobre la actuación de los británicos en Malvinas se corrieron velos sobre graves decisiones que vuelven a poner sobre la mesa un aspecto básico de esa confrontación: hasta dónde pensaba Margaret Thatcher llegar en caso de que las tropas del imperio hubiesen corrido el riesgo de ser derrotadas, como en efecto lo estuvieron en el tramo final del conflicto. Los principales buques llevaban armas nucleares, por si acaso, y aunque se diga que no pensaban usarlas en territorio continental de América del sur, nada lo garantiza ni en ese tiempo, ni antes, ni ahora. Para eso están esas armas como cualquier arma y así ha sido siempre. Debe quedar claro. Quien hace una vez un amago con este tipo de equipo ofensivo lo hará mil veces en el presente y en el futuro, aunque en la mesa diga que es solo para la disuasión. O peor aun que lo nieguen, como ocurrió en este caso hasta que se conocieron los archivos de referencia. Lo cierto es que en los días finales, sobre todo entre los dos ejércitos, nada estuvo definido hasta el último minuto de combates en la madrugada del 14 de junio de 1982. En ese momento los británicos ya estaban escasos de parque y no contaban con elementos tácticos como helicópteros para sostener la lucha. Unas horas más de batalla y los soldados que reocuparon las islas se hubiesen quedado sin material de apoyo para sostener la batalla. Si bien esta conclusión es contrafáctica lo cierto es que lo dramático de los combates finales estuvo enmarcado en ese otro drama del límite de la capacidad logística y operacional de los británicos. Eso lo dijeron algunos de los propios comandante de las tropas que reinvadieron las islas, al señalar en libros y declaraciones que aquello no fue un paseo militar para ellos y en más de una oportunidad estuvieron a punto de rendirse ante los argentinos.
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Lo cierto es que por estos días el mundo, que sigue en alerta por el desarrollo de la situación militar en Ucrania puede tener claro que la posibilidad de uso de las armas de destrucción masiva está sobre la mesa, no solo ante la disputa eventual entre grandes potencias, sino también cuando estas están en una situación militar difícil como lo es la que enfrenta Rusia en el país que invadió. Es cierto y se ha indicado con reiteración que la señora Margaret Thatcher no descartaba recurso alguno para tratar de doblegar a su enemigo de la hora y eso no obstante las advertencias de su aliado carnal: Ronald Reagan. El presidente norteamericano le había exigido a la Primera ministra de Gran Bretaña no atacar el continente y tampoco usar armamento estratégico no convencional. Para afirmar la hipótesis de un uso posible de los artefactos nucleares que llevó al Atlántico sur la Fuerza de Tareas del ocupante europeo de las islas, baste señalar que en su alianza de coyuntura con Chile le permitió pulir su asedio y desgaste de las fuerzas argentinas, sobre todo de la fuerza aérea, así como de la aviación naval, que tuvieron un papel determinante en la erosión de la Task Force que envió Londres al Atlántico Sur.
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Por ahora se sabe que los buques que durante la confrontación alrededor de las islas portaron esos ingenios estratégicos y de destrucción masiva, fueron: el portaaviones “Hermes”, su similar el “Invincible” y el auxiliar “Regent”. El total de dispositivos en estos tres buques de gran calado fue de 31. ¿Cuántas hubiesen usado si hubiesen estado en riesgo concreto de ser vencidos?, como en verdad lo estuvieron. Ese sí sigue siendo uno de los grandes misterios de los hechos bélicos que se encadenaron en el Atlántico sur hace cuatro décadas. Pero hubo otros que señalan los riesgos de mayor espesor que tuvo el mundo en aquellos días y marcan en proyección el presente. El “Invincible” fue atacado y averiado al promediar el conflicto y eso se conoce no solo por los testimonios de la Argentina, que los británicos hasta hoy no han reconocido. Ello a pesar de que el portaaviones no retornó a la metrópoli con el resto de la flota diezmada por la aviación argentina y sí lo hizo muchos meses después remozado y bien pintado. Hay pocas dudas de que el mutismo y negación de Londres tienen una razón sólida, entre otras, en eso de las armas nucleares a bordo y los peligros extensos al respecto.
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Lo revelado se despeja por el hecho de que si hubiese sido hundido el buque de envergadura mayor, atacado por aparatos de la Aviación Naval y la Fuerza Aérea, ¿cómo hubiese podido asumir Londres la responsabilidad de unos dispositivos como esos en el fondo del mar y liberando radiación?; un escándalo mundial con escasas posibilidades de remediarse en un espacio marítimo que en esa zona tiene unos 4 mil metros de profundidad. Hubiese sido demasiado para Gran Bretaña y para la Otan. No debe olvidarse que la confrontación entre argentinos y británicos se desarrolló en tiempos de plena Guerra Fría entre Occidente y el bloque oriental, con la Unión Soviética a la cabeza. Si se trazase un paralelo en asimetría sobre lo ocurrido hace cuatro décadas en los mares del sur y la actual confrontación entre Ucrania y Rusia, no puede pasar inadvertido lo que significa para el mundo la eventualidad de centrales nucleares contaminando el aire y el suelo, de la misma manera como la amenaza latente de que el conflicto con armas clásicas derive en un enfrentamiento extenso y con poder de armas estratégicas de destrucción masiva.
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Lo anterior señala al tiempo dos aspectos de imprevisible deriva en el devenir de estos pueblos. Eso es la eventualidad de que tanto la Argentina como el Brasil decidan preparar también sus dispositivos de defensa nuclear, dado que ya se conoce como hipótesis, que en el archipiélago que reclama la Argentina desde hace casi dos siglos hay armas nucleares, aunque ello se niegue tal como se hizo en tiempos de Malvinas. Eso de la sordidez británica en tan grave tema es una amenaza lisa y llana contra toda la región. Se cumplirá en el inicio de abril, el aniversario 40 de la acción militar de recuperación de esas islas del Atlántico Sur, por parte de la Argentina. Lo que se conoció de manera clara hace pocos días, vuelve a poner en cuestión de manera descarnada y en cadencia de duda la sinceridad de Londres en su vocación de paz para la región, en particular cuando se sabe de las relaciones que tiene con países como Colombia y Chile, que son considerados como aliados de los intereses británicos en la región, ponen de relieve un afán avieso de conspiración para dividir la defensa de Iberoamérica. Eso ha sido siempre así y a lo largo de la historia, desde antes y sobre todo a partir de la independencia.
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Por ahora, la conmemoración del aniversario 40 de la gesta de las fuerzas armadas argentinas trae a la memoria el pundonor militar con que se batieron los sudamericanos para afrontar el ataque del invasor para forzar la recuperación del territorio colonizado. Esa capacidad para rechazar lo que los británicos supusieron sería un paseo militar y fue para ellos un desastre en pérdidas que siguen ocultando, produce un temor represado en los colonialistas. Tan represado que los obliga a pensar sobre la determinación de los sudamericanos al respecto. Eso es así porque de la misma manera que en Europa el uso de armas nucleares tácticas rusas sobre Ucrania afectaría de manera irremediable a todos los europeos, es lo mismo para el caso para esta parte del mundo. Brasil siempre ha sido taxativo sobre la presencia en cercanías de Sudamérica de fuerzas militares extracontinentales. Ni siquiera considera la cercanía en sus fronteras de soldados de los Estados Unidos. Es fácil comprobarlo: para respaldar el proceso colombiano de desarme de las Farc exigió el retiro de esos soldados de las bases colombianas. Antes, cuando los franceses enviaron un avión con uniformados galos para el rescate de la secuestrada Ingrid Betancourt, los sacaron de Manaus de una oreja. Nadie puede imaginar que les agrade la presencia de británicos en Malvinas (aresprensa).
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