PASARELAS Y GUERRA
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HEDONISMO  //  MODA  //  Publicado el 14 de marzo de 2022  //  20.22 horas, en Bogotá D.C.

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El mundo europeo celebró entre los últimos días  de febrero y los primeros de marzo dos eventos fundamentales y tradicionales  de la moda: las semanas de Milán y de París. Se realizaron con tranquilidad mentida ante lo que se precipitó a sus espaldas, en el oriente europeo, allá donde hasta hoy y hacia lo inmediato se combate con fiereza de un lado y otro. La moda es un analgésico contra la angustia que aumenta. a medida que una guerra que pretendió ser una Blietzkrieg por parte del invasor se prolonga con gran riesgo de desborde. Pero algo de distracción hedonista en medio de la tragedia es un paréntesis que engancha con la experiencia de celebrar la posibilidad de la paz y la vida. Una semana después del cierre de las pasarelas de Milán que hicieron alusión a lo que ocurre en Ucrania, se desarrolló el encuentro en París. Esta otra es también una de las más significativas de esta manifestación secular y de modernización que es la moda, referida desde su aparición al final de la Edad Media a la exaltación de la belleza del cuerpo y sus complementos: el vestir y la indumentaria en complejidad de elementos que la complementan. Esta última manifestación comenzó el último día de febrero y se prolongó hasta el día 8, vale decir hasta mediados de la semana pasada. En el acontecimiento de la ciudad italiana Giorgio Armani presentó su colección sin el acompañamiento musical que es propio de este tipo de convergencias. El afamado diseñador lo hizo en rechazo a lo que ocurre en ese corazón de Europa, ahora  ahogado en sangre. Ahí, en ese granero donde se acabó de nuevo la racionalidad moderna y su aspiración de priorizar la vida con su eventual disfrute, como posibilidad única e irrepetible de los individuos organizados  en sociedades democráticas.

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Lo hecho en la urbe italiana por Armani fue un destello escaso pero suficiente como rechazo a la barbarie que se desarrolla sin piedad contra un pueblo y eso dice mucho del diseñador y de lo entrelazados como opuestos que están la moda y la guerra en un espacio como el de Europa, donde nació una de estas condiciones sustantivas de la civilización occidental y donde se perfeccionó el holocausto ilimitado, porque eso es la guerra.  El mercado, que es parte transversal de la industria que soporta a la moda se encontró en el cruce de Milán con la  fusión en diseño entre Gucci y Adidas, con la propuesta Street style de unir las prendas de los italianos con los sellos deportivos de los alemanes. Nada extraño en la posibilidad de encuentro entre dos aspectos ligados con la visión contemporánea que conjuga trabajo y deporte. Ambas con su carga de mito tanto como de leyenda en lo que hace a los protagonistas de la dos formas de puesta en escena: el  evento deportivo en cualquiera de sus expresiones y los divos y divas que en el diseño y sobre la pasarela construyen sus relatos ligados con el consumo ineludible.

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Eso último, el consumo, como corriente que desde la ideología descalificante llama alienación y la visión pragmática y utilitarista de la Modernidad llama umbral de felicidad. Si Hegel alguna vez afirmó que el progreso es “avanzar conservando” y si  hubiese estado presente en este espacio de Milán, quizá hubiese podido afirmar que la propuesta del francés Matthieu Blazy siguió la afirmación del pensador alemán, pues sus diseños para Bottega Veneta, con un relato de moda atemporal, acudió a los clásicos jeans y abrigos tradicionales, con resaltado en los zapatos y los accesorios de toque artesanal. El revival no fue lo único que se vio estas jornadas de Milán y el impacto del mensaje Armani dejó su impronta de comentarios pertinentes en algo tan distante de la tragedia como lo es esto del despliegue de nuevos diseños, en tanto puesta en escena de lo donisíaco actualizado y para nada cercano a lo que Nietzche llamó el “origen de la tragedia”.  El enganche de lo clásico con la alusión romántica de lo artesanal fue considerado un acierto en tiempos en que la diversidad y cierto retorno al pasado juegan con el presente.

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Por ejemplo, la tragedia de Ucrania está vinculada con la visión mesiánica de Vladimir Putin y articuladas con el pasado imperial tanto de la Rusia monárquica como de la soviética. Y lo que allí es drama y exaltación dionisíaca de la muerte aquí, en Milán, fue afirmación de la vida. Ni siquiera aquel que dijo antes de su demencia que “Dios ha muerto”, hubiese descrito lo que se ve ante el mundo entre ambas pulsiones vitales, opuestas con tanto rigor en el mismo territorio, Europa. Esa es la realidad vigente que ambos escenarios, París y Milán, apenas vislumbraron en estas dos semanas de la moda en secuencia y a la vista de una humanidad estupefacta, porque la contienda y sus consecuencias podrían ampliarse  Las aprensiones no son solo por lo que se ve sino por lo que se recuerda en el Viejo mundo. Las imágenes que se han visto y se siguen viendo de  la Segunda Guerra Mundial se articulan con los recuerdos que aún están en condiciones de relatar una y otra vez tíos, padres y abuelos que vivieron aquellos años. Desplazamiento masivo, fracturas familiares y niños sin horizontes se ven de nuevo en los caminos europeos.

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La Semana de la moda parisina, casi a continuación de la cita en Milán, no tuvo un entorno diferente al que rodeó el evento previo. Fue lo mismo pero más delicado en angustias porque allí hubo un presidente, Emmanuel Macron, desesperado en esfuerzos para detener el desangre ucraniano y la potencial amenaza a toda Europa, en comunicación e infructuosa con el presidente Vladimir Putin. La suerte estuvo echada desde el inicio y no fueron suficientes los avisos de que lo que pasaba en la frontera entre el potencial invasor amenazante y la víctima, Ucrania, iban en serio. Lo demás sigue en desarrollo, al igual que el peligro en ciernes para quienes fueron ciegos cuando pudieron haber puesto en orden y a tiempo la sangría en marcha. Los pasos de las modelos sobre las pasarelas de París siguieron en la celebración de ese mundo hedonista que ya no podía ser el mismo por lo que estaba ocurriendo en la espalda oriental. Aunque nada, por ahora, alterará la continuidad de la masacre en suelo ucraniano, y en la otra parte del territorio continental la vida que fue normal ahí sigue, como si el cristal de la paz no se hubiese roto.

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Porque nadie tiene ojos en la espalda, y no se ven las cosas cuando no se quiere ver no obstante que pueda escucharse el ruido y los lamentos que se encadenan en la retaguardia de una civilización que quiere seguir pensando que la felicidad construida persiste a despecho del vendaval de la guerra. En la capital francesa solo Balenciaga hizo alusión a lo que pasaba en el patio interior y trasero de Europa, en tanto que el diario El País de Madrid tituló que en este espacio del glamour estaba vedado pronunciar la palabra “guerra”. Quizá en tal ambiente el vocablo que convoca a la masacre produce un asco negador. Pero debe recordarse que también en la víspera italiana fue un solitario Armani el que tuvo lenguaje y valor para referirse a esa otra realidad opuesta. Si esto fue así ahora, no estaría demás que algún diseñador hiciera en sus creaciones una alusión a la actitud del avestruz cuando está en peligro. Mientras se desarrollaba el andar de las y los modelos en las  pasarelas parisinas, las grandes tiendas y marcas del vestir cerraban en las grandes ciudades rusas como un placebo inofensivo ante la magnitud del drama (aresprensa).  

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