INTELIGENCIA Y DESINTELIGENCIAS II |
ACTUALIDAD // Publicado el 07 de mayo de 2020 // 12.30 h
El rebrote con un escándalo más por las carpetas abiertas en la inteligencia del Ejército a una miríada de personajes de la vida colombiana, produjo el consabido ruido que se renueva al infinito. Las olas de denuncias que no son nuevas es posible que persistan cuando todo parezca volver a la normalidad. Parezca porque en un país normal las cosas en general son y no parecen, pero en América Latina, tal como lo señala su literatura, la realidad tiene manifestaciones alternas superiores a las de la lógica inferencial. Tampoco es nuevo el desgarre de vestiduras desde las fuentes oficiales: nadie es jamás culpable de algo y ya se sabe quiénes pagarán los platos que rompe el amplio frente denunciante, en cada secuencia de lo ya sabido.
Escribe: Rubén HIDALGO
Las cabezas de ese frente también son más que reiterados en pantallas, micrófono y palabra escrita: el señor Roy Barreras, y sus socios de denuncias encadenadas: Iván Cepeda y Antonio Sanguino, por mencionar solo a tres. En lo internacional, el señor José MIguel Vivanco se mantiene vigente con lo mismo, entre otros. No son tantos como aparecen pero hacen ruido y siempre hay ingenuos y de los otros, para hacer el eco tan suficiente como necesario, a veces, para fines no siempre confesados pero evidentes. Un detalle que se ha pasado por alto en tanta mediocridad de análisis y rapidez para el dislate informativo y rasgadura de vestidos sobre el caso de marras, es el hecho de que cualquier organismo de contrainteligencia existe para investigar a los propios, desde la propia inteligencia hasta las instancias máximas de control civil. Eso está vigente para cualquier estado, desde el fondo de la historia. Debe reiterarse, nada de esto es nuevo. Lo mismo ocurre del otro lado: ahí está el ministro de Defensa, cara relativamente nueva en el cargo pero con similares consideraciones públicas que se le vieron el anterior.
Junto con él están los rostros de los noveles protagonistas de la cúpula militar, porque los que salieron hace pocos meses cayeron por consecuencia de la denuncia previa que ahora repite guión, al terminar el año pasado. El tema, vaya sorpresa, es el mismo y recurrente hasta el agotamiento salvo para los denunciantes. En estas circunstancias del plano local pocos se preguntan el porqué de organismos como la Cia, el Fbi, el MI5 y el 6, para los británios, o el Mossad o lo que fue la Side en la Argentina, que no tuvieron ni tienen empacho para vigilar y seguir los pasos incluso a presidentes y a sus entornos. Ni hablar de países que se suponen más serios en sus esquemas de vigilancia de amplio espectro para garantizar la seguridad del Estado, no necesariamente la del gobierno de turno. Nadie parece ya recordar lo ocurrido con el presidente John Kennedy y con su hermano “Bob”. Tampoco lo sucedido con el británico primer ministro Harold McMillan en el caso Profumo, todos allá por los lejanos 60.
Debiera imaginarse que además ocurre algo así en dictaduras como la de China o en la autocracia rusa, por no citar otras más cercanas. Al respecto no deben caber dudas: ocurre tanto en las democracias fuertes, como quedó señalado, y en las otras. La razón es sencilla: esa, como en el caso del escorpión sobre el lomo del elefante que cruza el río, es la naturaleza de la inteligencia. Los escándalos actuales, por lo que ya se sabe sin dudas, deben hacer suponer que son la espuma de algún interés de facción o individual y de grupos con identidad clara de facción, que no excluyen los institucionales. La inteligencia debe anticiparse y prevenir para aportar en la toma de decisiones y también es parte de su naturaleza el realizar operaciones encubiertas. Este último predicado es esencial para cualquier ente de inteligencia que tenga autoestima. Es por eso y tal como lo dice la famosa serie de televisión de los 60, convertida en un continuo cinematográfico en los últimos años, que se deben cumplir con frecuencia misiones imposibles o para nada aceptables por parte tanto de protagonistas como de los presuntos bien pensantes.
Es por eso además que, con frecuencia, el agente asignado a una misión debe primero aceptarla por los riesgos que ello entraña y debido a que se ejecutan sobre los límites de la ley que cubre a cualquier ciudadano, soldado y Estado. Dentro de ese cuadro no siempre la autoridad a cargo puede responsabilizarse de lo que hace el encargado y casi siempre esos agentes tienen “licencia para matar”, no siempre dentro de los límites del derecho penal. Esto de la cinematografía no supera a la realidad. Dura realidad, que es la única verdad por la naturaleza ya señalada de la actividad que realiza la inteligencia. Lo demás es histeria ha veces justificada, pero no siempre cuando el grito en el cielo enmascara la eventualidad de una alianza no descartable con quien de manera abierta está por fuera de la ley y aspira a la disolución institucional. En tanto que, por el otro lado, está de por medio el interés de la sociedad que se pretende y se ha jurado defender, ante enemigos reales o sospechados.
Lo anterior es razón básica que no se puede ignorar, porque a veces esos enemigos operan a cara descubierta y sin que tengan obligación, incluso en derecho, de revelar sus verdaderos fines. Hace algunos años, cuando el Das colombiano fue requerido por los organismos de control debido a que algunas de sus actividades y no pocos de sus operadores y responsables se habían pasado de la raya, se requirieron las carpetas de lo que fue la “inteligencia estratégica” que incluía a los agentes colombianos encubiertos en Managua, Caracas y Quito, nada menos. Unos pocos datos sobre el punto quedaron en poder de los funcionarios del allanamiento y quienes hacían labor de inteligencia residentes en las capitales nicaragüense y ecuatoriana lo pagaron caro. Es por eso que resulta ahora sugestiva la algarada sobre lo mismo que se hizo a fines del año anterior. Es por eso, que resulta inusitada la salida a la defensiva de las autoridades que en la coyuntura aparecen como débiles, timoratos y lábiles, ante la ofensiva que persiste y se supone que continuará.
Tal embate aspiraría a profundizar eventuales fracturas y credibilidad de la administración vigente, en medio de una emergencia mayor como la que se vive. Si se mira con atención lo publicado y sus repercusiones, debe observarse que los detalles de los “perfilados”, vale decir de sus carpetas ahora expuestas a la vista pública, apenas muestran datos que, a duras penas, van más allá de los que exigiría la autoridad de registro de identidad para cualquier ciudadano local, o de un residente extranjero. El trámite para un abrir una simple cuenta de ahorros suele ser más exhaustivo. A partir de allí comienza a crujir la credibilidad del informe y de las fuentes de la publicación que abanderó las denuncias, que parecen más bien responder a un encargo político de una administración previa e incluso a una excrecencia de las fisuras que dejó en las fuerzas armadas colombianas el trámite de desmovilización reciente de una de las facciones subversivas, llamado de manera oronda “proceso de paz”, con sus irritantes remanentes de impunidad, además de lagunas y océanos de dudas y secuela.
Entre la ley para todos y la naturaleza, metas y propósitos de la inteligencia, quedan zonas grises de difícil solución para una democracia o incluso fuera de ella. Podría señalarse que en circunstancias puntuales pueden llegar a ser antitéticas entre la natural exigencia de respeto a los derechos y la exigencia de seguridad del Estado. En el marco de tensiones y confrontaciones asimétricas tanto en lo interno como en la geopolítica inmediata que afronta Colombia, las circunstancias determinan la pertinencia del espacio y el “objetivo” individual de la inteligencia, haciendo abstracción de otras consideraciones aunque sin ignorarlas y entendiendo que una coyuntura táctica no puede confundirse con la obligación estratégica, como lo es el respeto por la ley y las consecuencias que podrían sobrevenir si no se atendiese el límite de la normativa. En el complemento debe señalarse que para asegurar la pervivencia del Estado vale tanto el derecho para todos como el hecho de que nadie queda a salvo de una eventual sospecha a dilucidar. Tampoco nosotros los periodistas quedamos por fuera de tal horizonte, o cualquiera sea el fuero o cargo que ostente un tercero.
Alguna vez lo señaló al respecto el pensador argentino Arturo Jauretche, también periodista: “alcanzar derechos produce alegría, defender privilegios produce rencor”. Nadie podría decir que el citado fuese un intelectual de derechas y su alusión lo fue hacia aquellos que, en su tiempo, por el hecho de ser intelectuales cooperaban con el enemigo -de manera voluntaria o como “idiotas útiles”, en el sentido más radical del leninismo de donde proviene la expresión- que más adelante los tragaría también a ellos en nombre de una “revolución” o de la libertad de expresión. Nada más apropiado que esa reflexión en esta hora. La publicación que produjo las denuncias actuales y pasadas, al tiempo que es la aludida abanderada, en la década pasada señaló al coronel en retiro Alfonso Plazas de ser un operador de crímenes y desaparición de personas. Quienes fueron cuadros del extinto M-19 y beneficiarios de lo que los gobiernos de la época les ofrecieron para su desmovilización, nunca le perdonaron al alto oficial el haber encabezado la operación de retoma del Palacio de Justicia, en 1985.
Plazas Vega fue absuelto de todos los cargos por la justicia de su país y jamás recibió un gesto siquiera de disculpa por parte de quienes habían mancillado su honra y nombre a lo largo del tiempo extenso que duró la estigmatización. Sus impugnadores nunca se plantearon el ejercicio de la autocrítica que tanto desde la dialéctica hegeliana como de la marxista es imprescindible para construir la hermenéutica de la historia. El dogmatismo ideológico y el encono vinculante ciegan y siegan. Ahora no solo se obtuvo -aunque se diga que no es así- un debilimiento institucional mayor sino que, también y como fresa del postre, se logró que el gobierno diese marcha atrás en el nombramiento del soldado en retiro que sería designado como representante en la Otan. Algo que golpea al país en el plano internacional y en lo simbólico. En el caraqueño Palacio de Miraflores deben estar frotándose las manos por el quizá inesperado servicio (aresprensa).
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