DESDE ALLENDE HASTA PETRO |
ACTUALIDAD // Publicado el 26 de junio de 2022 // 17.00 horas, en Bogotá D.C.
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El domingo anterior -19 de junio- hubo un cimbronazo en Colombia, un cambio en el modo, el tiempo y la posición de una mesa social que parecía estable y que fue pateada por el resultado electoral. Los tiempos cambian, claro, pero las condiciones objetivas para la toma del poder siguen siendo las mismas y para que esto se produzca, esas condiciones se buscan, se construyen y si hay fuerza se imponen, si no la hay queda el hueco que alguien ocupa. A veces las construyen quienes resultan ser las víctimas del asalto al poder, por los desaciertos continuados que ayudan a aquellos que preparan durante décadas la patada sísmica. Si se mira la historia del último medio siglo en esta América atada al atraso estructural, no solo material sino de concepciones políticas y culturales, cabe preguntarse: ¿fue Allende un aparecido en el entorno chileno de su tiempo?; no, para nada, debería ser la respuesta inmediata. Así, el complemento para tratar de entender lo que ocurre en esta parte del mundo es posible poner dos polos distantes en lo geográfico y en el tiempo: Colombia y Chile. Además, es necesario poner entre esos extremos y como mediación una de las tesis que propuso Ortega Gasset y que planteó en su obra, pero que no es original de este pensador español, sobre “el hombre y las circunstancias”.
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Escribe: Rafael GÓMEZ MARTÍNEZ *
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Ortega apuntó al criterio humanista de que el sujeto -entendido como aquel que tiene toda la fuerza dentro de sí mismo- es el resultado de una relación entre su yo y el entorno social e histórico que lo rodea. La mayoría de las escuelas sociológicas y psicológicas indican señales parecidas. La llegada de Salvador Allende a la cúspide fue producto de las circunstancias, de las “condiciones objetivas para la toma del poder” que llaman los teóricos pedreros de la gruperia. Estas se incuban en una suerte de tubo social de ensayo y se van desarrollando en la medida que pasa el tiempo, con ingredientes diversos de la química política; a veces fuertes, a veces blandos; pero con un solo objetivo: crear y aprovechar las condiciones materiales y simbólicas para el asalto a los resortes del control social.
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El malogrado presidente chileno fue candidato a la presidencia de su país en cuatro oportunidades. En las elecciones de 1952 obtuvo un magro resultado. En 1958, alcanzó la segunda mayoría relativa tras Jorge de Alessandri, quien posteriormente pavimentaría su gobierno para llegar a 1964, año en que Allende obtuvo el 38% de los votos. Sin embargo, esa cifra no le permitió superar a Eduardo Frei Montalva, el demócrata cristiano que precedió a los de la Unidad Popular, que fue desde entonces el frente de la izquierda sin maquillajes. Pero sí le llegó su momento en 1970, luego de una reñida elección a tres bandas, obteniendo la mayoría relativa con un 36.3%, que fue ratificada por el llamado Congreso Pleno de entonces.
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De este modo, la cabeza contingente del socialismo austral, por ese tiempo, se convirtió en el primer mandatario local de tinte netamente marxista; aunque del ala blanda socialista, apoyado directamente desde la Habana, por Fidel Castro y su gente del Komintern **, vigente en intención, más acá de la disolución de esa organización soviética, dispuesta por Stalin. Allende, construyó, encontró y aceptó dichas condiciones objetivas hechas a su medida, para tratar de instaurar el socialismo en el Chile de la época. Se hizo de la mano de Fidel Castro y de la voluntad de expandir la revolución por el mundo, o al menos en esta América íbera, que fue parte del espíritu soviético heredado de los zares por vía del aludido Komintern.
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Aquella primera fue una organización creada en tiempos de Lenin para “la emancipación de los pueblos”, como anticipación y evocación de las intenciones de un más reciente Foro de São Paulo. Allende sedujo a todos quienes lo conocieron en su época. Incluso a la clase opositora, si se le hubiese podido llamar oposición a la Democracia Cristiana. Los de centro, los radicales, los de izquierda, los conservadores, creyeron con ingenuidad que Allende era uno de sus hombres, uno de los suyos. Con todas las condiciones objetivas para la toma del poder dadas, la cuarta campaña presidencial de Allende fue la mise en scène para su llegada al Palacio de la Moneda.
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Su campaña subió como la espuma de la mejor champaña francesa, teniendo en cuenta que la retórica del descontento social chileno estaba comenzando a florecer. La familia de Allende era de origen vasco y también con una rama judía, por su segundo apellido: Gossens. En la matriz vasca del presidente chileno estaba el estereotipo que se le reconoce a ese pueblo: duro en sus expresiones, frío en su pensar. Una familia acomodada cuyos ancestros habían emigrado mucho tiempo atrás a las tierras chilenas y ya se registraba su presencia desde el siglo XIX. Su padre viajó con su familia por el país de la “loca geografía” austral y lo recorrió por el norte minero, debido a los diferentes cargos que tenía que asumir en la administración pública.
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De tal forma que se podría decir que el padre de Allende hizo parte del establecimiento político chileno. Por esta razón, los primeros 8 años de su vida se desenvolvieron en Tacna, en el límite provisional que se había fijado con el Perú, donde se encontraban las minas de cobre y de sal que comenzaron a entregarle al país la prosperidad en la primera mitad del siglo pasado. E incluso antes, cuando Santiago le arrebató a peruanos y bolivianos esos territorios, en la Guerra del Pacífico. El cobre fue lo que se llamó “el salario de Chile” y lo sigue siendo. Chile incorporó en batalla esa desértica zona que fue peruano-boliviana y cubre además espacios como los de Antofagasta e Iquique, llamada “el norte grande”, devolviendo Tacna al Perú en 1929.
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Aquellos extensos territorios yermos fueron también escenarios de las primeras revueltas sociales y obreras, en las primeras décadas del siglo XX. En paralelo, allí se alentó la creación de los primeros partidos de izquierda, los que tuvieron su cuna en esas rebeliones y territorios. En 1953, Allende participó en la fundación del Partido Socialista de Chile, perteneciendo a esa orientación durante toda su vida. Dos años más adelante se uniría a la masonería local. Es curioso que su tesis doctoral, “Higiene mental y delincuencia”, fuera publicada apenas en 2.005 por la editorial CESOC de Santiago. Según Ravines, Allende persiguió la presidencia chilena durante tres décadas.
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DOS PREMIOS NOBEL MANIPULADOS
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Comenzó desde la base para llegar a la cúspide de la pirámide de su partido derrotando en la interna de la Unidad Popular, curiosamente, al poeta Pablo Neruda, quien fue militante del Partido Comunista, ubicado en la extrema izquierda de la UP, que fue el frente de alianzas que le permitió al “Chicho” al fin concretar su ambición añeja de llegar a ser el primer mandatario de izquierda abierta en Sudamérica. El futuro Nobel de literatura, aunque frustrado en sus pretensiones presidenciales, terminaría siendo embajador del nuevo gobierno en París. Allí pudo maniobrar a su antojo para que la Academia sueca lo galardonara, cerrándole el paso por primera vez a Jorge Luis Borges.
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Allí también, en la capital francesa, un joven escritor colombiano rondó a la embajada chilena así como al embajador y aprendió las mismas mañas para alcanzar su Nobel una década después, con mayores merecimientos que el chileno y cerrándole por segunda vez el mismo camino al rival de Buenos Aires. Ese escritor emergente se llamó Gabriel García Márquez. Para Allende fueron 3 décadas de éxitos, de fracasos, de humillaciones, de marrullas políticas entre socialistas y comunistas cercanos, maniobras de tire y afloje, de posiciones variadas, de virajes sorprendentes. Pero, al final, Allende logró lo que buscaba gracias a su persistencia, más que por su coherencia política y fruto de su capacidad de “muñequeo” como se llamaba en el argot chileno de la época a la marrulla.
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La dura carrera política de Allende no se detendría hasta el 11 de septiembre de 1973, día del golpe de estado asestado por las fuerzas armadas, con Augusto Pinochet a la cabeza, quien curiosamente había recibido en el Palacio de la Moneda a Fidel Castro, semanas antes del alzamiento. El presidente de la UP había iniciado su periodo constitucional el 3 de noviembre de 1970. Pocos días antes, en las calles de Santiago había sido asesinado el general René Schneider Chereau, quien como jefe del Ejército cayó en el. lapso turbulento, previo a la posesión de Allende en Lla Moneda. El sangriento pronunciamiento militar de 1973 dejó otras muertes trágicas, además de la anterior de Schneider y la del mismo Allende, así como la del general Alberto Bachelet, padre de Michelle.
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El general Carlos Prats González, quien sucedió al asesinado Schneider en el mando máximo del Ejército y luego fue ministro del Interior, además de titular del Interior, Defensa y vicepresidente del mandatario depuesto y muerto en La Moneda, fue víctima también de un atentado brutal y fatal junto con su esposa, en Buenos Aires, un año después de la caída de Allende. El resto es parte de una historia mejor recordada por las nuevas generaciones. De hecho, si se revisa la historia de cómo llegan al poder los líderes de izquierda, sean socialistas, populistas o comunistas, podrían esbozarse los siguientes supuestos basados en dos condiciones, tan fundamentales como lúgubres y circunstanciales.
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La primera: lo que en la gruperia se denominan “condiciones objetivas”.
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La segunda: un golpe de gracia, como el que precipitó a Fidel Castro sobre la Habana, en 1959.
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Allende, no fue una marxista clase A; todo lo contrario. Más bien fue un político oportunista, bizantino, vanilocuente, como todos los que pululan hasta hoy en los rincones de Iberoamérica y en los discursos de la mamertería delirante. Dicen que Allende fue gran orador, con gran tonalidad altisonante, quien se fue ganando su imagen gracias a ser considerado un político bonachón, quien no cazaba ninguna disputa verbal, siempre impávido, siempre conciliador, dialoguista, componedor, como el Petro de esta última etapa. Dado que pertenecía a la clase media alta chilena fue acogido sin problema alguno. La sociedad, el stablishment, lo percibió como una persona afín a sus ideologías, de estabilidad institucional ante todo.
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Asistía a reuniones sociales y eventos de toda clase. Vestía a la moda de la época, y no se sabe si alguna vez calzó costosísimos zapatos Ferragamo. Luego de esta descripción y a casi medio siglo de la tragedia chilena, cabe preguntarse, ¿es Gustavo Petro un político aparecido y parecido en el entorno político colombiano a quien fue su cercano ideológico en aquel revuelto Chile?; la respuesta podría ser no, para nada. Sobre Gustavo Petro, se sabe lo que sabe; pero las situaciones para su llegada a la toma del poder se podrían resumir en el adagio con el cual comenzó el presente escrito: los tiempos cambian, pero las condiciones objetivas para la toma del poder siguen siendo las mismas.
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TUFILLO NAZI
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Es más, varias de sus propuestas y actitudes se parecen a las que se hicieron en la Alemania nacional socialista, tal como ocurre en Venezuela con los bolivarianos, así ambas izquierdas aún no lo sepan por inconsistencias teóricas propias, o como lo saben los kirchneristas argentinos pero lo callan. En todo el fárrago de su verbalismo superficial no es posible encontrar una sola idea original sobre el proceso colombiano, del cual se ha vuelto protagonista. Ni siquiera, el más devoto de sus partidarios -los que hablan en los medios- podría citar un pensamiento dotado de cierta agudeza o de profundidad. Se podría decir que sus discursos pertenecen en buena medida al argot cantinflesco.
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Estamos peor, pero estamos mejor, porque estábamos bien, pero era mentira. O, como suponen algunos de los peligrosos talibanes que en abundancia rodean a Petro, quienes mal remedan a Lenin con uno de sus proverbios al igual como ocurrió con Allende y propiciaron su caída: “mientras peor, mejor”. Eso mismo señalaban el Erp y Montoneros en la Argentina, quienes también sumergieron a ese otro país austral en la tragedia, con un agravante: lo siguen haciendo. Y también lo practicaron las Farc y las recientes “primeras líneas”. Quien no lo crea puede preguntarle al respecto a los violentos mapuches de La Patagonia o a los del narcoestado paralelo que, respaldado en comunidades indígenas, avanza en un proceso sedicioso en el sur de Colombia.
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En ese territorio se votó de manera cautiva y masiva por Gustavo Petro Orrego. Al igual que Allende, el presidente recién electo de Colombia es un político oportunista, bizantino, vanilocuente. Lo domina el deseo de adular a la muchedumbre y de cortejar los resentimientos, las envidias, además de afirmar las indagaciones que con facilidad irritan a las masas. Sus discursos están hechos de aspavientos, de explosiones sentimentales, pletóricas de fanfarronería, en las que campea la irracionalidad al tiempo que la razón parece haber sido enviada al exilio. En el argot puro costeño, se podría decir que sus discursos son puro sentimiento, ¡papá...!, de tal forma que es un buen trovador, de cuentos; los echa bien al público.
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Su práctica política de mentir de manera sistemática es proverbial, así como lo hacen Cristina y Alberto Fernández en la Argentina. Además de actuar con base en verdades a medias, que no son verdades, pero que son edulcurantes y adormecedoras en expresiones, como un nuevo opio que suplanta las legítimas aspiraciones del pueblo. Eso, no es nada nuevo bajo el sol, basta con revisar antecedentes del maestro de la propaganda, Joseph Goebbels. Petro, contrario a Allende, no es un político social moderado. Más bien, es extremista y radical en sus planteamientos. Pero al igual que Allende, consistente en sus acciones, así no sea coherente. Contrario al chileno, sí asiente al marxismo filtrado por Lenin, o supone que lo hace en la práctica como tal.
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Así lo hicieron primero Fidel Castro y luego los bolivarianos, quienes una vez en el poder pusieron en marcha las políticas de expropiación, el hundimiento económico, la ampliación de la pobreza como “virtud” la cooptación de los poderes y el autoritarismo, con supuesto destino hacia beneficio del “pueblo”. Petro, sí tiene un espíritu revolucionario a la usanza tradicional, la de los fracasos jamás reconocido por los extremistas locales y los del vecindario. De Petro, contrario a Allende, no se conoce su tesis de grado en economía de la universidad masónica sin remilgos de Colombia, el Externado, donde nunca se ha tocado el himno nacional, ni izado la enseña tricolor que identifica a los colombianos.
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Tampoco se le conoce una sola obra escrita, texto académico, ni ley estatutaria presentada durante sus años en el Congreso de la República. Ni un escrito argumentado que esboce su pensamiento. Su único libro reciente: “Una vida, muchas vidas”; está plagado de inconsistencias e incoherencias, como esa de promover un gobierno por la vida, cuando votó a favor del aborto; siendo uno de los promotores. Colombia, al igual que aquel Chile acaba de atravesar por el proceso político intenso y dramático de una doble revolución: la que realizaron los comunistas desde 1970 para crear las condiciones objetivas para la toma del poder, tratando de implementar el socialismo, alcanzando su culmen, su cúspide, con Petro, al igual que de nuevo con Boric en Chile.
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La intención de precipitar una revolución comunista en Chile llegó como la culminación latinoamericana de un corto pero fructífero proceso que se inició con la aventura izquierdista del coronel Jacobo Arbenz en Guatemala. Eso fue al comienzo de la década de los cincuenta y el proceso continuó hasta llegar a ser victorioso con la llegada de Fidel Castro a La Habana, fumando un puro cubano y con una Coca Cola imperialista en la otra mano. A su vez, Gustavo Petro llega al poder a Colombia después de un largo proceso comenzado en la constitución de 1991 y la articulación posterior de expresiones afines con los gobiernos de Hugo Chávez y todos los seguidores aventajados del socialismo bolivariano del siglo XXI, colonizado por los cubanos.
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En el Foro de São Paulo, organizado por Luiz Inácio Lula da Silva y la nomenklatura de La Habana, se tomaron las banderas universales que no pocos de los seguidores criollos de la derrumbada Unión Soviética consideraron traicionadas por el Kremlin. La delirante idea fue el continuar el delirio previo del históricamente lejano Komintern. Tanto fue así que los miembros del concilio paulista llegaron a suponer que Colombia sería el “Ayacucho del siglo XXI”. Esa vocación nunca desapareció aunque por instantes se haya ocultado entre bambalinas de discursos y enredos retóricos. Ese momento parece ser el ahora. La suerte de las débiles democracias de esta parte del mundo podría estar echada. Quizá Dios se apiade y tenga misericordia de Colombia (aresprensa).
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* El presente trabajo fue realizado por el autor con base en la bibliografía del peruano Eudocio Ravines.
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** Se hace aquí referencia a la entidad que se llamó Internacional comunista, creada a poco de nacer el estado soviético. Al respecto, buscar los escritos de R.M. Schneider "Comunismo en Latinoamérica", (1959).
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VÍNCULOS : COLOMBIA, CHISPAS EN EL ÚLTIMO PASO // COLOMBIA: ESPANTO PREELECTORAL
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