ARGENTINA, AVANZA EL AUTOGOLPE II |
ACTUALIDAD // Publicado el 26 de mayo de 2020 // 18.15 horas, en Bogotá D.C.
La toma compulsiva de las empresas argentinas, asediadas por la crisis, sería un paso más del proyecto conspirativo de las fuerzas antidemocráticas que tienen peso específico en la facción de poder que está dentro de la coalición que ganó las elecciones del pasado diciembre en aquel país. Es un segmento atravesado por la actitud delictiva de apropiar en forma ilícita los recursos públicos, e intenta de manera constante vulnerar tanto las libertades como la propia democracia en sus restantes pilares. Pretenden ahora ir por las empresas privadas de manera similar a como lo hizo Hugo Chávez, y continuaron sus seguidores, con aquella consigna del “exprópiese”.
Escribe: Néstor DÍAZ VIDELA
Ello además de hacer manifiesto el desprecio, sobre los menos favorecidos, enmascarado en un discurso mesiánico formalmente incluyente, pero que en lo concreto promueve el hundimiento de las mayorías en la pobreza y la exclusión. Es además afín al terrorismo y trotador cumpulsivo en la búsqueda de impunidad para los convictos propios. Son una mafia peligrosa y amenazante contra los valores de la civilización -que ellos llaman valores “burgueses”- tanto y de la misma manera como lo hacen sus pares en otros puntos de América Latina. Son los mismos que a veces dejan al costado las armas -o las encaletan- para asaltar el poder dentro del juego de la democracia. Esto último con el fin de tratar luego de disolverla desde el interior como virus tenebroso. Eso ocurrió en Venezuela y Nicaragua, y es el espejo roto en el que se mira la mafia política argentina llamada kirchnerismo. La idea termocéfala de que el Estado se quede con acciones de las empresas que reciben subsidos por la crisis pandémica es parte de la mega maniobra. Las “cabezas de termo” avanzan.
El delirio y la fractura de la realidad de estos grupos vicarios de un metarrelato redencionista -el kirchnerismo es uno sustantivo- no tiene límites, en particular en América Latina. Supusieron desde las consignas iniciales del ahora semioculto Foro de São Paulo, al término de la Guerra Fría, que si la Unión Soviética y China le volvían la espalda a la eventual revolución mundial, con la consecuente disolución del odiado capitalismo, quedaba esta parte del mundo como reserva estratégica al respecto. Esa consigna llevó a aconsejar a los sectores afines el eludir el camino de las armas, no necesariamente a abandonarlo, para incorporarse a las estrategias de la democracia burguesa y “desde su interior”, promover el asalto al poder. Un contundente "caballo de troya". El fruto de ese viraje a medias se vio casi de inmediato: Venezuela, Ecuador, el Brasil de Lula da Silva, la Bolivia de Evo Morales. Nicaragua ya estaba allí para brindar cátedra sobre cómo saquear las cajas del Estado con el fin de dotar de recursos al propósito disolvente, que ellos entendían y llamaban -así lo siguen llamando- “revolución”. La plata de la exacción quedó en buena parte -así ocurrió en el caso argentino- en los bolsillos de los revolucionarios.
Por entonces el kirchnerismo argentino apenas comenzaba a asomar sus múltiples cabezas de serpiente. Al fin llegó al manejo del país desde la patagónica provincia de Santa Cruz, cuando la corriente continental le daba cuerpo a la novel estrategia y se encaramaba sobre los resortes del Estado. Al tiempo que Cuba, uno de los fundadores del mencionado Foro, se mantenía también como reserva histórica y ejerciendo el necesario comisariato político regional, que los soviéticos le habían copiado a los franceses al destronar estos a los Capeto e institucionalizando lo que se expandió por el mundo como Derechos del Hombre. Aunque debe señalarse para entender el tartufismo de estos pretendidos revolucionarios, que el lenguaje de ese tiempo no es mimético con la actualidad. Esa revolución, la francesa, fue el empinamiento de la después repudiada burguesía, que se llamó a sí misma “pueblo” y que como mentalidad expansiva necesitaba de los derechos del individuo y el ciudadano para poder hacer concreta esa multiplicación de las libertades, que en su versión desdoblada al plano social terminaron siendo tanto individuales como colectivas.
Las monarquías, incluso en forma de despotismo ilustrado, no parecían en condiciones de propiciar la cristalización y flujo de tales libertades. Ningún monarca con poder absoluto quiso hacerlo, salvo los ingleses que junto con los norteamerianos seculares ya habían puesto en marcha lo que fue en síntesis esa manera diversa de vincularse con el mundo y de formatear la sociedad. Es ese apenas un aspecto de esa revolución burguesa que Marx criticó pero también reverenció al escribir que la mentalidad de aquel sector social emergente era el único que había demostrado ser revolucionario para su momento. En efecto, así lo señaló el pensador alemán al indicar que “el paso del valor de uso al valor de cambio” -criterio que no fue original de Marx, pero que él universalizó- le daba tal contenido de frontera a la forma de pensar y vivir, así como para organizar lo social que impuso el proyecto burgués. Esa fue la manera de desdivinizar el entorno: criticar pero entender la importancia de la mercancía en la nueva Weltanschauung del género y del vínculo con la naturaleza. No considerarla "solo" un fetiche sino también un texto posible de emancipación y comprensión de los nuevos tiempos. Eso es demasiado para la mentalidad del atraso que prefiere demonizar esa entidad de construcción humana y de desacralización del entorrno. Algo que entendió bien Walter Benjamin, un heterodoxo de la marxista Escuela Crítica de Francfort por los años 30 del siglo pasado, y aún no han podido ver nuestros bárbaros "revolucionarios".
Basta detenerse en esos criterios para comenzar a buscarle explicación al mesianismo bipolar y distópico -para nada utópico- de los que pretenden ser hoy contestatarios transformadores en América Latina. Sirve también para entender el porqué de sus fracasos continuados, tanto o más estruendosos -salvando las proporciones- que los de sus similares en otros sitios del planeta. No en vano algunos cercanos de pensamiento con ellos en el subcontinente -Uruguay, Chile- pero no mesiánicos, han llamado a estos segmentos populistas y de la izquierda tradicional como “retroprogresistas”. Así son estos empoderados que creen ir adelante pero “avanzan” hacia el pasado, fracturando el sentido de la realidad que debería ser para ellos “la única verdad”. Son sociópatas, no revolucionarios. Lo que ocurre en la Argentina de hoy lo señala de manera descarnada. Asignarle a la pandemia una cierta demonización de clase -como se hace en coro desde el gobierno argentino- y lo mismo o algo similar a la economía y a la producción, es sencillamente irracional.
Es además evidencia de que su mirada tiene un alto contenido metafísico en situación, no materialista, semirreligioso, para nada ligado al pensamiento moderno que, para no ir más lejos, Carlos Marx compartía como desacralizante. La visión del pensamiento marxista fue iluminista, evolucionista y darwiniano. Marx fue para nada nostálgico con el pasado que rechazaba en sus taras. Su posición fue un giro copernicano frente a la concepción romántica, también crítica del Iluminismo pero con fuerte acento evocador del tiempo ingenuo, "de la minoría de edad", hubiese dicho Kant. Los románticos reprodujeron la categoría “pueblo” -la anarquía lo recogió y también el peronismo- en lugar del “proletariado” propio del marxismo, para rebautizar a los desposeídos. Esa última categoría transversal del marxismo hacía apología a la industrialización como abordaje de la naturaleza en tanto recurso y no como sacralidad incontaminada. El Iluminismo hizo opción por la ciencia, la racionalidad secular y por su capitalismo derivado. El rechazo al romanticismo fue en parte por eso, por ser una evocación explícita o solapada al pasado mágico-pagano: la añoranza del retorno al origen, el de la “inocencia”.
El estallido de esa mirada neopagana tuvo su hora de explosión radical en el nacionalsocialismo alemán y de manera menos potente entre varios populismos de algunos puntos del mundo en esta hora y también en la historia reciente. El régimen venezolano es un claro ejemplo de eso porque con su “economía de equivalencias”, que conlleva la pauperización generalizada de la sociedad, mantiene en su nuez una manera religiosa, propia del cristianismo primitivo, de “generar virtud” y ser feliz en la pobreza. Claro que ese otro contrato social que ahora se busca imponer -más cercano al nacional socialismo que al marxismo que reivindican buena parte de estos que suponen ser neomarxistas y son más bien neogorilas- mantiene al déspota como reflejo deformado del antiguo rey, en la punta de la cúpula y con su derecho -incluido el de sus secuaces- de enriquecerse con el dinero y trabajo de los contribuyentes. Una gris restauración de las reyecías pretéritas. Ello junto con la eliminación de la ética del mérito individual y de la propiedad privada afín, alcanzada con el trabajo que es lo propio de la mentalidad moderna, la “burguesa” si así -incluso demonizada- se la quisiese seguir llamando.
El cinismo o la ignorancia tercermundista -quizá ambas- de los pícaros que ahora vuelven a gobernar la Argentina aprovecha la pandemia no solo para seguir en el tortuoso tránsito que mantuvieron en la larga década de sus despropósitos previos, los que incluyeron la cleptocracia. Ahora van por más y por todo: imitar de manera vertical el camino a mayor subdesarrollo por el que avanza a paso firme Venezuela. Pasan por alto que para en verdad progresar, los chinos de Mao, los mismos que ellos adoran y que están más cargados de atavismos que los latinoamericanos, optaron por el capitalismo salvaje con trabajo esclavo sumado, como lo hizo Inglaterra hace más de dos siglos. Mantienen el autoritarismo soviético, con un toque de taoísmo en lo político, pero no son ilusos en lo económico como lo supuso la mirada esquizoide de Axel Kicillof, en una añeja visita ministerial a China. No se montan en un metarrelato ficto sobre cómo producir. No son tercermundistas en esa parte de su mentalidad milenaria, no optan por la pobreza como bandera revolucionaria. Por el contrario, para ellos “es lícito y glorioso ser rico”, como lo remarcó Deng Ziaoping hace unas dos décadas. Todo está a a la vista en ese plano, no es un misterio. No lo verá quien no quiera verlo. Entre esos ciegos voluntarios están los que cargan el retardatario subdesarrollo de matriz cultural que le es propio a un sector de los latinoamericanos, como visión anclada, incorregible e irredimible.
Para estos argentinos, premodernos y para nada revolucionarios al igual que los venezolanos y los otros de la misma cuerda en la región, es sospechoso quien tiene éxito en la vida con sus empresas y esfuerzo. Ese debe ser esquilmado, atacado y victimizado. Quien se proponga leer los llamamientos de Alberto Fernández y de la otra Fernández que lo acompaña en la nueva intentona, le debe quedar claro el tema puesto que ya se han despojado de la piel de “buenos y moderados” que les permitió ganar las elecciones recientes. No solo pretenden seguir asaltando los recursos de las empresas privadas y lo que queda al raspar la olla de la hacienda pública, con descontrolada emisión inflacionaria, sino que avanzan sobre la justicia que les garantizará impunidad, y sobre el resto de los poderes. Ya preparan una reforma constitucional para legitimar lo que llaman “el nuevo pacto social”, que fijará el retroceso que muchos tienen previsto, incluido el de la pauperización masiva que ya anticiparon en el anterior mandato y quieren ahora extender, así como cristalizar con el autogolpe en marcha (aresprensa).
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