UNA NOBEL Y EL ADIÓS A MITOS COREANOS |
PATRIMONIOS CULTURALES // LETRAS // Publicado el 06 de noviembre de 2024 // 12.15 horas, en Bogotá D.C.
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Es una escritora oriental quien se llevó el Nobel de literatura de este año que finaliza. Desconocida casi en esta parte del mundo, pero para nada impugnable, como ha ocurrido en otras ocasiones. La ronda de cada año por la esfera escandinava se prende cuando se conocen los galardonados al Nobel, las discusiones al respecto se conocen después y de estas no están exentas las críticas acervas y con frecuencia solapadas. Debe estar el mundo avisado que en las impugnaciones de opinión no faltan los recelos de antemano y, por supuesto, las envidias. Estas pueden ser de países, cuando los candidatos disputan desde sus escenarios nacionales con la mediación del público correspondiente y, también en otros ajustes de cuentas, no siempre generosos con los premiados. Esto ocurre sobre todo con los galardones de la Paz, con mayor frecuencia y, en menor medida pero reiterada, con los de Literatura. En el primer caso porque los noruegos terminaron dando un fuerte tinte político a ese premio y el segundo por las injusticas perpetradas desde Estocolmo por quienes tienen la carga de definir al ganador. Eso ocurrió con señaladas puñaladas intelectuales e históricas bien conocidas, en el caso de los escritores que estuvieron en el lote de los eternos nominados y siempre resultaron desahuciados. La ganadora del Nobel es considerada como articuladora de una prosa poética.
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En este año hubo uno que no figuró en lista uno de los permanentes nominados. Se trata del japonés Haruki Murakami. En contrario, volvió a figurar el argentino César Aira. Pero ambos siguen por ahora esperando, no por sus méritos sean cuales sean, sino por las decisiones del jurado que determina con independencia supuesta quién debe ser galardonado y llevarse una buena bolsa de dólares a su banco con el alivio a los gastos personales y cotidianos. Nada que hacer, una poeta surcoreana, Han Kang, verá ahora ediciones de sus obras en países que no la habían tenido en cuenta. La sorpresa relativa persiste, luego de semanas de conocerse un nombre de difícil recordación. Salvo en su país, hasta ahora ha sido una escritora de cenáculo y nadie sabe hacia adelante si permanecerá en la alta torre de los que nunca serán olvidados. El ruso Boris Pasternak entre muchos otros, permanece. En el centro de la discusión sobre la Academia, sigue sin respuesta lo que viene para esos eternos que envejecen sin escuchar que sus nombres merezcan estar en lo máximo.
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Lo cierto es que Kang desnuda el mito de la maravilla cultural y tecnológica de Corea del sur. Penetra en las tripas de una sociedad sociopática, según sus obras, que discrimina y desprecia aquello que no está en la esfera del control social y la alta competitividad. La misma que mantiene altos los índices de suicidio y que pone en la exclusión social a quienes pudiesen rebelarse contra un sistema adaptado a los momentos históricos más despiadados de la evolución reciente en las sociedades con modelo occidental. Japón no es demasiado diferente en este cuadro y de alguna manera también la China actual sigue esa línea. Pero en este último caso las cifras al respecto son grises y pueden incluso diluirse en la vorágine de un desarrollo que las cifras de una mega población pueden oscurecer sobre lo que ocurre con los chinos. En particular cuando el régimen es también cerrado en lo ideológico y político. Para entender esto debe tomarse como referencia lo que fue la Revolución industrial inglesa y el retrato que hace de ella la literatura de la época, incluso en las reflexiones de Marx, desde la letra de “El Capital”.
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En su libro más representativo, “La Vegetariana”, Kang hace un cuadro patético de la represión desde la vida cotidiana en la sureña Corea y desde allí hasta la dirección política de esa sociedad, que sigue impactando a Occidente por su desarrollo de frontera en lo científico y tecnológico. Es una autora joven para llegar a estas cumbres, si así se pudiese afirmar, pues apenas ha pasado el medio siglo (tiene 53 años) y si se tiene en cuenta que algunos de los competidores de esta ocasión ya pasan la séptima década. Desde hace poco más de 40 años que no llegaba alguien con ese techo de edad a alcanzar el deseado galardón en las letras y debe recordarse que García Márquez también fue un “joven” escritor que alcanzó esa máxima distinción. La premiada forma parte de una familia de intelectuales de buen posicionamiento en la sociedad a la que pertenece. No es el único premio que ha recibido en su carrera, pero sí es la primera mujer oriental en alcanzar ese logro en el oficio de las letras. Otra de sus obras es “Actos humanos”, es una narrativa cruda de las acciones de la dictadura militar en su país, que salió a circulación al promediar la década pasada.
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Una sumatoria de casi 50 libros -incluidas las traducciones diferentes a la lengua materna- escritos por una mujer que es parte de una familia de intelectuales, al menos dos de ellos dedicados a las letras. Su presencia en el escenario creativo no estuvo libre de condicionamientos, entre ellos el de figurar en la lista negra de las autoridades castrenses de su país. Algo que le aporta un esquivo prestigio agregado de antemano, el cual es dulce para las autoridades escandinavas junto a esta y otras variables parecidas en el momento de decidir. Aparecer como víctima es tierno para quienes determinan en esas frías tierras del norte europeo. Pero lo anterior no le resta méritos a la narradora coreana porque escribe como testigo de las deformaciones y anomalías de la sociedad en la que vive y según de sus críticos cercanos trata temas en sus líneas y propuestas sobre “…las cosas que incomodan…”. Esa es en buena medida la misión de un creador y con eso bastaría para consagrar a Han Kang. Vale considerar ahora que, además de la narrativa que se le conoce, la ganadora es también cultora de la poesía (aresprensa).
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