NADA ES FÁCIL PARA HONDURAS
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ACTUALIDAD  //  DOXA *  //  Publicado el 26 de diciembre de 2021  //  12.15 horas, en Bogotá D.C.

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La situación interna de varios países de América Latina frente a otros de la zona debido a los cambios polìticos recientes genera escenarios pendulares, para decirlo de alguna manera. Lo cierto es que las condiciones generales son complejas porque siguen los mismos dos bloques enfrentados que hicieron su aparición en los años 90, como en una suerte de guerra fría entre naciones siempre pobres o con panoramas que muestran fuertes desequilibrios. Honduras se suma ahora al bloque de los desafiantes ante los otros, los que entienden a la democracia en sentido clásico y al mercado como un regulador de las dinàmicas tanto económicas como sociales. Nada será fácil para la presidenta electa Xiomara Castro, luego de la definición electoral celebrada el pasado 28 de noviembre. No lo es para ninguno de los mandatarios en ejercicio ni para los que llegan, pero en el caso de la flamante mandataria hondureña lo es más que para otros.

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Su primer gran problema, y de arrastre, es ser la cónyuge de Manuel Zelaya aquel presidente de filiación chavista depuesto por un golpe de Estado «blando» en 2009, que deambuló por varios países de la región sin poder reencontrarse con su mandato trunco y atrapado en el juego de los vericuetos legales. Eso sería lo de menos aun siendo un pesado lastre, si a ello se le sumaran las cargas por venir. Su país es considerado un «narcoestado» en toda la dimensión de la excluyente expresión y las bandas delictivas armadas, llamadas «maras» en Centroamérica, tienen una de sus bases principales en este país, tanto como en El Salvador un vecino no siempre amable y gobernado por un Nayib Bukele, en las antípodas ideológicas de la nueva mandataria. Un conjunto de frentes al que se debe sumar el de la delincuencia sistémica de accionar tenebroso. Todos coludidos hacen pie fuerte dentro del propio estado hondureño y no aparece salida institucional a la vista como ocurriría con cualquier estado fallido.

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Eso no es lo único, es mucho más. Los índices de violencia y de muertes por esa ola constante, inclemente y en crecimiento, dada su condición estructural, ponen a Honduras en el primer rango estadístico dentro de la región. Es además, junto con Nicaragua, uno de los países más pobres dentro del barrio, solo superados por el irremediable Haití. Pero si El Salvador puede aparecer como un socio refractario en las fronteras inmediatas, por razones ideológicas e incluso históricas, otro socio que puede parecer amable pero poco recomendable es el nicargüense, con él comparte la máxima extensión fronteriza: un poco más de 900 quilómetros. La satrapía de Daniel Ortega aparece ante la comunidad internacional como paria, violadora de derechos humanos, triunfadora en unas recientes elecciones espúrias, que metió presos en la etapa preelectoral hasta siete candidatos opositores para poder salir airoso en la fraudulenta puja. Una dictadura matrimonial que va en camino de perpetuarse en el poder, creando en el país una situación institucional parecida a la Nicaragua de aquel Anastasio Somoza.

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Ese tirano que derrocaron los sandinistas, entre los que estaba Ortega, el nuevo dictador bananero. Otro lastre sin perspectivas de alivio a la vista en el pequeño y castigado país que orientará Xiomara Castro es el de la migración, el desangre de brazos caídos y barrigas vacías de los desesperanzados que parten de manera constante ante el desaliento de la falta de oportunidades en un futuro gris y sin horiizontes dentro de su propia tierra. Son desesperanzados en su terruño y suponen que otros países, en particular los Estados Unidos, puede ser una posibilidad que vale la pena buscar confrontada con los riesgos a veces terribles y de un destino final que puede ser trágico a merced del infortunio y el acecho de traficantes. Estos con frecuencia aliados con operadores de seguridad en los países que recorren, y de un eventual rechazo en cualquiera de las fronteras a las que llegan en la marcha. Alrededor de un millón de ellos, un 10 por ciento de la población hondureña, ya vive en la hegemonía del norte.

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No obstante que la presidenta electa ha convocado a la concertación a sus rivales de ayer, lo cierto es que el uso de una muletilla muy conocida cuando tuvo la certeza de la victoria, el pasado 28 de noviembre, le puso los pelos de punta a más de uno: «hasta la victoria siempre» dijo en arrebato y en plena conciencia de que fue el eslogan utilizado al eterno por todos los dictadores de izquierda que se han enseñoreado en el continente desde 1959, el último de ellos Nicolás Maduro. Algo difícil de digerir si se mira hacia el vecino del sur o a Caracas, incluso hacia la próxima Cuba, que no son precisamente ámbitos de concertación. Menos aun cuando el opositor a Xiomara Castro derrotado en las urnas, Nasry Asfura, enarboló como bandera el eslogan «patria sí, comunismo no». Una de las propuestas de campaña de la nueva presidenta es fortalecer los vínculos con China, hoy en tensión diplomática, comercial y geopolítica, con los Estados Unidos, el principal apoyo de Honduras.

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Parte de las inquietudes mayúsculas con el nuevo proceso político que se abrirá en país centroamericano a fines del primer mes de 2022 (27 de enero), es la idea de una reforma constitucional. No es que no haga falta si se busca una transformación positiva de la sociedad hondureña y para al menos atenuar los estigmas que permanecen ligados con el atraso. Sucede que ese suele ser uno de los caminos alternativos que aprovechan quienes usan los mecanismos propios de la democracia occidental para disolverla desde adentro, como ha sucedido en Venezuela, entre otros procesos parecidos. En el manojo de esos temores aparece la figura de la pareja presidencial, el ex mandatario Manuel Zelaya. Él pretendía también una reforma constitucional y nada dice que una alteración de esa naturaleza no incluya la figura jurídica que permita una reelección indefinida y otro caso de alternacia matrimonial en el más alto cargo presidencial, como lo pretendieron hacer los Kirchner en la Argentina, en solitario Evo Morales en Bolivia y lo lleva adelante ahora Nicaragua. De hecho, no son pocos los que aseguran que será Manuel Zelaya el que ahora gobierne en cuerpo ajeno.

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El aferrarse al cargo no es nuevo en Honduras ni en la región. El presidente saliente, Juan Orlando Hernández, es otro de los ejemplos en ese plano. Saltó la letra constitucional, que no permite un segundo mandato, en su primera presidencia luego de derrotar a Xiomara Castro (2014-18) y se quedó por otro periodo en la sede del Ejecutivo. Hernández ha sido señalado de vínculos con el narcotráfico y por el auspicio de bandas criminales, así como de corrupción. Tiene abiertos procesos en los Estados Unidos y se asegura que será reclamado en extradición por ese país, donde uno de sus hermanos cumple condena por tráfico de narcóticos. Castro ha levantado la bandera de la virtud administrativa en contra de tales males y no ha tenido empacho en señalar a la actual admiistración como cómplice y partícipe de los mismos delitos que le imputan en lo internacional. No obstante, y eso se ha visto de forma reiterada durante las últimos dos décadas, que las pretendidas virtudes como fuero de la izquierda en el subcontinente no son obstáculo para untarse de iguales lacras antes o cuando asumen sus mandatos (aresprensa).

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EL EDITOR

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Diciembre de 2021

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* La columna Doxa expone la posición editorial de la Agencia de prensa ARES

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VÍNCULO : VENEZUELA, SIGUE LA NEGRA HISTORIA

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