LIAM NEESON, CASI UNA LEYENDA
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PATRIMONIOS CULTURALES  //  CINE  //  Publicado el 10 de agosto de 2021  //  17.30 horas, en Bogotá D.C.

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No ha ganado un Oscar, no todavía. Quizá no lo alcance jamás por sus sobrados méritos, como ocurrió con Peter O´Toole, entre otros gigantes que fueron leyenda y consagrados sin discusión, pero que no pudieron ganar la estatuilla tan merecida como caprichosa en su deriva. Además de sujeta a los vaivenes del tiempo, con cierto azar ligado al a priori del cruce de voluntades que premian. En esa especie de incómodo limbo se encuentra el irlandés Liam Neeson, tan irlandés como O´Toole, según se afirma. Neeson no pudo atrapar el premio áureo cuando realizó su filme máximo, el primero de sus grandes trabajos y el que lo consagró para siempre como actor de primera línea: «La Lista de schindler», en 1993. Ahora regresa después de muchos años y actividad sumadas a aquella protagónica y consagratoria aparición. Esta vez se presentó de nuevo en pantalla y en Colombia con una producción que se exhibe como «Venganza implacable». En ella resiembra y recoge el camino recorrido a posteriori de lo de Schinder, que es el que Neeson transitó en sus películas: acción pura. Eso, sumado a las aventuras de personajes cercanos, casi limítrofes, con las sagas de los agentes secretos. Pasó así a ser una suerte de ese otro británico de leyenda, Sean Connery, que luego de haber protagonizado al mítico agente con licencia para matar, nunca abandonó las tramas de carácter cercano a las semblanzas de aquellos primeros papeles de acción. Pero tiene una diferencia con el escocés que falleció no hace mucho: Connery pasó de la leyenda al mito y Neeson aún no toca la leyenda aunque esté cerca. O´Toole recibió un Oscar de consuelo en el 2003, una década antes de su muerte.

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Esa película de la lista de trabajadores judíos y de un campo de concentración en Polonia hizo inolvidable a Schindler, a su historia de protector de condenados y a Neeson. Está considerada como una de las mejores películas de las últimas décadas así como engrosa la enumeración de las principales de siempre . Aparte de sus aciertos estéticos, lo que la hizo meritoria fue lo curioso de su relato: ¡hubo nazis buenos!, y no solo eso sino que además ayudaban a judíos desahuciados. Tenía que ser un realizador de esa colectividad cultural y religiosa, Steven Spielberg, el que le diese forma creíble, aceptable y asimilable a un guión que bajo otro realizador hubiese podido correr otra suerte diferente a la de la consagración. Allí, agregado a lo profundo de la trama fílmica, estaba ese artista norirlandés ya con un recorrido en el cine industrial, quien también resultaba ser una rara avis como la historia de la película sobre aquel alemán benevolente que habia salvado hebreos en el centro de la caldera de la guerra y la persecución. Neeson también llegó a representarlo como evidencia de la contradicción, no igual pero parecida: un católico en un país del Reino Unido alineado con la condición protestante anglicana y, para colmo, en guerra religiosa tan interna como eterna para entonces.

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Ese salto imprevisto a la fama cumbre congeló la figura de Neeson y no le restó nada a su camino posterior. No alcanzó el Oscar a mejor actor porque en aquella ocasión ganó Tom Hanks, por «Philadelphia», pero le permitió desde entonces a mantenerse en cartelera con taquilla, aunque no ya con grandes películas de contenido reflexivo sino de acción. Una suerte de Rambo sofisticado, siempre en defensa del bien y de los valores de las hegemonías occidentales. Eso le permite, hasta ahora, mantenerse un escalón abajo de leyenda, pero muy cerca. Aún le queda tiempo para algún salto que le permita llegar a lo que alcanzó O´toole, Marlon Brando o el superviviente Clint Eastwood. Esas leyendas a las que todo se les perdona, como ocurrió con el protagonista irremplazable de «El Padrino» o aquel Anthony Hopkins de «Hannibal». Este último compartió cartel con Neeson, en la versión remake de «The Bounty», cuando aquel aún no saltaba al primer plano. Para que eso ocurriese aún faltaba una década de apisonar tierra en los estudios. Pero ya por entonces, hacia 1983, estaba en piso firme con su trabajo ante cámaras. Faltaba también tiempo para que se alcanzara la paz entre los confrontantes irlandeses, para superar siglos de sangrienta lucha, hambre y miserias humanas.

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Tal como correspondía a la historia de sus coterráneos durante la niñez y la juventud, la lucha que tuvo Neeson con la vida fue de todo menos fácil. El solo hecho de ser irlandés católico en medio de una sociedad y un poder protestante, como lo fue el de su natal Irlanda del Norte en aquella guerra interminable, significó tener enfrente una serie de cortapisas a sus expectativas vitales. Fue camionero, boxeador amateur campeón del Úlster, futbolista y también actor aficionado de teatro, al que llegó casi que por casualidad, atraído por una falda juvenil, siendo él mismo un adolescente. Al final de esos años de búsqueda, sin excluir la universidad, en los que tentó el ser físico teórico y dedicarse al magisterio, llegó a Londres. Allí estudió teatro con seriedad y dedicación plena, al tiempo que compartió techo y lecho con Helen Mirren quien le aportó impulso a una carrera que comenzaba despuntar con lentitud no menor a la de otros tantos después consagrados. El trabajar al lado de Hopkins como también lo hizo con Mel Gibson, aportaba pero no alcanzaba para la consagración integral. En la secuencia de frustraciones que se sumó a la de no ganar el Oscar, debe incluirse el tampoco haber logrado el Bafta o el Globo de Oro a mejor actor protagonista.

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Antes de tocar la gloria relativa con la historia de Schindler sumó más puntos junto a Eastwood en el cierre de la saga de otro mito de la ficción como lo fue «Harry el sucio». Eso y su aparición con sotana de jesuita en «La Misión», al lado de Robert de Niro y Jeremy Irons. Para ese tiempo y en el inicio de los 90 ya Neeson trabajaba para la industria de Hollywood y era conocido por los directores que completarían su parábola como actor de carácter. Entre los que se fijaron en sus talentos interpretativos estaba Spielberg, aquel que lo llamaría para su papel consagratorio. Cinco años después de llegar a la cumbre regresó a las tablas de Londres, ya no era un desconocido que luchaba por ganar un espacio. Luego de más una década por fuera del Reino Unido el público londinense, tan aficionado al teatro y a los clásicos de Shakespeare sobre el escenario, lo vio regresar triunfante y famoso en el mundo. Corría el año 1998 y fue dirigido por Richard Eyre para interpretar «El Beso de judas». A ese trabajo se sumó otra interpretación protagónica en el cine con una nueva versión de «Los Miserables», la clásica de Víctor Hugo, bajo la dirección de Billie August. Un año después estaba en el elenco de «Star wars», en la secuencia de «la amenaza fantasma».

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En las últimas dos décadas Neeson ha sido protagonistas de famosos filmes de aventura. Entre ellos «Venganza» (2008), nombrada como «Búsqueda implacable» o «Taken», en inglés, en el que la crueldad del secuestro no es menor a la que demuestra en su personaje protagónico para poner las cosas en orden y dejar fuera de combate a los secuestradores de su hija, en la ficción. Aquella fue la primera venganza en pantalla de Neeson, después llegó la de Estambul y ahora está esta otra, que aparece otra vez como implacable aunque ya había mostrado ese temple en las anteriores, haciendo un paréntesis con los derechos humanos que exige la justicia del Estado para los criminales, al menos en Occidente. Nada dice que pueda aspirar ahora a un Oscar como ocurrió con su personaje germano de máximo homenaje y despliegue histórico. Al tiempo que nada indica que Neeson llegue al nivel de frustración de O´Toole, quien a partir de «Lawrence de Arabia» fue nominado al premio de Hollywood en ocho ocasiones y en igual cantidad de veces se retiró de la gala con las manos vacías. La referencia no es vana, porque «La Lista de schindler» alcanzó a llevarse 7 estatuillas, incluido el otorgado al mejor director pero no el de mejor actor. Después de ese vacío Neeson ha tomado sus venganzas en pantalla (aresprensa).

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