IDIOTARIO DE ALBERTO FERNÁNDEZ II
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ACTUALIDAD  //  LA 3ra. OREJA  //  Publicado el 30 de octubre de 2021  //  18.45 horas, en Bogotá D.C.

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No es nuevo ni causa ya extrañeza, por la reiteración en dos años de gobierno. Los desatinos de Alberto Fernández al frente del estado argentino -al frente en términos formales- se suman en serie y sin solución de continuidad. Los exabruptos son constantes y nada indica que pierdan vigor en su contra durante el traumático mandato que se supone encabeza, para desgracia autoinfligida que también sufre su país. Ya nadie espera otra cosa del mandatario desdibujado por las seriales patinadas propias, el desastre administrativo, de gobernabilidad y de gobernanza, el hundimiento económico y el fuego amigo que le disparan. Este último también de manera permanente y diversa, efectuado en especial por protagonistas y sectores de la coalición propia. De los ataques y señalamientos a su gestión los más virulentos son los que le lanzan con frecuencia en labios ajenos aunque cercanos, esos voceros de la facción mesiánica de su aliada empoderada, jefa del presidente y virtual manipuladora del poder real en la Argentina: doña Cristina Fernández, la «viuda negra» de la Argentina.

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El sinsentido aparece a cada momento tanto en los dichos y acciones del gobierno, así como del mismo Alberto Fernández. También en las contradicciones que generan sus aliados de gestión casi en simultánea. Si el ministro de Economía, Martín Guzmán, dice que va a acordar y pagar la monumental deuda argentina con el exterior, en particular con el FMI, el hijo multimillonario de la expresidenta dice que el país no cumplirá con sus acreedores. Ese otro advenedizo exponente del poder en la Argentina, Máximo (alias «Mínimo») Kirchner, jamás trabajó en ocupación legal conocida, ni estudió como para ocupar con solvencia y mérito el cargo que ostenta, en tanto integrante del poder legislativo y por elección popular. Esto es parte de la realidad surrealista en la que se hunde esa Argentina, que alguna vez fue un país importante por sus logros. Pero aquí, en esta columna, lo importante es dar un pantallazo sobre los dislates del presidente, reiterados cada vez que abre la boca y también cuando no la abre.

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«...No es función del gobieno brindar seguridad...». Fue una de las últimas barbaridades, a nivel de idiotez que perpetró Alberto Fernández en contra de su pueblo, de su país y de sí mismo como presidente constitucional. Una salida que llama a preguntarse si el el mandatario está en sus cabales. Lo hizo en carta a la gobernadora de la provincia de Río Negro, Arabela Carreras, quien reclamó al promediar este octubre en la necesidad del envío de fuerzas federales para enfrentar en el sur el ataque del terrorismo que levanta banderas de reivindicación mapuche. El gobierno argentino no solo negó el apoyo sino que propició o hizo silencio ante el ataque a bienes y personas, así como a entidades públicas en la Patagonia, desconociendo no solo la Constitución del país sino el mismo mandato electoral que le dieron en el 2019 al Ejecutivo y a sus funcionarios. Esos grupos mapuches plantean la secesión de la Patagonia argentina así como también la chilena. Al otro lado de la cordillera el gobierno de Santiago no tiene tantas contemplaciones con los facciosos delincuentes, como corresponde. Después, Fernández ordenó el envió de gendarmes al área en conflicto, pero ya era tarde.

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«...a veces se me olvida que soy presidente...». Lo dijo también en público en agosto. Nadie duda de que el actual jefe del Ejecutivo argentino ganó en elecciones justas, pero sí existen dudas que van más allá de esa condición, en lo que hace al contrato social que se produjo por decisión del voto entre los argentinos con su presidente y con las normas que este debe acatar y hacer acatar. Todos saben que quien ejerce la autoridad y toma decisones presidenciales es la vicepresidenta Cristina Fernández, quien es dueña de aquellos votos que pusieron al otro Fernández en la Casa Rosada. Cabe preguntarse si el disparate que dijo se produce cuando debe tomar determinaciones importantes, eso si se tiene en cuenta que todas las decisiones de un presidente lo son. Lo grave es que suponga que está en un cargo que no le corresponde. El vacío de poder y la anarquía resultan evidentes en esta Argentina, las que causan aprensión porque Alberto Fernández cumplirá dentro de pocas semanas apenas la mitad de su espantable mandato.

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«...Los brasileños salieron de la selva...». Lo dijo en junio pasado y fue una barbaridad sin techo, una más. Lo afirmó Fernández frente al presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, de visita en la Argentina, y ante empresarios de ese país, citando en paráfrasis equívoca una presunta expresión del Nobel mexicano Octavio Paz. Alberto Fernández dijo: «...los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos...». Lito Nebbia incluye una metáfora parecida en una de sus canciones. Pero algo va desde la expresión de un escritor repetida por un cantante, a lo que puede significar en boca de un presidente, que incluye a su propio país en lo dicho. El repudio al exabrupto de Fernández no fue solo de quienes viven en la Argentina, también del exterior llegaron los dardos, junto con la burla y las ironías por la pifia monumental. La repulsa en todo el continente y Europa arbarcó calificativos como el de racista y presuntuoso, de aquella presuntuosidad de la que se suele señalar a los argentinos. Aunque presentó disculpas a posteriori, también en esta ocasión lo hizo cuando ya era demasiado tarde.

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 «No soy un careta...». Lo dijo en el agosto reciente durante un acto público desde Olavarría, en el interior de la provincia de Buenos Aires. Quería disolver la reacción que produjeron sus declaraciones previas negando responsabilidad en la realización de la fiesta ilegal ocurrida en la residencia presidencial de Olivos, para celebrar el cumpleaños de quien funge como Primera Dama del país, doña Fabiola Yáñez. Este hecho sucedió en julio del año pasado cuando estaban vigentes las extremas medidas que el ejecutivo argentino había dispuesto para prohibir reuniones públicas o privadas con el fin de evitar las consecuencias de la pandemia. Eso no fue obstáculo para que el presidente hiciera caso omiso de sus propias disposiciones y efectuó en la residencia presidencial varias reuniones festivas sumadas y con gruesa asistencia. Cuando se conocieron los hechos reiterados estalló el escándalo público y la condena masiva. La Presidencia primero lo negó y desmintió. Luego, cuando lo evidente fue imposible de ocultar el presidente lo admitió y el propio Alberto Fernández salió a decir que él no había autorizado la celebracion cumpleañera sino que fue responsabilidad de su mujer. Eso generó un nuevo rechazo general esta vez mayor, agregado al previo. La sumatoria de traspiés obligó a Fernández a presentar más disculpas y negar aquello de lo que se le acusó: mentiroso y «careta». En el lunfardo argentino «ser careta» significa ser hipócrata, engañoso y que cambia de opinión y actitud en giro diametral según las circunstancias, en particular cuando son contradictorias y repugnantes, como en este caso al no querer asumir la carga de su responsabilidad y pretender señalar como culpable a una mujer, su mujer.

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«...El mérito no nos hace evolucionar...». Lo dijo en septiembre del año pasado. Negó como jefe de Estado lo que es eje y núcleo del pensamiento moderno, sin desconocer el mandato bíblico: ganar el pan con el sudor de la frente. El delirante criterio del presidente de la República Argentina también fue repudiado con olas consecutivas de comentarios impugnadores en medios públicos y en las redes sociales. Pero en realidad no es un pensamiento nuevo ni carece de alguna lógica concreta. El español Carlos Gil Hernández acaba de ganar un premio europeo por esbozar y fundamentar una tesis en la que señala que el esfuerzo no siempre da rédito cuando no hay igualdad de oportunidades. Esto es: «...a los malos estudiantes de clases altas no les va mal en la vida...». Pero esto no invalida el criterio profundo de que el esfuerzo es virtud para obtener lo que se busca con el proyecto vital. La gaffe del presidente argentino podría ser una venia para no pocos de quienes lo acompañan en su coalición política, enriquecidos mientras fueron funcionarios públicos. También el de varios secretarios y cargamaletas del matrimonio Kirchner, tales como Rudy Ulloa, Daniel Muñoz y Fabián Gutiérrez, entre otros. Eso sin dejar de lado a los hijos del que fue matrimonio presidencial, Máximo y Florencia Kirchner. A esta última la justicia argentina le incautó hace un lustro, en una caja bancaria personal (Banco Galicia), una fortuna de casi 5 millones de dólares en paquetes termosellados. Ninguno de los dos trabajó en algo productivo una sola hora en su vida. De todos ellos, los nombrados, ya se sabe cuál ha sido el mérito equívoco que les permtió acumular sus fortunas. En efecto, no lo hicieron con el esfuerzo como virtud ni con el trabajo honrado (aresprensa).

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