FRANCISCO, UNA DÉCADA
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ACTUALIDAD  //  DOXA  //  Publicado el 25 de marzo de 2023  //  19.00 horas, en Bogotá D.C.

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En el mes que concluye, Francisco celebró diez años al frente de la Iglesia. Alguna vez pudo ser difícil imaginar a un pontífice de esta parte del mundo, con países demasiado jóvenes, demasiado crudos como para encontrar a alguien capaz de arbitrar a una conflictuada institución milenaria, como lo es la Iglesia Católica. Países que muestran en sus procesos que están aún en plena adolescencia si no incluso en minoría de edad. Menos podía ser posible que ese jefe de la entidad religiosa más importante de Occidente fuese argentino, por las causas señaladas y tantas otras en línea. Eso pensaban muchos, pero ocurrió, a pesar del pesimismo de la misma Iglesia al respecto y, en especial, porque Bergoglio ya había perdido la elección previa, que puso en la silla de San Pedro al cardenal alemán Joseph Ratzinger.  Fue por ese cúmulo de hechos que los corrillos en contrario hace diez años no anticipaban algo favorable al rioplatense en lo que definiría el cónclave en aquellas jornadas previas a ese 13 de marzo de 2013. También fue por eso que los escépticos en un primer momento se negaron a creer la noticia de la elección de Francisco. Lo concreto y para nada espiritual en el ascenso del nuevo papa fue para no pocos un balde de agua del que no se sabe aún con cuánta temperatura en más o en menos les cayó en la ocasión decisiva.

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Ya por entonces la Argentina bajo la presidencia de Cristina Fernández atravesaba las crisis que hasta hoy no se han solucionado y aun más, se agravaron. Tampoco a ese cuestionado gobierno le interesaba que Bergoglio ascendiera al trono de San Pedro. El kirchnerismo era por entonces enemigo inconciliable del discutido candidato al papado. Ese fue el panorama que enfrentaba el cardenal Bergoglio cuando ingresó a la junta de purpurados que elegirían al nuevo papa. Dentro de esa ahora distante realidad contundente, aparece la renuencia continuada del papa para viajar a la Argentina. En el otro extremo del panorama, la selección de fútbol campeona del mundo rechazó mediante sustracción de materia, en el pasado diciembre, cualquier encuentro con un gobierno integrado por delincuentes condenados y afines, así como por cómplices de los mismos. En esa lista figura la actual vicepresidenta de la República, Cristina Fernández, la misma que le hizo al cardenal Bergoglio todo tipo de rechazos, hace más de una década.

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Quienes menos desearon y no apostaban un devaluado centavo de peso argentino por el elegible en la distancia, fueron los que estaban en la Casa Rosada. El gobierno de Buenos Aires detestaba al cardenal y, en general, los Kirchner y sus seguidores le habían hecho imposible la vida pastoral al prelado argentino, la máxima cabeza de la Iglesia de ese país.  Es necesario trazar esas líneas innegables de la historia para entender lo incomprensible de todo lo que pasó después. Hoy, a una década de aquella decisión pastoral que se supone estuvo impulsada por el imaginado Espíritu Santo que forma parte de las creencias del catolicismo, el papa Francisco permanece como obispo de Roma y emblema de la Iglesia mayoritaria en Occidente, con más de 1300 millones de creyentes en el mundo. Sobre esa grey universal ejerce Francisco su poder temporal y universal, como heredero de San Pedro. Es el papa que hoy con achaques propios de su edad sigue al frente de su Iglesia. Llegó por entonces con intenciones reformistas de una jerarquía y estructura señalada por corrupción y mañas administrativas poco convencionales como para ser soslayadas. Eso y otros pecados no menos graves.

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Algunas de estas deformaciones de manejo y dinámica se habían convertido en desviaciones que ponían en riesgo la propia existencia de la milenaria Asamblea que crearon los seguidores de Cristo. Su influencia con más de dos mil años de antigüedad se proyecta sobre todo el planeta y es la América que fundaron España y Portugal donde tiene más feligreses. Esas dificultades para enfrentar lo descomunal de las lacras que incluyen los abusos sexuales de simples curas y jerarcas, entre otras razones, habían precipitado la inesperada dimisión de su antecesor, el hoy papa emérito Benedicto y de esas pulsiones internas surgió la figura de Francisco y su propósito reformador. Las ascuas no terminaron en los preliminares y no fueron pocos los que le auguraron al nuevo obispo de Roma un destino poco afortunado a su presencia y travesía por las tribulaciones de la Iglesia. Pero allí se mantiene firme el timonel de la institución, que tiene el poder de un monarca y un peso espiritual indiscutible, no solo sobre su propia feligresía sino además para otros credos e incluso dentro de la extensa gama de particularidades del cristianismo.

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Las dolencias no le han hecho mella a una calmada energía para ir cambiando parte al menos de lo que se propuso cambiar. Sus propuestas aperturistas, como era previsible, le han generado enconada oposición de sectores conservadores, para nada dispuestos a las exigencias de los tiempos en sociedades cambiantes y en crisis, incluidas las crisis de la propia organización religiosa que controla el papa. Algunos de esos cambios alcanzaron los núcleos de poder internos que mantenían nichos de silencio ante la corrupción y los abusos contra menores y comunidades vulnerables. Hechos ciertos que las hegemonías protestantes habían aprovechado para potenciar su crecimiento en sectores de países de arraigo católico como los de la América Ibérica. Los viajes apostólicos a la región han sido parte importante de su trabajo, para revertir la tendencia que a veces hace ver a la Iglesia distante de los problemas e injusticias del mundo. No está lejana, pero algunos de sus miembros la cargan con esa fama negadora.

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Por eso la llegada de Francisco al Vaticano también hizo pronosticar que su paso por el sitio donde reinó San Pedro sería revolucionario. Brasil y México han sido dos de los países cercanos al sitio donde nació, que fueron escenario de sus visitas cargadas con mensaje de esperanza. Pero nunca visitó a su patria, hasta la fecha, diez años después del inicio de un pontificado que se estima continúa el mensaje de Cristo. Los conflictos internos de su Argentina han sido parte de los motivos para postergar esa esperada visita que siguen alentando sus compatriotas. En parte esos motivos que fundamentan la renuncia de poner pie en la Argentina están en su propia historia política. En su juventud y primeros años de sacerdocio Bergoglio estuvo vinculado a la parábola política peronista. Fue consejero espiritual de una agrupación juvenil interna de esa corriente de pensamiento, que rechazaba la violencia de otra ala juvenil vinculada con organizaciones terroristas. Debe decirse con toda transparencia: el recién ordenado sacerdote Jorge Bergoglio jamás respaldó la violencia, ni en su tiempo a la llamada Teología de la Liberación

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El papa Francisco nunca ha hecho renuncia de esas convicciones e incluso, a veces, sus discursos y acciones mantienen viva tal memoria. Pero la degradación histórica de la Argentina en la que son parte básica y responsable los herederos del peronismo violento que hoy gobierna de nuevo al país del Plata, deben hacer pensar en la negativa a un viaje que resulta para el mundo demasiado sugestivo. El papado no quiere cargar con la responsabilidad de un uso demagógico en favor de quienes han llevado a su país de nacimiento al abismo. Quienes lo despreciaron en su momento y lo marginaron con saña cuando fue el jefe de la Iglesia argentina, después de la elección del cónclave romano, revirtieron su tendencia y desfilaron en Roma para buscar el apoyo que cambiase la imagen de corrupción, inflexión y dislate que continúa en la actual dirigencia de la que es emblemática Cristina Fernández. No solo la selección argentina de fútbol desprecia al actual núcleo de poder en Buenos Aires, parece que Francisco tampoco quiere que lo unten con esa marcada estulticia y desprestigio (aresprensa).

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Marzo de 2023

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EL EDITOR

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VÍNCULOS : FRANCISCO EN LA BOCA DEL LOBO

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