CHILE, LLAMADO A LA MODERACIÓN |
ACTUALIDAD // Publicado el 19 de diciembre de 2021 // 19.15 horas, en Bogotá D.C.
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El triunfo de Gabriel Boric en las elecciones chilenas, que cierran un año de varias pujas electorales en la región, mantiene el pulso entre los dos modelos contrapuestos en el subcontinente, y se da así un sorpresivo golpe a los sectores aprensivos por un avance de la izquierda temeraria, que pone en riesgo la estabilidad institucional de varios países. No son pocos los que rechazan lo que muestran tanto Venezuela como Nicaragua, al igual que la Argentina, por citar solo tres casos. Pero tampoco son escasos los que mantienen la exigencia de mayor equilibrio y cierre de desniveles sociales, a veces con violencia. Uno de estos otros casos es el de la sociedad chilena. La victoria electoral del joven candidato fue contundente. Se trata del hombre más joven que ocupará el palacio de La Moneda, en Santiago. Asumirá su mandato apenas cumplidos los 36 años y es oriundo de Punta Arenas en el extremo sur chileno, sobre el Estrecho de Magallanes. Sus ancestros son croatas, en un territorio donde los inmigrantes de ese origen han sido destacados en aportes. Su triunfo, sin que hubiese promediado el conteo de votos definitivo, permitió una proyección por encima de su rival, José Antonio Kast, por encima del 10 por ciento. Eso sí, el triunfo de la izquierda en Chile expuso de manera descarnada el desmoronamiento del centro moderado, expresado por quienes construyeron la llamada Concertación hace tres décadas y, en especial, tanto a la vieja democracia cristiana como al socialismo en el que alguna vez militó Salvador Allende. Gabriel Boric asumirá en marzo. De un padrón electoral de unos 16 millones de sufragantes votó un 50 por ciento de los habilitados para hacerlo. Una cifra suficiente para blindar y dar legitimidad a la jornada, según voceros oficiosos, en un país donde el voto es voluntario.
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Escribe: Rubén HIDALGO
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La implosión del centro político chileno dejó en carne viva la polarización que ya había estallado en las turbulentas jornadas de 2019. Las que pusieron en jaque la estabilidad supuesta del mandatario saliente, Sebastian Piñera, y de lo que había heredado en el largo periodo reinstitucionalización previa. Todo venía por debajo de la superficie, casi sin alertas y con la complicidad tácita del exceso de confianza de la clase dirigente. El estallido puso sobre la mesa la inconformidad de gruesos sectores de la población, impactados por una clara eficacia administrativa y del manejo económico, frente a una dirigencia que no le puso cuidado a las grietas y la marginalidad que siguió tan campante, como siempre lo ha sido en Chile. El tema educativo y el de las jubilaciones, junto con el acceso a la salud, fueron una bandera de los inconformes y también una pancarta para el extremismo que sacó la cara en un Chile que pareció por mucho tiempo anestesiado. La neutralización de los hechos, manu militari, hicieron suponer en erróna visión que el país estaba a salvo de la inestabilidad que muestran algunos de sus vecinos.
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La destrucción de bienes públicos, patrimonios históricos y privados, precipitados en lo que se llamó «estallido», hizo saltar por el aire lo imaginado y envidiado por el vecindario. Ese centro que había manejado el país por tres décadas ha pagado en este proceso un alto precio, que es el resultado de la pérdida de credibilidad. El hundimiento de la estabilidad que seguirá ahora por inercia y nadie sabe hasta cuándo, cualquiera hubiese sido el resultado de las urnas, tiene ingredientes agregados que hacen que el eventual control en democracia sea de difícil manejo. Uno de ellos es lo que decida la Asamblea Constitucional que se prepara para introducir reformas que es probable que una parte de país rechace. El sesgo ideológico de los delegados reformadores traza una línea divisoria entre aquel antes y el después de toda reforma de ese tipo, pero aquí es más aun. El otro aspecto son las transformaciones económicas de impacto social en beneficio de quienes tuvieron razones para la protesta y el disloque de lo que venía. El tema jubilatorio y de acceso más equilibrado tanto a la educación pública como a la salud no son simples reclamos.
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Se trata de un estigma para un Estado que fue orientado por unos gobernantes que pretendieron no ver lo que pasaba bajo sus pies. Ello no obstante los buenos datos de una economía sana en lo macro, que no señalaban moras intolerables de democratización y acceso tardío a las promesas de la Modernidad. Otro aspecto es el movimiento subversivo secesionista el sur del país. Esa estabilidad en parte aparente y en parte real que dejó a la herencia del proceso de la Concertacion «en esqueleto», tal como se decía en el siglo XIX cuando una fuerza militar quedaba diezmada, desarticulada y en derrota, debió apostar a uno de los dos polos en constraste por ahora inconciliable desde lo ideológico, y eso es es peligroso para el inmediato futuro institucional chileno si a eso se le suma lo que pueda salir en lo que decidan los constituyentes. Esa distancia y eventual y ruptura de criterios sobre la manera de manejar el país podría equilibrarse en el legislativo: el senado comparte en medidas iguales (25 senadores) las fuerzas enfrentadas de manera vertebral en esta etapa histórica de Chile.
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En las últimas dos semanas de campaña tanto los dos candidatos como sus seguidores apelaron al canibalismo político. El despellejar al rival en la tribuna suele
ser normal en la política pero en el caso de Chile esto tiene otras connotaciones y presagios, propios de la radicalización en sesgo sin concesiones y la indefinición de última hora: los sectores
rurales y empobrecidos del norte y el sur del país apostaban por el conservador Kast. En tanto, los sectores urbanos iban por la izquierda, según las encuestas previas al desenlace. Toda una contradicción
de difícil respuesta salvo por el tema de la seguridad en riesgo, en el norte debido a la migración venezolana y en el sur tomando el tema mapuche como causa del rechazo a la izquierda concesiva con el extremismo.
En efecto, el pavor por un eventual ascenso de los sectores que alienta el viejo partido Comunista fue un factor de pérdida de votos para el candidato Boric en primera vuelta, que tuvo a ese segmento de la izquierda
como uno de sus principales aliados de campaña. Es cierto que en la Concertación los comunistas acompañaron al segmento de la izquierda socialista, pero en un rol secundario.
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En esta ocasión, ese sector que produce temor en gruesos segmentos de los votantes chilenos tuvo y tendrá mayor protagonismo para la alianza de Boric. Pero el presidente
electo ha mostrado un rostro republicano que señala la necesidad de cambios, pero sin caer en desmesuras desinstitucionalizantes, como ocurre en la vecina Argentina. En tal sentido debe señalarse que luego del
llamado por videollamada del presidente Sebastián Piñera al triunfador, el electo Boric,este reafirmó su convicción republicana y el compromiso de «gobernar para todos los chilenos», a diferencia de la facción encaramada en la Casa Rosada de Buenos Aires, que considera enemigos y «antipatria» a la oposición
que acaba de derrotarlos en elecciones legislativas. El propio Kast al reconocer su derrota y dar gracias a sus colaboradores de campaña llamó al «sentido común» y a la unidad nacional, ofreciendo
su compromiso con el nuevo mandatario para trabajar por su país. Algo impensable del otro lado de la cordillera, donde el discurso de la facción gobernante es solo el insulto y la descalificación hacia
quienes no piensan como lo hace el grupo mesiánico de los Fernández (aresprensa).
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VÍNCULO : COMPLEJA DECISIÓN CHILENA
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