CATÁSTROFE BRASILEÑA |
ACTUALIDAD // DOXA * // Publicado el 21 de abril de 2021 // 16.45 horas, en Bogotá D.C.
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Las cifras golpean al gigante sudamericano y prolongan el traumatismo tanto sanitario como político. La bofetada ciega del virus a la gestión del presidente Jair Bolsonaro no amengua frente a su actitud despreocupada en la puesta en escena y desde el principio laxa, incluso en la respuesta a lo social sobre lo que sobrevendría y sobrevino para el país. La crisis sanitaria sigue su curso en el pico, porque la ola fatal mantiene la marcha en la frontera del colapso hospitalario y de fallecimientos, que no amaina por estos días. El otro factor de nerviosismo para el mandatario es la suma en lo político, con un Lula da Silva en actitud de competencia presidencial y alivianado parcial de los cargos judiciales por corrupción. Una posibilidad que traería de vuelta y al primer plano en América Latina a los demonios y delirios del mal referenciado Foro de São Paulo. Los mismos que un electorado brasileño cansado pretendió aventar con la presencia de Bolsonaro en el Planalto. El mandatario en ejercicio destituyó tres semanas atrás a varios de sus principales ministros de estado y precipitó la salida de la cúpula militar. Cayeron en el insospechado remezón seis de los ministros, entre ellos el de Defensa, el de Salud y el canciller. Pero no todos fueron despidos, también hubo renuncias en el lote de desahuciados pero la presión hizo inevitable esos retiros voluntarios aunque obligados.
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Fue un esfuerzo tardío por conjurar las críticas acerbas a su gestión en general, aunque con centro de atención en el marasmo que generan los datos de la pandemia. En el año largo desde el inicio de las cuarentenas por el impacto Brasil ya se aproxima a un acumulado de 400 mil fallecimientos y en algún estado del sur hubo en el último bimestre que aún corre más muertes que nacimientos. El cambio de rumbo con base en la cabeza de sus colaboradores no parece suficiente a primera vista. En tanto hay quienes en Brasil aceptan con resignación el “designio divino” que trae la plaga. y desafían el riesgo de contagiarse yendo a tomar sol en la playa. Así, como lo hacían en tiempos de la Bossa Nova, Vinicius de Moraes y sus amigos, mirando el contonearse en ritmo hacia el agua de “la chica de Ipanema”. Pero en aquellos lejanos años no había peste buscando untar a los despreocupados. En el entretanto, el presidente no deja de lado la tangente más cuestionada de su gestión: el manejo de la catástrofe. Él insiste en lo que siempre ha sostenido y sigue manifestando.
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Eso es, el desdén hacia la argumentación que busca establecer prevenciones y controles estrictos. Lo cual por otro lado la población también desobedece con desborde y con una suerte de desprecio por la acechanza que está en las calles y los sitios de encuentro y actividad social, tanto como en lo comercial y de recreación. Hay expertos en imaginarios sociales que señalan que la razón de estas conductas está en una forma de fatalismo con amarre religioso. Eso es lo que haría obrar a individuos y grupos en el sentido de apartarse de los cuidados extremos, aceptando la posibilidad de un sino que, como desenlace fatal, no estaría en manos de la gente el evitarlo. En esa percepción colectiva sería vano el tratar de hacerle un quite al contagio. Quizá sea esa la razón por la que los bañistas locales -no tanto los turistas- se siguen reuniendo en las playas y calles de la extensa costa del país, haciendo caso omiso de las advertencias.
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Desde esa perspectiva la óptica de Bolsonaro tomaría como referencia propia ese lastre subjetivo de orden metafísico. No debe olvidarse al respecto que el mismo presidente brasileño tiene un amarre de favorabilidad en esos segmentos de marcado arraigo religioso, de los que no está exento un marcado fundamentalismo, y que fue con sus votos que cristalizó sus aspiraciones, las que le permitieron un triunfo electoral, sorprendente en su momento por lo inesperado. La campaña tremendista en sus afirmaciones y descalificaciones, que recordaban en igual sentido lo alcanzado por el ex presidente Donald Trump para llegar a la Casa Blanca. Fue algo que también le dio rédito a Bolsonaro para alojarse en Brasilia por al menos cuatro años. De ese tiempo de mandato ya ha consumido dos almanaques largos. Ni siquiera la presencia de un Lula de nuevo empoderado pareciera alterar a Bolsonaro, quien sigue despreciando los temores del invisible atacante que asola a su país tal como lo hace con el resto de la región.
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Los golpes del coronavirus no parecen alterarlo pero sí lo hacen y debieran mellar aun más una actitud que pareciera a veces de irresponsable arrogancia desafiante, frente la evidencia de la situación catastrófica. Desde el inicio de la pandemia el Brasil no ha dejado de mostrar picos aterradores y eso al margen de la gigantesca masa poblacional, en comparación con la cantidad de habitantes de los demás países sudamericanos. En la última semana las cifras ratifican la saturación de las unidades de atención para pacientes graves y el aumento del número de fallecidos en espera de camas de emergencia. No solo es eso, el presidente también prescindió de su cúpula militar y de ministros emblemáticos de su gabinete, como los de Economía y de Salud. Una drástica cirugía que puso de relieve las contradicciones internas por el manejo del drama. Las fricciones no están limitadas a los círculos inmediatos del poder en el Planalto, Bolsonaro también choca con gobernadores y no pocos alcaldes (prefeitos).
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El tema de la cepa de Manaus estigmatiza además al Brasil, con algo de injusticia y prejuicio, y la aprensión tácita es en realidad un pase de facturas a la soberbia del presidente Bolsonaro y al hecho de que no reduce el desdén aparente por los que sufren y mueren a diario en su nación. Algo hay del ya señalado metarrelato religioso que atraviesan las actitudes ante las diferentes realidades que se deben asumir. No pocos de sus votantes protestantes están imbuidos del relato providencialista, aunque esto no sea en conciencia de superficie sobre las conductas individuales o sociales. Desde tal perspectiva con disparador religioso, los que se salvan están tocados por la señal salvífica de Dios, el resto... que sufra. Es el mismo desprecio que desde el poder se suele mostrar por los pobres y desvalidos, algo bien diferente y diametral en la diferencia fáctica y de palabra, con la a veces difusa caridad católica. Aunque también vale señalar que a pesar de su pérdida de seguidores en las últimas décadas, los católicos siguen siendo mayoría en el vecindario, incluido Brasil.
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Aunque ese tema, el religioso, es de otro ámbito de reflexión, sirve para una óptica alterna de lo que se está viendo en el mundo en cuanto a la tragedia universal sin amago de inflexión. Hay países que acaparan vacunas y otros en los que escasean. Son unos 27 los estados que almacenan y distribuyen la mayor cantidad del biológico en sus distintas marcas y procedencia. Vaya curiosidad: son los de mayor poder económico y político, incluida Rusia. Canadá posee una cantidad de vacunas que supera en 6 veces sus necesidades, Gran Bretaña tiene 3 veces más de lo que requiere. Es cierto que los grandes fabricantes elaboran unas 300 millones de dosis al año, en tiempos normales. Pero ahora se necesitarían unos mil millones de unidades anuales y en ese desgarro de las cifras, que no es un simple dato estadístico, todo entra en mayor asimetría. Los lotes de vacunas están entrando a Brasil con celeridad pero nada parece suficiente con la trompada sanitaria que sufre el ya golpeado país tropical ”...bendito por Dios”. Nervioso está el gobierno y nerviosa la población, aunque no todos: no lo están los afines al providencialismo (aresprensa).
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EL EDITOR
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* La columna Doxa expone la posición editorial de la Agencia de prensa ARES
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