AFGANISTÁN: OTRA VEZ EN PUNTO CERO |
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ACTUALIDAD // Publicado el 31 de agosto de 2021 // 07.00 horas, en Bogotá D.C.
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Aquel distante país donde Alejandro fue frenado, a medias, ha regresado a la situación en la que se encontraba cuando Occidente resolvió invadirlo: fortaleza para resistir y semabradío del terrorismo mundial, además de multiplicación de los cultivos de alucinógenos, en especial opio. Dos sembradíos de diferente cultivo e igual riesgo inmediato y daño posible para el mundo. La patética escena de personas colgando de los aviones que levantan vuelo es el ápice presente de una tragedia que no es personal sino colectiva y que no es evidencia de una crisis pasajera sino el inicio de lo que viene. Durante la hegemonía interna del talibán, antes de que las tropas extranjeras tomaran el control del país, la barberie cultural y de criminalidad en nombre de Dios, el dios del Islam, se apoderó de todas las esferas del país. Un terror que sufrieron todos, aunque de manera particular la mujer. «Ser mujer para ellos es un pecado y una condena», dijo una refugiada afgana en Sudamérica. Sabe lo que dice, por algo huyó hacia esta parte del mundo. La caprichosa aplicación por entonces de la sharia -ley islámica- tenía sesgo para ellas hacia la muerte, sin mediaciones ni contemplaciones, o la amputación violenta de la mano derecha, la de la dignidad personal. El miembro con el que se come y es posible realizar obras de bien. Es una forma de amputación irrecuperable de la dignidad personal, porque lo personal no es importante para buena parte del Islam que cree más en el sujeto colectivo que en el individual. Una visión de mundo opuesta de forma radical a la que sostiene Occidente, la cual para el radicalismo del profeta es expresión del demonio.
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El retiro de las potencias occidentales del país fue vergonzoso y debe considerarse como una derrota autoinfligida, parecida al corte de mano, como amputación inferida
a la propia idea de dignidad. El mismo que de manera concreta y para nada simbólica, practica el extremismo islámico como ley, penalizando a quien viola un precepto básico. Para los seguidores del profeta
esa penalidad se aplica en especial al que roba, pero en este caso la culpabilidad recae en quienes abandonaron sin más, en el país que ocuparon durante dos décadas, a los que facilitaron la presencia
de los extranjeros. Estos fueron en especial colaboradores de primera línea, como traductores y especialistas en diferentes áreas. Una lista que incluye a mujeres, que son quienes más quedan asediadas
por los que aplican la sharia. Son mlles de ellos dejados a su suerte, en general gente preparada y joven, aunque en especial esas mujeres que estudiaron y aportaban a sus
familias con lo que ganaban en las tareas, normales en cualquier país normal pero que en Afganistán suele ser considerado un crimen, desde la perspectiva de los radicales que acaban de tomar el poder.
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Aun cuando estas facciones empoderadas han dado garantías de moderación en esta nueva etapa de control relativo del país, las dudas al respecto son consistentes
en el sentido de que esa voceada moderación se mantenga en el corto o mediano plazo. Además, aun si así quisieran mantener esa política que rubricaron con las potencias occidentales en los acuerdos
que se cerraron en Doha, lo real es que la facción talibán triiunfante en la hora tiene presiones innegables en el interior del complejo país, con un mosaico de etnias y visiones del Islam que muestra
tonalidades e intensidades interpretativas que hacen más trémulo y peligroso el acual estado de cosas de por sí inestables. Los salvajes y recientes atentados de Kabul sobre las áreas cercanas al
aeropuerto, con casi dos centenares de víctimas mortales, así lo señalan. Esos grupos, herederos del Al Qaeda original son fuertes en el norte y el este del país. Acaban de avisar lo que siempre han sostenido: el talibán es una corriente «blanda» del Islam, incapaz
de aplicar de manera vertical lo que plantea el enfoque islámico desde la óptica wahabista, que ellos sostienen y es una de las variantes extremas del Islam.
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La facción wahabi es la que representó el conocido Osama bin Laden, que se ha expresado en puntos diversos, como fue el califato disuelto entre Siria e Irak, representó el propio Al Qaeda y ahora los autores del último gran atentado. Durante su permanencia en Afganistán, bin Laden propició un entendimiento inestable entre los radicales del talibán y los radicales extremos que seguían el Islam reseñado. Ese enfoque wahabista nació en Arabia Saudita y se extendió como Jihad expansiva e irredimible por los países sunitas de la región. También rechazan la visión shiita de Irán y de una parte de Irak. El señalado enfoque es el que no hace concesiones
a la Modernidad y menos a la visión secular de Occidente, ni a su democracia, tal como se la conoce en el largo proceso de germinación desde el Renacimiento hasta hoy. Hechas estas precisiones aparece como un
desfase el concebir que el talibán es «blando» porque negocia con los occidentales y podría rever sus consideraciones frente a la aplicacion de la sharia, en particular en lo que hace al papel social de la mujer.
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Eso no debe extrañar, porque es cierto en los hechos históricos. La barbarie demostrada por los facciosos del talibán hace dos décadas puede tener ángulos
transables. Para los wahabistas no es válida esa posibilidad y la combaten con las armas y el terror. Junto a esa diferencia de perspectivas deben sumarse variables
que también acrecientan la tension y puja de poder interno. Tal diferencia está en lo tribal y regional. El talibán tiene su fuerza en el centro y el sur del país, en tanto que sus oponentes controlan
el norte y el este. Vale señalar que en estas dos regiones las fronteras los ponen en contacto con China, Rusia y Pakistán. La sensibilidad de los chinos a lo ocurrido con el complejo país cercano tiene
que ver con los uigures, pueblo chino que profesa el Islam y que ha sido reprimido con dureza por Beijing, hasta hoy. Rusia también tiene una sensible barriga que toca
a los seguidores del Corán, los chechenos son un ejemplo cercano en el tiempo. De igual forma, tal y como han sido de traumáticas sus relaciones cercanas con
Afganistán y lo han sido históricamente con el sur limítrofe de lo que fue el imperio turco.
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Las maniobras militares conjuntas entre China y Rusia, en fecha reciente y sobre las fronteras que comparten, próximas a Mongolia, tuvieron que ver con lo que sucedía en Afganistán en las semanas previas a la retirada de los aliados occidentales. Ambos calificaron como «irresponsable»
la abrupta contamarcha de esas tropas presentes en el mortificado país, ahora en emergencia e inestabilidad mayor y sin futuro cierto a la vista. Pero estos dos paises limítrofes en riesgo inmediato no solo
están inquietos y lo hacen evidente mostrando el músculo militar. También usan la zanahoria. Eso está presente en la posibilidad de afrontar negociaciones con quienes en definitiva estén
en condiciones de estabilizar el interior afgano para la explotacion de metales raros, que son necesarios para el desarrollo de las tecnologías de punta y con los que Afganistán cuenta de manera pródiga.
Esos materiales estratégicos son fundamentales para la pugna tanto geopolítica como biopolítica -esta entendida a la manera de Michel Foucault- que se juega en el mundo. Es un pulso que apenas comienza, si se acepta que además de la contienda fisica y en terreno se disputan favores culturales y de subjetividad,
dentro de un marco de terrorismo universal posible (aresprensa).
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VÍNCULO : PERÚ INESTABLE
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