PERÚ INESTABLE
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ACTUALIDAD  //  Publicado el 28 de julio de 2021  //  17.45 horas, en Bogotá D.C.

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El nuevo presidente del Perú asumió este 28 de julio, una fiesta patria del país cuyo eje y razón básica se remonta a la presencia de José de San Martin en Lima y a la declaración de su independencia por parte de este libertador. Aquel que en ese día hace hoy dos centurias entró sin ruido alguno al caer la tarde en la que fue llamada «ciudad de los reyes», vestido de paisano. Es una doble celebración hoy para nada despojada de tensiones y de un pesimismo evidente, que contrasta con una eventual exigencia de optimismo ante el cambio que precipitaron las urnas y que por ese solo hecho debiera ser una celebración del buen funcionamiento de la democracia moderna. Porque, sin duda, en este caso las tribulaciones que se generaron desde el triunfo electoral del maestro de escuela rural Pedro Castillo, las emociones colectivas afloraron y repercutieron en los macro procesos que condicionan la evolución del país. Todo sigue revuelto en el Perú desde hace varios años y nada dice que por ahora el choque de factores concretos y de sentimientos vuelvan a sus cauces normales y al reacomodamiento institucional. En efecto, lo institucional es lo que en verdad está en juego y no el simple conteo de votos que es propio de una coyuntura eleccionaria, como la pasada reciente. Eso y la fortaleza de la macroeconomía del país, que no sufrió demasiados impactos con las crisis que acompañaron los tropiezos de la evolución política, hasta la aparición repentina e inesperada del nuevo presidente . El cuadro vigente en el Perú que toma Pedro Castillo se precipita como si ciertos cuadros de situación no hubiesen cambiado en dos siglos de vida independiente. Hace doscientos no contaban las mayorías. Si hubiese sido así es probable que los acontecimientos históricos hubiesen tomado otro rumbo. Ahora sí son los más son visibles, aunque a veces esto sea relativo en el juego de la democracia.

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Escribe: Néstor DÍAZ VIDELA

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En el último lustro previo a la llegada al control administrativo y político del outsider e inefable Castillo hubo cuatro presidentes en el país, que fue la joya sudamericana del imperio español. Es una clara muestra de inestabilidad política, incorregible hasta hoy y a lo largo de historia como país soberano. También es muestra de una cierta anarquia que profundizó en lo reciente la corrupción, la tradicional que agobia no solo al Perú sino a la región toda, y la estructural resaltada con tinte ideológico indirecto que llegó con la mano brasileña de Odebrecht. Esta última con fundamento en el «vamos por todo» como consigna que hace tres décadas tuvo despegue con el sombrío Foro de São Paulo. Hace dos siglos un taciturno San Martin -el 10 de julio de 1821- entraba en Lima sin disparar un tiro para tomarla, acompañado solo por un ayudante y casi en secreto. La capital del virreinato había quedado sola pues las tropas que defendían los intereses del soberano español habían decidido retirarse a la sierra, donde estaban los indígenas y criollos partidarios de la corona. Esos conglomerados afirmados en la inercia de la tradición virreinal, que no eran pocos como hacen suponer el mito fundacional y la historia oficial que lo perpetúa, rechazaban a los insurgentes advenedizos que llegaron desde Chile, mucho antes que los colombianos de Bolívar.

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El 28 de julio, menos de tres semanas después de su ingreso en la capital peruana, el jefe argentino respaldado por sus tropas, proclamó la independencia peruana. En la otra punta de esa línea histórica, Pedro Castillo asumió su mandato en exactitud de calendario con la celebración del bicentenario de aquella endeble independencia. Hace dos siglos el jefe militar de los republicanos no solo era un advenedizo al cuadro de situación peruano que entonces se vivía. Sabía que su situación no era fácil: solo controlaba la ciudad virreinal, el resto del territorio hasta el ambicionado Alto Perú estaba en manos realistas y lo que era aun peor, era evidente que su divisa no gozaba de los favores de las mayoría. Mientras se mantuvo como Protector del Perú nunca pudo tomar el resto del territorio que sabía le era muy hostil y esas condiciones fueron determinantes para el fracaso parcial de su objetivo, que no era quedarse en Lima sino llegar al Alto Perú rebelde y refractario a las intenciones de Buenos Aires . Hoy Castillo bajó de aquel Perú profundo que fue conservadora del orden imperial, con un estrecho triunfo en el bolsillo y bajo el sombrero emblemático del origen de quienes lo votaron, sabiendo que como aquel jefe insurgente que llegó de Valparaíso, tampoco la tiene fácil en lo que viene.

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Hace dos siglos San Martín fue el creador de un Perú inestable por la ola revolucionaria, ahora Pedro Castillo preside otro Perú que no atina a una estabilidad creíble. Las razones vigentes bien pueden estar diferenciadas con el pasado, pero resulta curioso que si la independencia no le dio al Perú, ni al resto de los países que surgieron del maltratado imperio, el futuro luminoso que se prometió con el cambio de valores políticos, los cambios de gobierno en el presente tampoco han podido hacerlo. Ahí está el ejemplo de la Argentina, para no apartarse demasiado de la zona, o el mismo Chile, que hasta no hace mucho fue ejempo de estabilidad en la región. El Perú turbulento que precedió en lo inmediato a esta celebración bicentenaria acumula la nada presentable secuencia de varios mandatarios desahuciados en apenas un lustro, uno de ellos autosacrificado. Nada es auspicioso en el marco de la realidad que debe capear Castillo y aunque las expresiones de buenos deseos sean numerosas, la realidad como única verdad política y económica se contrapone. Las señales contradictorias que dio el nuevo presidente, antes de su posesión, son no solo claras sino además descarnadas. En buena parte de la campaña, desde el inicio, sus propósitos enunciados fueron incendiarios en lo económico y también frente a la ya erosionada estabilidad institucional peruana.

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En primer término el novel jefe de Estado prometió precipitar un eventual modelo de país «socialista» que reemplazaría el actual de democracia liberal y representativa a trancazos. Aseguró también la posibilidad de una necesaria regulación de los medios masivos de comunicaación, en un paquete que incluyó una nueva reforma de la constitución del país, ya reformada hace tres décadas. Ello para hacer posible el listado de medidas radicales que no olvidaron la nacionalización de empresas, en particular las mineras que son parte del folklore del país y eje de la economía peruana. El impacto de aquellos anuncios de arranque crisparon a los operadores de indicadores económicos y los sectores críticos de la producción, de igual forma como a sus aliados y al establecimiento político tanto tradicional como al moderado. Entonces, se encendió la artillería para que la cuestionada Keiko Fujimori insistiera por tercera vez en continuar la saga familiar que inició su padre por una larga década en el decenio final del siglo pasado. Ante la repulsa y a última hora, el candidato emergente por discurso y por origen varió de manera sustancial sus propuestas y convocó a líderes y consejeros moderados que pudiesen por golpe de imagen atenuar el pavor generalizado. Lo logró, pero de manera parcial, porque las sospechas de repetir experiencias como la de Venezuela no han desaparecido. Todo lo anterior sin evitar la mención y el temor hacia los otros espejos fracturados cercanos.

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Eso son la Argentina de los Kirchner o la Nicaragua de Daniel Ortega, el Ecuador de Rafael Correa o, incluso, el Alto Perú de Evo Morales. La contramarcha de Castillo incluyó el negar la posibilidad de un Perú chavista -evitó de forma inteligente acudir a la expresión «bolivariano», en un país que siempre resistió la presencia y memoria de Simón Bolívar- pero las alarmas no se atenuaron y llevaron a la brusca devaluación del sol (2.5 %), y un descenso en la cotización de inversiones en bolsa. Pero no se impactaron los indicadores de riesgo, que ponen en vilo las inversiones, y llaman a rebato al estímulo de la desinversión. No al menos por ahora. Una dura sucesión de golpes erosivos para una economía que había tenido uno de los más altos índices regionales de crecimiento en los últimos 10 años: entre el 3 y el 5 por ciento. Al desaparecer tanto San Martín como Bolívar del escenario político americano también lo hizo la idea de una monarquía en los países independizados de España, pero no desapareció la nostálgica evoción por el rey ausente y así surgieron los reyecitos. Eso fueron los caudillos que adornaron el barroquismo antropológico de estos países durante los siglos XIX y XX. En el último tramo de la historia aparecieron los reyezuelos, porque eso fue Fidel Castro y lo pretenden aún desde Maduro y Ortega hasta Cristina Fernández y Evo Morales. Es de esperar que no lo intente ahora el peruano Castillo (aresprensa).

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VÍNCULOS : COLOMBIA, LA INSURRECCIÓN

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