ZILBERMAN: ARTE DISRUPTIVO
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ZILBERMAN: ARTE DISRUPTIVO

¿Una galería turca de arte, de visita en Bogotá?, sí, ¿y a quién podría sorprender algo semejante?, si eso hoy debería considerarse normal dentro del cosmopolitismo alcanzado en la metrópoli andina, en un periodo corto  que cubre las últimas décadas. La casa de exposiciones Zilberman de Estambul asistió por segunda vez el año anterior a la celebración de Artbo, pocas semanas antes de cerrarse el 2019, que fue tiempo de preludio de la vigente pandemia. Fueron otros momentos y nadie hubiese podido imaginar lo que sobrevendría menos de un semestre después. Zilberman tiene base en ese gozne milenario entre Oriente y Occidente que es la urbe milenaria en ambas orillas del Bósforo:  Estambul. Tiene otra sede en Berlín, que sigue siendo una de las grandes capitales del mundo actual. Su director,  Moiz -la galería es conocida por apellido del fundador- sostiene que en su espacio internacional tienen preferencias por autores y tendencias de las artes visuales que interpelen a sistemas y tendencias vigentes. El enfoque crítico de las obras es para el galerista un aporte no solo a la cultura en general sino como perspectiva que enriquezca el mirar lo que viene, en crisis y modelación de nuevas maneras de abordar el sentido de lo humano.  El especialista describió para Ares esta perspectiva de su ámbito, destinado a la promoción y mercadeo internacional de las artes visuales.

Entrevista: Martha Liliana ROMERO

La  galería de Estambul apuesta por el mensaje del arte comprometido con las angustias del tiempo que corre. Eso incluye a la vida cotidiana, así como también a los desafíos que se le plantean a la humanidad. ¿Cuál es el motivo puntual de esa opción?

Desde que abrimos puertas hace más de una década -explica Zilberman- hemos querido mostrar artistas críticos, no necesariamente políticos pero también en eso quedan nuestras salas habilitadas para quienes proponen tales criterios. Además, nos interesa que esa línea de trabajo sea constante.

Tal perspectiva abre también un frente de crítica, porque no todos coincidirían en un compromiso semejante, visto que esas perspectivas tienen sus opuestos, como es lógico dentro de sociedades que se presumen democráticas. ¿La opción es vertical?

El arte debe tener una función social e histórica -define el galerista- además, es un enfoque que coincide con lo me gusta.   

Los mensajes de esta determinación “militante”, si se quiere señalar así, debe tener muestras concretas. ¿Cuáles serían los ejemplos a mostrar?

Ahí está el turco Memed Erdener, que brinda testimonios pictóricos de la violencia en el siglo XX, en los Estados Unidos -describe Zilberman- y también Alpin Arda Bağcik, que hace su manifiesto sobre la corrupción en Turquía. También está dentro de nuestras colecciones el colombiano Pedro Gómez-Egaña quien nos dice, entre otros aspectos, de la disrupción posible cuando alguien está en su “zona de confort” y se prepara para el descanso nocturno.   

Este artista cafetero ganó hace dos años el premio Mesoamérica de las artes y utiliza elementos de la vida cotidiana para la construcción de su épica estética. Una de esas obras se expuso bajo el nombre de “23.52”, una hora del día habitual en la disposición para retirarse al descanso. Gómez-Egaña participó del estand que la galería del Medio Oriente habilitó el año pasado, en la versión XV de Artbo. ¿Qué recogió Zilberman de esa experiencia en Bogotá?    

Hemos participado en dos ocasiones de la convocatoria colombiana -detalla el promotor de artey esto nos permitió agregar en nuestro catálogo a creadores como Juliana Góngora y Jorge Marín, quienes habían expuesto en la sección Artecámara -dedicada a los emergentes- dentro de la muestra general en la Feria de Bogotá. Ellos, además del ya referido Gómez-Egaña y de la canadiense Janet Belotto.

La galería ha participado hasta el estallido de la pandemia mundial en una decena de ferias internacionales, incluida la de la capital andina. El eje agregado a la sede de muestras en Estambul es Berlín, lo cual le permite enriquecer la lectura de lo que pasa en el arte, desde el centro de Europa. Esta última sala se abrió hace un lustro. El galerista señala que Estambul es una ciudad de tráfico caótico, como también -según su criterio- es Bogotá. La diferencia entre una y otra es que la urbe americana aún no completa sus primer medio milenio de presencia en el planeta, en tanto que la llamada “puerta de oro” hacia el Oriente es varias veces milenaria. Quizá, con algo más de 5 mil años. ¿Su punto de vista sobre lo que encontró en el arte colombiano?

Me ha sorprendido el ver que hay mucha obra conceptual y de relato político, en tanto pocas son coloridas y brillantes, como podría esperar de Colombia alguien desprevenido -enfatiza Moiz Zilberman- considero que los artistas jóvenes realizan aquí sus obras con un fuerte bagaje argumentativo, como me gustan, y que la curaduría de las galerías es escrupulosa.

El ojo del experto -debe admitirse que el galerista lo es- tiene solvencia  como para apreciar propuestas y tendencias de las artes visuales contemporáneas. Algo que también le permite señalar que entre artistas de México, Turquía y otros países no hegemónicos, no existen demasiadas diferencias en lo que hace a temas para abordar y enfoques con lenguajes  que digan en imagen y narrativa lo que sucede. Eso sí, es terminante al señalar que para él no son artistas quienes “copian el arte occidental”.  Esa es la apuesta vertical y disruptiva de quien busca relatos gráficos y de forma en esa línea, al tiempo que no acepta que el arte quede circunscrito a la decoración y el hedonismo apreciativo. Pero entonces, ¿qué dice el arte de una sociedad, de un país?

El arte es una forma de representación social e informa lo que es un país -se explaya Zilberman- es decir, se trata de una perspectiva que le permite a un extranjero saber cómo es el alma de un colectivo social. Es por eso que una feria como Artbo abre ventanas, para que se sepa qué tiene Colombia en su interior y que aquí se pueda conocer cómo son los otros, los que llegan con sus obras.

La mirada periférica hace que la galería de Estambul tenga un catálogo de artistas que, además de los ya enumerados, incluye obras de creadores que provienen de lugares exóticos para un sudamericano: Dubai, China y Sri Lanka, entre otros. En el diálogo lanza otra consideración disruptiva: “el arte no debería ser activismo”. ¿...Entonces...?

...arte y activismo no son lo mismo, aunque haya parte de eso en una obra -explica Zilberman- lo que dice una pieza de arte al respecto es una metáfora, un lenguaje, una manera indirecta de referirse a un tema concreto. Porque escribir un mensaje político en una pared no es arte

Pedro Gómez-Egaña 

Decir sin hacer militancia, para que el arte no quede enjaulado en algo que no es de su naturaleza, y tratar el mensaje como una suerte de epifenómeno de los problemas que tienen los países, parece ser la medida de lo que aspira como estrategia de universalización la trama de obras que convoca Zilberman para sus colecciones y público. De ese cuadro conceptual surge la pregunta: ¿qué representa el arte para los países?

...primero debe decirse que el arte tiene un lado oscuro: la obra que se hace por diversión cumple un rol decorativo y eso le resta o anula el valor intrínseco a la obra -pontifica el galerista- desde esa perspectiva y a partir de lo que expresa el creador, el arte es riqueza para un país. Una nación que tenga poder económico pero condiciones precarias en sus propuestas artísticas, en verdad es pobre (aresprensa).

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