TRUMP, ¡ESTÁS DESPEDIDO...!
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ACTUALIDAD  //  Publicado el 07 de noviembre de 2020  //  21.00 horas, en Bogotá D.C.

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Hubo circunstancias que le pasaron factura al presidente saliente de los Estados Unidos. El acumulado le hizo perder la expectativa de una reelección que pudo ser posible. Su racismo, el implícito, y el a veces explícito prejuicio a colectivos de minorías hoy empoderadas le cobraron caro muchos momentos de tolerancia a la violencia tanto policial como a la de la supremacía blanca. En esa misma línea la represión a pocos meses de las elecciones, el vandalismo agregado y una pandemia plena y en expansión, fueron un renglón agregado de la misma factura. El desafío permanente a todo y todos, incluso a veces contra el sentido común y las mentiras seriales contra sus rivales, a los que convirtió en enemigos siendo en principio simples contradictores, abultaron la cuenta negativa a pagar. El nuevo presidente se impuso sobre su rival por apenas algo más de 4 millones de votos y un leve puntaje por encima del 50 por ciento. Fue suficiente y el país aparece ahora dividido en dos mitades de opinión confrontante, además con un nuevo presidente católico después de casi seis décadas. El primero fue John F. Kennedy.  

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Escribe: Rubén HIDALGO

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El presidente Trump obtuvo más de 70 millones de votos, una cifra nunca vista que igual no fue suficiente. La suerte quedó sellada, no obstante la resistencia del ejecutivo saliente. Arizona y Nevada que eran inconmovibles fuertes republicanos, votaron en contra del presidente que los representaba. El voto latino, como siempre, apareció dividido: desde la costa Oeste hacia el centro la herencia mexicana le puso tarifa impagable a la permanencia del presidente, pero en el Este aquellos que rechazan las experiencias que van de Cuba a Venezuela optaron por quien ahora sale de la Casa Blanca. Para América Latina es poco lo que cambiará en la nueva parábola política, los votos latinos fueron más una expresión de deseos y sublimación de la bronca que un efectivo cheque a cubrir por parte del nuevo ocupante de la administración federal. Lo más probable con el cambio es que Nicolás Maduro seguirá donde está, al igual que Daniel Ortega, ambos no obstante el asedio que se prolongará nadie sabe por cuánto tiempo.

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Al tiempo que la gerontocracia cubana se mantendrá en sus privilegios y los pueblos de esos países seguirán hundidos en la miseria, tal como igual ocurre con los habitantes de la Argentina. Aquel país que fue alguna vez poderoso y con una pobreza por debajo del 4 por ciento, hacia los años 70, a diferencia del hoy en que sobrepasa el 50 por ciento, mientras su gobierno errático celebra la victoria de Joseph Biden. Es difícil que alguno de estos cuadros regionales cambie con el giro de Washington. Lo más probable en esa relación del patio es que los problemas se profundizarán quienquiera sea que ordene desde la Casa Blanca. Una de las pocas cosas equiparables entre la enumeración previa y lo que ocurre en los Estados Unidos con el cambio presidencial, es el desastroso efecto de la pandemia y la grieta interna entre las visiones de mundo con la disparidad de modelos, que exponían el mandatario salliente y el entrante. Desde Franklin Delano Roosevelt los Estados Unidos y en especial los demócratas se abrieron al mundo, sobre todo a partir de la última guerra mundial.

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Trump trató de cambiar esa tradición y buscó retornar a la agenda previa impuesta a partir de la década de los 40 del siglo pasado. Lo hizo desde el sentido implícito de su campaña anterior que se mantuvo con leves alteraciones en esta justa, pero que no lo apuntaló de nuevo. La razón es sencilla: los votos del cinturón que forman Michigan, Wisconsin y Pennsylvania, le aseguraron la victoria hace cuatro años -aquel sector industrial que había salido perjudicado ante el peso de la China por la apertura al mundo- pero esos votantes no sintieron efectos claros de las promesas hechas en la previa. La pandemia en parte tuvo la culpa del golpe inmediato, pero eso fue suficiente y los obreros -los homeros simpson que vieron hace cuatro en el locuaz candidato una esperanza- ahora le volvieron la espalda y no fue suficiente que los latinos de Florida se hubiesen ido en su favor con contundencia. De ninguna manera fue Biden un candidato simpático para muchos de sus votantes, en realidad hubo demasiados sufragantes que lo hicieron no por Biden sino contra Donald Trump.

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Eso dice mucho pero no todo. La elección fue muy buena para el presidente que deja el cargo, mejor de lo esperado. Los republicanos alcanzaron una cifra mayor de favoritismo que lo obtenido en 2016 y aumentaron su representación legislativa. Será una gestión difícil la de Biden, teniendo una oposición aumentada y de seguro virulenta, con un ex presidente más virulento como jefe indiscutido de los adversarios, que a partir de la acusación de un triunfo fraudulento del rival no dudará en amargarle la vida al anciano nuevo mandatario. En ese mismo panorama queda también flotando la idea de un Biden interino, que explotará de nuevo el saliente Trump, por el hecho de la edad del demócrata que accede a la responsabilidad de conducir a la que sigue siendo primera potencia del mundo. La inferencia al respecto es mayor para la sensibilidad de muchos norteamericanos que rechazan la idea de una vicepresidente radical, tal como fue el baldón que le echaron los republicanos durante la campaña. Horroriza un eventual relevo socialista de Kamala Harris, por ausencia eventual de Biden.           

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La repulsa del presidente en ejercicio a los resultados adversos después de la consulta y cuando se ratificó el triunfo de Joseph Biden, elevó la cota de tensión en el país comprometido y en el mundo. Esto puso al sistema en el borde de una crisis cuyas consecuencias son por ahora imprevisibles. Es cierto que ambos representan dos puntos de vista antitéticos dentro de los Estados Unidos y también fuera de él. El actual presidente en retroceso representa una manera de hacer política que legitima a regímenes autoritarios como el de Vladimir Putin, o Recep Tayyip Erdogan y también del líder chino Xi Jinping, aunque con las pinceladas que son propias de las costumbres norteamericanas. Eso aun cuando los nombrados estén enfrentados a los intereses de los Estados Unidos en el mundo. Es cierto además que, al margen del lenguaje y los gestos de extremos que ha enarbolado Trump durante su gestión, trató de evitar conflictos que escalaban, como el permanente con Corea del Norte y buscó una mejor posición del aliado Israel en el Medio Oriente, en tanto que aplazó la eventual salida armada directa contra Venezuela.

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Todo se puso en contra de Trump en el año de elecciones, no solo por las crisis internas derivadas de la peste planetaria y del temerario desafío que le planteó al ciego virus con sus rituales desprevenidos. También con la manera de desatar los compromisos globales de su país que le sumaron enemigos abiertos, desde Turquía al resto de Europa, además de  chinos e iraníes. Incluso en la última hora hasta no pocos de sus partidarios le volvieron la espalda. Nadie duda de que el revés de Arizona tuvo que ver con los desplantes del presidente Trump hacia el fallecido rival y contendor John McCain, un héroe nacional respetado por propios y extraños. La viuda de quien tenía méritos propios indiscutibles ante su propio pueblo repudió al actual presidente y lo mismo hizo otro héroe del país: el general Colin Powell. Los héroes de guerra son un sentimiento básico del norteamericano medio y el meterse con ellos es delicado. El silencio de la dirigencia republicana ante la derrota dice mucho de la descripción previa. Es que, además, no pocos de ellos consideraron siempre a Trump un outsider en sus filas. Por todo eso lo despidieron de la Casa Blanca (aresprensa).

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