PIERRE CARDIN, EL ÚLTIMO GRANDE
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HEDONISMO  //  MODA  //  Publicado el 31 de enero de 2021  //  20.30 horas, en Bogotá D.C.

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Siempre habrá otros, incluso presentes entre nosotros, pero cuando se va un grande de verdad para la moda como lo fue Pierre Cardin, el vacío que deja es difícil de cubrir, por tradición, peso simbólico y tiempo de presencia. Eso fue el diseñador francés de adopción pero nacido en Italia, quien se despidió del mundo con el cierre del año que recién acaba. Tuvo un largo reinado y una larga vida. Estuvo entre nosotros casi un siglo en tanto existencia personal, pero la carrera y el tiempo de luminaria no fueron menores al ciclo vital. Arrancó en presencia internacional hacia los años cincuenta y saltó rápido a la fama. Un estrellato de más de 6 décadas en el que tuvo ocasión de convivir con varios de quienes lo acompañaron en fama y peso sobre ese universo contradictorio y fascinante que es el de la moda mundial. Su salto al gran escenario estuvo acompañado por Courrèges e Ives Saint Laurent, entre otros, que no fueron los únicos. Él estuvo vigente hasta esa década postrera que acaba de cerrarse pero en la que persiste la influencia de aquellos creadores de leyenda. Aquel tiempo en que asomó la eclosión del consumo porque eso fueron los años de posguerra inmediata, hasta fines de los 50 y la manifestación creativa suprema que vieron los años 60, con el prêt-à-porter como gran andarivel. Fue y es la época en que vivió el prócer de la moda fallecido hace pocos días y que lo tuvo como uno de sus paradigmas ineludibles.

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Escribe: Néstor DÍAZ VIDELA

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Es por eso que puede señalarse que con Cardin se va el último grande que cubrió toda la segunda mitad de la centuria pasada y este ya bastante avanzado siglo XXI. Los ciclos señalados son arbitrarios pero sirven para marcar los cambios de época y largos periodos. Fue el más reconocido entre los primeros que levantaron el emblema del prêt-à-porter. El mismo que marcó el fin de la era de los grandes ateliers de exclusividad, para unirlos con la gran industria. Algo impensable y rechazado apenas una generación antes. Eso ocurrió con los grandes cambios de mentalidad en la inmediata posguerra y con la eclosión propia del hedonismo de la cultura de masas, además de la relativización de los códigos de comportamientos, así como de la percepción estética anticipados por la Escuela Crítica de Frankfurt y la Bauhaus. Ambas corrientes surgidas en la Alemania de entreguerras.

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Pero este otro estallido no fue alemán sino parisino y, aunque heredero de otras tradiciones, la concepción y linaje de la alta costura francesa supo hacer suyas de nuevo lo que advertía como vibración en otros puntos del planeta. Ya había ocurrido con el ascenso y asunción de nuevos roles de la mujer, convertida en sujeto político y en trabajadora industrial. En tal proceso se había hecho surgir el vestido masculinizado, el pantalón y la falda corta. Faltaba eso de unir en el vestir distinguido lo que podía hacer la industria con el diseño. Una distancia que había sido excluyente por siglos en lo creativo como propiedad indelegable del modisto primero y luego del diseñador, en tanto creador único de la pieza que se definía como punta de elegancia y buen gusto. El vestido de confección, hecho para las masas, estaba en otra galaxia hasta que Pierre Cardin hizo suyo el impacto del necesario cambio y devolvió al mercado piezas que fueron el híbrido entre lo exclusivo y el aporte de la producción masiva.

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Se rompió así otro paradigma estético, tal como había sucedido a inicios del siglo XX cuando se aceptó el asocio entre la producción industrial y la fotografía para alterar  la concepción de sacralidad del arte. El impacto de la revolución que trajo la técnica y la tecnología, quebró también la exclusividad y la idea de una trascendentalidad supuesta, para hacer aterrizar en las lógicas del mercado lo que siempre apareció como elevado y distante. Un proceso que no solo fue masificación, también fue democratización de usos y costumbres. Así lo señala en una de sus obras más representativas el pensador Gilles Lipovetsky *. El diseñador de adopción francesa que falleció hace un mes fundó su propia marca a fines de los años 50, en la mitad del siglo de las guerras y las revoluciones, no solo las concretas sino además las simbólicas y las que alterarían lo que había sido cotidiano y resistente al cambio.

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Hacia mediados del decenio señalado Pierre Cardin dio el gran salto: se asoció con los almacenes Printemps para hacer “ropa democrática”, e hizo tendencia afirmada a lo dicho en las lineas previas. Eso no era otra cosa que articular la maquinaria de producción en serie con las propuestas de un diseñador de alta costura. Adiós al diseño único y exclusivo que el creador de estatura reconocida hacía para alguien también único y aristocrático, con capacidad excluyente para pagarlo. Así nació el prêt à porter. Sufrió por ello el desdén de Balenciaga, aquel creador que él respetaba. Pero en la contrapartida y rivalidad entre astros tuvo el amparo de Christian Dior, quien supo apreciar el espesor de su talento y su olfato para el negocio. Tuvo en su tiempo aquello que en la modernidad suele llamarse “mirada anticipatoria”, aquella que permite por intuición calcular los riesgos de ese tiempo “hacia adelante” que no se conoce y solo es posible apropiar en la experiencia que viene: el futuro.

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Eso sucedió en aquel tiempo de vino y rosas, con Guerra Fría pero también con múltiples y focalizadas confrontaciones tan asimétricas como calientes en el recién surgido Tercer Mundo. También fue la temporalidad en la que se impuso una moral colectiva que hizo legítimo el disfrutar de los bienes que había creado la civilización. Cardin potenció y cristalizó lo que en los años previos, apenas finalizada la última gran confrontación planetaria, se había anticipado con la minifalda (1963) y Courrèges con su propio sello. El diseñador que dejó el mundo al cerrarse el año pasado terminó de cristalizar ese ciclo de cambios, al hacer aceptable aquello que producía rechazo hasta pocas décadas antes. El de la vigencia de la llamada “moda centenaria” que mantenía los residuos aristocratizantes de lo elegante exclusivo. Siempre dijo que le gustaba hacer ropa para “imaginar el mañana”, una metáfora de la aludida visión anticipatoria que él convirtió en presente tan palpable como aún vigente (aresprensa).  

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* Véase de este autor: “El Imperio de lo efímero: la moda y su destino en las sociedades modernas”