MEDIO ORIENTE, UNA GUERRA SIN FIN
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ACTUALIDAD  //  DOXA  //  Publicado el 27 de marzo de 2024  //  11.00 horas, en Bogotá D.C.

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Desde la creación del estado de Israel en 1948 por una también naciente Naciones Unidas, la nación judía no ha tenido paz integral, tan solo acuerdos parciales, tal como ocurrió con Egipto bajo el mandato del malogrado, presidente Anwar el-Sadat. Una decisión que al mandatario egipcio terminó costándole la vida en manos de militares islamistas radicales. Aun así, el estado judío entendió como un beneficio el ganar una paz parcial por territorios. En este caso el Sinaí que había ocupado Israel en la Guerra de los Seis días de 1967. Los muertos civiles, en particular mujeres y niños ya sobrepasan de 32 mil y la cifra crece. Eso pone a las autoridades israelíes en la observación de las autoridades judiciales internacionales, por crímenes de lesa humanidad. Ahora es Irán y sus aliados el enemigo a confrontar, mañana quién sabe. Esa situación sempiterna y a despecho de hipótesis más livianas, es el resultado de insertar un país en un territorio al que los árabes han considerado como propio desde el fondo de la historia.

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En el conjunto tampoco debe dejarse de lado que es fuerte en la sociedad israelí la oposición al gobierno del presidente Benjamín Netanyahu. Las acusaciones frente a la conveniencia de continuidad de la acción militar sobre los palestinos, terroristas o no, ganan apoyo frente a un Netanyahu vigoroso pero acorralado. Además, las concepciones religiosas siempre han estado presentes en este tipo de visiones. Ahora también se cierne sobre la responsabilidad de la administración de Jerusalén el hecho del uso del hambre como arma. Esa circunstancia dejaría al mandatario israelí al descubierto sobre futuras acciones en tribunales internacionales, por crímenes de guerra. También debe agregarse al complejo panorama que lo que está ocurriendo sobre la Franja de Gaza, es considerado como terrorismo de Estado por parte incluso de aliados de Israel y por un sector de la ciudadanía israelí, aun cuando el accionar de la Fuerza de Defensa y Seguridad no es otra cosa que la respuesta al terrorismo de Hamas, aliado de Irán.

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No es nueva la presencia de la comunidad judía en el punto donde ahora se encuentra Israel. Pero la Tierra Prometida de tiempos bíblicos ya estaba poblada por quienes los gazatíes se consideran legítimos descendientes. En otras palabras, los árabes que rechazan la presencia israelí entienden que siempre han sufrido la invasión de la cultura que hoy une a los israelíes de cualquier parte del mundo. Bajo esas referencias debe entenderse la dificultad para llegar a acuerdos duraderos. El origen de la situación reciente debe buscarse en el siglo XIX, cuando Theodoro Herlz escribió “El Estado judío”. En esa obra y como respuesta a la discriminación que se le hizo a Richard Dreyfuss por parte del ejército francés, Herlz planteó la necesidad de creación de una patria judía que liquidara lo que los europeos consideraban un “problema” y eso no fue otra cosa que el culpar de los males nacionales a la minoría cultural y religiosa de ese pueblo errante. Bajo ese marco debe señalarse que la aludida discriminación no es algo nuevo.

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Razones no le faltaban a Herlz en su propuesta. El escrito fue básico para plantear una necesidad que varias décadas después y luego de la última contienda universal, cuajó en el actual estado de Israel. Herlz dejó sentado en su escrito tres posibilidades territoriales: el cuerno de África, la Patagonia argentino – chilena y el Medio Oriente. Este último territorio como tierra sagrada donde está Jerusalén. Lo más apropiado para las aspiraciones de esta comunidad fue lo que finalmente resultó y que ahora es fuente del conflicto sin punto final. Esto equivale a considerar que la disputa existe desde tiempos bíblicos. Quienes rechazan la acción israelí plantean ahora que lo que hace el estado judío como respuesta a la agresión de Hamas en octubre del año pasado tiene un horizonte: el exterminio de los palestinos, de manera paralela a lo que se pretendió con los judíos durante el régimen alemán entre 1933 y 1945. Las consideraciones sobre el conflicto vigente son de un nivel de complejidad que es difícil apostar a una salida estable en el futuro inmediato.

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La secuencia de lo que ahora ocurre tiene otra variable no menos importante: el acuerdo de 1917 entre el ministro inglés de Relaciones exteriores, Arthur Balfour, y Walter Rothschild. En ese documento el gobierno de Londres asumió el compromiso de entregar territorio palestino una futura patria judía, aunque también para los palestinos. Eso se cumplió solo para los israelíes luego de la derrota alemana en la última contienda universal. Esos antecedentes han dado origen además al negacionismo sobre el Holocausto y los restantes negacionismos que afectan a la comunidad judía universal. En la sin salida a la vista queda por señalar que es difícil imaginar que la fuerza de defensa israelí retroceda en su propósito de desmantelar la estructura de Hamas. Ello al tiempo de acentuar sus acciones militares con la intención de liberar los rehenes que mantienen sus enemigos en cautiverio, una de sus principales cartas de negociación. Al tiempo la hambruna que afecta a la población civil afectada en tierras gazatíes se acentúa y nada dice que la mortandad termine.

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Ello no obstante que la ayuda humanitaria internacional se ha incrementado para paliar el castigo impuesto sobre la población civil afectada por la guerra. Las negociaciones que se realizan entre los contendientes oscilan sin que sea posible determinar los cambios diametrales de criterios en ese día a día convulso de estas negociaciones por ahora estériles. Nadie morigera posiciones y es difícil que eso suceda dentro de las vigentes circunstancias. El odio contra Israel está vinculado con la mitología creada y centenaria contra el Sionismo, ese pensamiento que después de la aparición de la obra de Herlz acentuó los prejuicios contra la minoría que guardó una memoria de la patria judía durante más de dos milenios. Pero negar ese derecho es casi o lo mismo que negar la existencia de ese pueblo y de ahí el justificar el extermino solo hay un paso. Por eso no puede admitirse el negar el derecho a la existencia de Israel y de su pueblo.

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Nadie puede arrogarse una justificación de tal manifestación de barbarie, pero hay límites para la venganza que plantea el negacionismo. Es por eso que un accionar como el que se propone la autoridad de Jerusalén debe tener límites puesto que también los otros tienen derecho a la existencia digna. Los palestinos tienen pleno derecho a esa presencia y vigencia en los territorios que siempre han habitado desde tiempos bíblicos y Occidente no puede hacer la vista gorda sobre ese punto indiscutible. No todos los israelíes y ni los judíos por el mundo comparten la acción del gobierno israelí sobre Gaza y, en general, sobre los palestinos. La idea de que es el exterminio, más allá de la reducción de los milicianos de Hamas, se ha convertido en una corriente de opinión que cobra cada vez más adeptos en el mundo y la ofensiva de los uniformados israelíes también perjudica a los Estados Unidos, el principal apoyo de Israel en el plano internacional (aresprensa).

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EL EDITOR - Marzo de 2024

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