MALVINAS, UNA GESTA INCONCLUSA VIII
Vistas: 1489

El Ninguneo a los Héroes

MALVINAS, UNAGESTA INCONCLUSA VIII


Antes de despuntar el alba del 2 de abril de 1982, una subunidad de la infantería de marina argentina asaltaba el pequeño destacamento de la fuerza inglesa que mantenía la casi bicentenaria usurpación del archipiélago. La orden era no producir bajas entre los soldados británicos y se cumplió, pero en el empeño dejó su vida el capitán Pedro Edgardo Giachino, oriundo de Mendoza. Fue la primera baja argentina que ofrendó la vida en el cumplimiento del juramento a su bandera y debe señalarse que murió desangrado sobre el campo, porque el barrido de los fusiles del enemigo impidió y no aceptó el llamado a prestar atención al herido que se buscó con la sanidad de la fuerza propia. No fue lo único como irregularidad en el teatro de operaciones, perpetrado por parte de la fuerza ocupante durante el desarrollo del enfrentamiento y de los combates por las islas. Estos se prolongaron durante algo más de dos meses, hasta el 14 de junio. Giachino era el segundo comandante del Batallón Nro 1, del grupo de infantes navales, y con ese rango encabezó la acción que reclamó su fatal sacrificio.


Escribe: Néstor DÍAZ VIDELA


Después llegó la rápida disposición de las defensas de lo recuperado, que no fue suficiente para impedir el asedio posterior y el doblegamiento de los defensores. Ello no sin antes hacer estos un fiero desafío al poderío de la primera fuerza militar europea dentro del seno de la OTAN, y de la alianza obvia con apoyo activo y pasivo directo tanto de los Estados Unidos como de Chile.  No fue fácil para el gobierno de Buenos Aires seguir adelante con la decisión adoptada de recuperación de las islas y los relatos con fundamento o sin él, suelen seguir acompañados del velo del encono voluntarista, a favor y en contra. No solo entre los protagonistas directos del lado continental sino también incluso de opinadores del resto de América Latina. Solo el Perú  de manera concreta y algunos atisbos de apoyo de unos pocos países de la región respaldaron la osadía argentina. Era una justificada operación incluso más allá de las circunstancias internas que jaqueban al gobierno militar responsable de los hechos.

 

Porque es cierto que esa administración de los uniformados mostraba desde inicios de aquella década signos de debilidad ante su propia opinión pública, y la fuerte oposición política advertida de la sensibilidad generalizada reclamaba ya el retorno al veredicto de las urnas y al juego legítimo de la democracia que había sido interrumpida en 1976. El hundimiento económico de un reordenamiento que no había dado respuestas adecuadas a las necesidades de la gente y la ruptura del tejido social eran base de la protesta popular en esos días previos a abril. Eso además de las consecuencias traumáticas que había dejado la lucha contra la subversión, la cual estuvo acompañada por una represión ilegal indiscriminada, con su secuelas de fatalidad que justificaban como respuesta una parte de la presión social en contra. Todo entonces atentaba contra la estabilidad de un régimen que había sido visto desde el inicio, si no con repudio abierto al menos con distancia y desconfianza de muchos sectores. Un reclamo casi ancestral y de conjunto, como era Malvinas, galvanizaría los ánimos muy turbados como en efecto ocurrió.  

Pero ese no era el único argumento sobre la mesa para ordenar la recuperación. En plena Guerra Fría la hegemonía occidental se afirmaba frente a su rival soviético en todas las áreas y eso incluía la geopolítica, con una visión como era la de también afirmarse sobre territorios aún en disputa, entre ellos la Antártida. La riqueza material y estratégica de los hielos y su potencialidades como espacio para el control y disposición de fuerzas ante la eventualidad de un conflicto generalizado le daban y le dan al área una importancia vital. El eventual vencimiento del Tratado Antártico, hacia 1999, hacía perentorio sentar posiciones fuertes para uno o varios países del área americana que, por sustracción de materia, quedarían en situación más precaria si se mantenía el descuido en el Atlántico Sur. Eso quedaba claro para el alto mando argentino cuando 4 años antes había quedado evidente en una eventual confrontación con Chile. La hegemonía británica y estadounidense optaba por las ambiciones chilenas y no por la Argentina.  

Debilitar al más fuerte y apostar por el que por entonces se suponía más débil, era parte de un juego pragmático de ingleses y norteamericanos. Así terminó de hacerse evidente en el campo de batalla y se mantiene hasta el presente, ahora y mucho más que entonces con el aporte de un sector importante de los propios argentinos. En efecto, después de la derrota de las fuerzas argentinas, el drama de quienes combatieron sin que la muerte los llamara, sufrieron la humillación y el ocultamiento ominoso. No fue hasta mucho después que se produjo el reconocimiento como héroes que fueron en la contienda. Desde oficiales y cuadros subalternos hasta la propia tropa de conscriptos, que brindaron ejemplo de coraje generalizado,  en trincheras, en el aire y en el mar. Sobre espacios disímiles y con acciones de heroísmo que obligó a que los enemigos hicieran homenaje al valor en combate de los argentinos. La sevicia y miopía de los propios no pudo prolongar en el tiempo esa manifestación de la miseria humana que fue y aún es la negación de lo evidente.

Eso fue la entrega y bravura de los argentinos en la contienda. No hay necesidad de que eso se diga en estas escasas líneas, lo dicen los guerreros enemigos, los ingleses que los confrontaron con arrojo también,  pero en desigualdad de condiciones como las que tuvo el adversario. Un ejemplo de ello fue el libro “Viaje al infierno”, del suboficial paracaidista Vincent Bramley, quien participó del ataque a las posiciones de Mount Longdon, donde se desarrolló una de las más cruentas batallas, con episodios cuerpo a cuerpo y a bayoneta calada. Ese es un tipo de combate que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial. Otro de similares contornos es el escrito del general Julian Thompson, “No picnic”, quien puso de relieve el ya señalado heroísmo de las tropas que los confrontaban, porque la retoma inglesa no fue para ellos “un paseo militar”. Además, no podían creer que muchos de esos arrojados hombres fueran simples muchachos que cumplían su servicio militar. Suponían, por el nivel de arrojo demostrado, que eran soldados profesionales, como lo eran los ingleses. No fue el único testimonio de ese tono en estas casi cuatro décadas.


Un oficial argentino, prisionero, recibió después una confidencial confesión de un colega inglés que había participado también de otra batalla: “nos dieron una paliza”. Cualquiera se hubiese podido rendir en cualquier momento, por el nivel hasta el límite que tuvo la lucha. Esto también lo dijo Thompson en su libro y en declaraciones hechas desde su retiro, antes de morir. Una parte de las tropas argentinas siguió peleando después de que el jefe en Puerto Argentino ordenó deponer las armas. No querían rendirse, incluso luego de haber agotado municiones y equipos, y después de más de 12 horas de enfrentamiento, como ocurrió en el señalado Mount Longdon. Más adelante, ya en democracia, la jerarquía civil se dedicó a desmantelar a las fuerzas armadas. No deja de llamar la atención que haya sido el peronismo y sus aliados, bajo cualquier nombre y ahora otra vez en el gobierno, el más afinado y empeñoso artesano en debilitar de manera estratégica a la defensa argentina. Pero no fueron los únicos y todos merecen el calificativo de traidores a su patria (aresprensa).    

-----------

VÍNCULO: MALVINAS, UNA GESTA INCONCLUSA VII          
Contribución de u$499 Contribución de u$249 Contribución de u$99 Contribución de u$49 Contribución de u$19 Contribución de u$9