LA MODA REAPARECE
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Desde la segunda semana de julio las marcas Christian Dior, al igual que Dolce & Gabana, reaparecieron con pasarelas presenciales para hacer conocer sus nuevas colecciones. Lo esencial en el momento es eso de lo presencial frente a lo casi intolerable, aunque necesario, en que se han convertido los eventos tradicionales en línea. Esos que terminan por convertirse en una suerte de metáfora contra natura. Ferias del libro, festivales de cine, recitales y conciertos ademas de montajes teatrales que tenían a las plataformas tecnológicas como complemento necesario, pero no suficiente, debieron adaptarse a las exigencias obligadas que no alcanzan para llenar el vacío que deja lo masivo en situación. Es por eso que la noticia de la reaparición de los desfiles abiertos como los señalados despierta un por ahora adormecido regocijo. El recurso de la apariencia personal renovada y como soporte del optimismo no olvida sus raíces de sostén que son la imagen moderna y vital de un mundo que no se resigna a sus desgracias. Es otra forma de resistencia a los pesares provocados y vigentes, agregados a los que sobrevienen, como esto de la peste bíblica universal vigente. Dior apareció con su colección crucero justo en la mitad del julio que corre, en tanto que los otros arriesgados lo hicieron casi en simultánea. La tradicional Burberry anunció su presentación abierta para septiembre con igual dinámica optimista, según lo anunciado.


Escribe: Néstor DÍAZ VIDELA


Los creadores comienzan a probar el reasomarse a las pasarelas tradicionales, bajo la cobertura del temor generalizado y con la intención evidente de atenuar las restricciones de la subjetividad al foco de contagio, que es por ahora y podría seguir siendo en el futuro cercano la aglomeración propia de los habituales desfiles.  Nada volverá a ser como fue, es lo que se repite como lugar común en la catástrofe universal, pero todos o al menos quien así lo quiera, puede apostar a la ruleta rusa del riesgo. La  moda no se detiene pareciera reiterar como eslogan este asomo renovado, como emblema desafiante de las consignas propias de lo moderno, ante la desgracia y el luto de tantos, así como frente el miedo relativo de la mayoría en el orbe. El poner en escena aquello que desde la apariencia personal dice de la pulsión por mostrar desde lo individual que se es optimista por la simpleza de estar presente en elemental vivir, se asemeja a una forma de manifiesto en el sentido de que persiste la esperanza.

Desde esa perspectiva la experiencia de la moda sale del encajonamiento en el que es normal pretender confinarla como una pedestre dinámica del mercado pues, aunque lo es en su manejo explícito, está por tradición más allá de ese límite mecánico. El interés colectivo por renovar la indumentaria y mostrarse a la mirada de entorno de manera diferente nació en las cortes europeas cuando se dejaron atrás las marcas traumáticas que fueron consecuencia de la peste -hacia el siglo XIV- y despuntaba la subjetividad moderna de la burguesía. Una mirada por entonces amarrada a los cambios de visión que produjo la expansión del mercantilismo, en paralelo con la expansión del número de habitantes en las ciudades, o burgos. Aunque, en particular, los cambios de  mentalidad también estuvieron acompañados por la radicalización lenta pero sostenida del individualismo como característica básica del sujeto moderno y del posterior espíritu burgués, que tuvo como agregado el mandato social de transformación del mundo y la pulsión de confianza en el futuro.

Ese contenido de optimismo es el que ahora se pone otra vez de  relieve como arcano de una de las misiones sociales que lleva la moda en sus pliegues de sentido, impermeable a la crítica suprema contra su banalidad y fugaz tránsito, que se renueva de manera permanente y le da entidad a su existencia. Algo poco apreciado por quienes suponen ser serios y basados en fuertes criterios existenciales. Ocurre que para la Modernidad, como visión  del mundo, “todo lo sólido se disuelve en el aire”, al decir de Marshall Berman, parafraseando a Rousseau; o como lo planteó Hegel: el progreso avanza conservando parte de lo que ya existe. Ambas razones de fuerte contenido histórico y filosófico explican en síntesis y extrapolando, lo que significa la moda en una sociedad posmoderna traumatizada, como lo es la de este tiempo. La primera afirmación explica la razón del cambio de mentalidad desde la religiosa idea de redención a la del progreso “en situación”, que no es otra cosa que la búsqueda afanosa por algo de alegría momentánea e incluso de pasajera felicidad inmediata. Eso otro de “avanzar conservando” y no rompiendo de manera absoluta con el pasado da explicación a una renovación permanente, pero que puede acudir al vintage como lo hace la moda por exigencia propia.

Es por ello que  la moda también acude a sus propias tradiciones estéticas para seguir adelante, sin parar jamás. Tal chapa de emblema y expresión de  superficie en el devenir moderno, de ninguna manera excluye en su dimensión más fuerte y conceptual al hecho de que ese “ir hacia adelante”, incluye la mezcla del refinamiento estético -incluso en sus manifestaciones desafiantes- con el diseño, la industria y el mercado. Ello en tanto anticipación centenaria de lo que después hizo la Bauhaus alemana, en el primer tramo del siglo XX. Es lo imaginado como contenido de un “sistema moda” que se aspira a imponer como voz pública a la talla e incidencia de su despliegue, en tanto entidad con inserción social que genera fuentes de trabajo y pone en alto el nombre de un país y una cultura en su dimensión creativa, al tiempo que permite entender el porqué de las referidas y abiertas puestas en escena. Un esfuerzo que no solo es comercial sino que también desafía con valor la idea temeraria de que es posible mantener enclaustrada a una industria cultural como lo es la moda, aunque se mantenga cierto asco en admitirlo.

 Industria cultural y al tiempo una gran industria a  secas,  enclaustrada en vasallaje de pandemia.  Al margen de lo que ocurre en Europa con las pasarelas de nuevo abiertas, lo cierto es que la espera y el obligado confinamiento impactaron en encuentros similares de la región, los que debieron ser suspendidos. Así sucedió con dos emblemáticos que tienen por escenario a Colombia. Quedaron confinados Colombiamoda de Medellín y el Bogota Fashion Week, de la capital cafetera. El primero no interrumpe su secuencia madurada en más de tres décadas y lanza  su nueva edición inminente -28 de julio- sobre las plataformas tecnológicas -ahora herramientas básicas- que hasta inicios del año eran solo complementarias. Al tiempo que el encuentro similar que respalda la Cámara de Bogotá en la capital del país cafetero, anuncia algo similar para su fashion week. Esta última con menor recorrido en años y ediciones que el que se desarrolla en Medellín (areprensa).