JORDI SIERRA, ESCRITOR COMPULSIVO
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Es demasiado conocido en el mundo de las letras como para pasar inadvertido, pero no todo el mundo lo conoce, o al menos no lo conoce tan bien como los 10 millones de lectores en varias lenguas, además del español, que se han hecho de sus libros y lo han seguido por lo que escribe. Es un hombre maduro, cultor y experto musical del género rock, algo que empata con su estatura generacional, aunque sus generadores están sobre todo en el otro extremo en eso de las edades. En el 2004 creó una fundación que lleva su nombre, la que tiene como propósito estimular la creación literaria entre los jóvenes, quienes son el público en el que tiene más adeptos. Esa entidad tiene una filial con los mismos fines en Medellín. Ha ganado a lo largo de su vida demasiados premios por el arte que desarrolla desde los ocho años, y no piensa en dejar de hacerlo porque su oficio es más que eso: es una manía. Eso de los premios amarra su vida a una fatalidad y cada uno de los que ha conseguido son un homenaje a su padre, quien murió unos días antes de que accediera al primero. Es español, muy catalán, y por eso se hace llamar Jordi en lugar de Jorge y le agrega a su primer apellido la “i” latina con el segundo apellido que es el de la madre. Ahí está el Jordi Sierra I Fabra, conocido de todos quienes lo leen y saben algo de su historia como escritor por vocación irrenunciable y lector frenético. Un hacedor de palabras e historias que no escribe para niños pero que tiene en ese segmento la mejor parte de sus seguidores. Habló con Ares en un torrente de evocaciones y precisiones, sobre sí mismo y sobre la literatura.


Entrevista:  Martha Liliana ROMERO


Apareció con su primer libro en 1972, pero alcanzó notoriedad un tiempo después con la metáfora de un tema de The Beatles: “Strawberry fields forever”, una canción que marcó una época y que muchos supusieron fue una alabanza al LSD, que el conjunto de Liverpool consumía y era la droga de época. Aquel libro de Sierra I Fabra se llamó “Campo de fresas”, una alusión directa pero a la sabrosa fruta y a nada más. Aunque, quizá también, la alusión literaria tuvo que ver con su fanatismo y conocimiento sobre el rock clásico. Desde los inicios su literatura fue considerada para los de menor edad, hasta la juventud, ¿fue una decisión de arranque?

Nunca me he planteado quién va a leerme -precisa el autor catalán- yo soy escritor. La gente me pone la etiqueta juvenil porque en mis novelas sus protagonistas tienen entre 15 y 20 años. Cuando hago un libro infantil sí es para ellos. Porque si escribo: “una hormiga va de excursión”, no cabe duda que es una línea para un público especial. Nunca bajo el nivel del lenguaje, pero en España y luego en América Latina empezaron a leer mis libros en las escuelas, y así me descubrieron los jóvenes antes de que yo a ellos   No soy un autor infantil o juvenil, soy un escritor que trabaja con todo tipo de temas.

Ha recibido 36 galardones por su abundante producción. Ha sido traducido a unas 30 lenguas, además del español y el catalán, ambos maternos. Algunas de sus obras se han representado en televisión y en tablas. Un grueso palmarés para alguien que se inició desde la infancia temprana en el arte y oficio de escribir, a contrapelo de la autoridad paterna, y que los 12 años comenzó a elaborar su primera novela. ¿En cuál género se siente más a gusto?

 Me gusta escribir de todo, en cualquier género -puntualiza Sierra I Fabra- ciencia ficción, novela negra, poesía, ensayo, historia. Me agrada saltar de un tema a otro, para no aburrirme. Soy muy curioso cuando algo me seduce en esto de trabajar con la palabra. Mi vida es escribir sin detenerme, eso sí procuro ser honesto en lo que hago y si a la gente joven le gusta, fantástico. Es un público increíble.  

No tiene prurito alguno en señalar que le gusta ganar premios. Además de haber obtenido tantos, casi 40, fue también candidato en dos ocasiones al que se considera como el Nobel de la literatura infantil y juvenil. Se trata del Hans Christian Andersen y estuvo opcionado por primera vez y por España en 2005, repitiéndose la opción en 2009. ¿Cuál es el motivo de esa relación con los galardones?

Mi padre me prohibió escribir pues creía que me moriría de hambre si insistía -rememora el autor- y me puso una condición: si algún día ganaba un premio dejaría de oponerse. Dos semanas antes de alcanzar el primer galardón él falleció y por eso cada vez que alcanzo un reconocimiento de ese tipo lo considero un homenaje a mi progenitor.

Sierra I Fabra sabe que su vocación temprana no ha claudicado en intensidad y temple desde el inicio. Tiene claro que no es solo una vocación, es incluso una compulsión que está vinculada con otra afición igualmente intensa: la lectura. ¿Por qué escribir con ansiedad previa en esa dirección?

Si no escribo me muero -enfatiza el escritor- me hace falta esa relación diaria con el texto. Escribo casi sin darme cuenta. Es mi pasión y mi mundo. No hay más razón aparte. Lo mismo me sucede con la lectura. Leer me salvó la vida porque yo era un mal estudiante. No tengo estudios ni especializaciones que surjan de la academia. Creo que  leer y viajar es la base de todo. Lo es en mi caso. Leer es para mí más importante que estudiar.

La  compulsión por escribir en este autor -también por leer- no parece acompañada por ciertas angustias a las que se ven sometidos una buena parte de los escritores en el momento que afrontan el desafío de iniciar un tema o una obra. ¿Cómo responde usted al desafío diario de la página en blanco?

Nunca tuve crisis alguna al respecto -describe con calma Sierra I Fabra- ni he dejado algo a medio hacer. Por el contrario para mí ese desafío de la página en blanco tiene una carga erótica: es como la mujer que invita al amor. Es un mundo que llama a crear, un infinito a poblar de palabras e imágenes. Esa página vacía me  seduce, me atrae, me dice: “ven, tómame, lléname de letras”. Por eso, es un desafío que me encanta.

Un creador que lee con pasión, tanto como escribe, debe tener  un grupo de  autores predilectos, ¿quiénes son?

No los tengo -señala con desparpajo el escritor- siempre en esto fui disperso, desde niño. Leía lo que caía en la mano e incluso hoy cuando a diario leo el periódico, empiezo a imaginar temas diversos para convertirlos en letra. En los primeros tiempos alquilaba libros porque no podía comprarlos. En la adolescencia descubrí a Julio Verne,  a Emilio Salgari, luego a Dostoyevski, Chejov, Hemingway. Aún hoy leo lo que encuentro y no hago discriminaciones al respecto. Antes y ahora salto de un tema a otro.  

Pero, entonces, ¿tiene un método para abordar el tema sobre el cual escribirá?

Para mí es la “paradójica” -afirma el escritor- cada día me dispongo a captar lo que anda por ahí, desde el periódico en adelante, como ya dije, y luego me hago preguntas que me obligan a construir propuestas literarias. Capto y construyo ideas que luego se convierten en la energía para hacer. Funciona  como un papel atrapa moscas que en este caso atrapa ideas. Eso y el hablar con la gente es la materia prima para construir. No tengo problemas con el esfuerzo. Nunca me he quedado en blanco, supongo que debería vivir mil años para escribir todo lo que tengo adentro (aresprensa). 

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