ISRAEL VA MÁS QUE POR TODO |
ACTUALIDAD // LA TERCERA OREJA // Publicado el 30 de julio de 2020 // 21.30 horas, en Bogotá D.C.
El tema de la expansión de Israel sobre territorios que no le pertenecen ni jamás le pertenecieron, y que sumaría a otros espacios que arrebató en diferentes guerras desde finales de los años 40, abre expectativas de un agravamiento de confrontaciones en una región que no ha tenido paz desde la irrupción del estado judío en Palestina. Hecho que eclosionó luego de un previo y paulatino asentamiento de colonos de esa orientación cultural y religiosa, en la primera mitad del siglo XX. Israel busca un mayor arraigo territorial a expensas de sus vecinos, ahora más de los palestinos, y haciendo caso omiso no solo de los riesgos que eso conlleva para sí mismos sino también para la misma existencia de los pueblos árabes que lo rodean. Los palestinos son los que más sufrido la imposición de ese destino manifiesto de los israelíes, apoyados por la hegemonía occidental, en particular por los Estados Unidos y los europeos, sobre todo por Londres, desde el inicio de ese proceso a fines de lo que se acepta como la primera confrontación universal.
La intención de legitimar por la fuerza de la decisión política que los asentamientos ilegales sobre el espacio de lo que debería haber sido en sentido estricto territorio de los palestinos como patria prometida en promesa incumplida, se cierne en tanto amenaza de continuidad de un conflicto sin fin que quizá nunca pueda ser abortado -bajo las circunstancias impuestas- y como anuncio de confrontaciones posteriores de mayor fuste a las ya ocurridas. Medio Oriente es región de un equilibrio inestable desde la disolución del imperio turco, al final de la aludida primera guerra universal, y lo ha sido aún más desde la gestación primero y nacimiento controversial de la aún nueva e inesperada patria israelí. Los dos conflictos mundiales del siglo XX crearon el escenario suficiente para que se pudiese concretar aquella aspiración del estado que diese albergue a la comunidad judía errante.
Familias e individuos del culto de Jehová que estaban asentados en diversos lugares del mundo, en particular en Europa, el Asia cercana y el norte de África comenzaron a migrar a territorio palestino. Ese espacio fue administrado por Gran Bretaña, luego de la caída del imperio turco, parte de las derrotadas Potencias Centrales en la Primera Guerra Mundial. Lo hicieron a tierras que habían sido compradas por capitalistas con el fin preciso de iniciar los primeros asentamientos hebreos. Lo cierto es que desde la expulsión que ordenó el emperador romano Tito de ese mismo ámbito geográfico, el pueblo israelí había mantenido buena parte de sus tradiciones religiosas, así como de las culturales, y siempre había tenido presente el mensaje de un retorno a las tierras de donde habían sido extrañados con violencia. Eso aun cuando reducidos grupos de judíos se habían mantenido allí, en esos dos milenios, y en todo el Medio Oriente.
Dos grandes comunidades habían tenido protagonismo en una historia de casi dos mil años de extrañamiento de aquel suelo que fue “prometido”: los sefarditas de España y los ashkenazis de Europa oriental. Los primeros dieron entre otras figuras al filósofo holandés de ascendencia portuguesa Baruch Spinoza. Los otros dieron al mundo figuras como Albert Einstein o el músico Arthur Rubenstein, entre tantos. Las persecuciones fueron constantes después de la expulsión de Tito. Ocurrió así en Gran Bretaña (1290), en Francia (1306), en Portugal (1497), en Rusia (1886-91)y en España. Aquí, en el reino de Fernando e Isabel, fueron echados casi en coincidencia temporal con el llamado descubrimiento de América. Fueron estos judíos españoles en número considerable, aunque no todos, quienes marcharon al califato de Estambul y al imperio turco, que nació con la caída de Constantinopla, y fueron los que ayudaron a construir el músculo administrativo y económico del novel imperio.
Fue ese el mismo imperio vencido y disuelto por ingleses y franceses en la segunda década del siglo pasado. Los de Europa oriental se radicaron tanto en Rusia como en el resto de Europa hacia el oeste y más allá de Alemania. En lo étnico ya no eran el pueblo que había sido obligado a salir de Israel, pero mantuvieron como se señaló ritos, costumbres y la memoria oculta de la vieja lengua hebrea, además de otras adoptadas como el ladino y el yiddish. En definitiva, el que fundó Israel fue un pueblo europeo, pero con tradiciones hebreas. Después llegaron otros a lo que es hoy Israel, entre ellos los falashas etiopes. Los palestinos aunque protestaron en principio por esa masiva migración abrupta, no pudieron impedir tal acceso permitido por la autoridad britámica que ejercía un “protectorado” sobre el espacio desmembrado del imperio turco doblegado. Detrás de esa laxitud conflictiva estaba la vigencia del pacto Balfour-Rothschild (1917), que lo autorizaba con la promesa del nuevo estado judío.
Todo lo que sobrevino es historia muy cercana, incluido lo ocurrido en Europa con el llamado “problema judío” y la política de exterminio que ejerció el Reich antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Eso terminó de precipitar la decisión de los dirigentes judíos y de su comunidad mundial para terminar con el proyecto de construir aquella patria añorada, anunciada por Teodoro Herlz desde fines del siglo XIX. El gobierno de Benjamín Nethanyahu se mantiene al borde de ejecutar la decisión de incorporar el nuevo donde se asentaron de manera temeraria los colonos judíos, en la continuidad de la práctica que se inició hace ya más de un siglo. La señal positiva para seguir adelante con el propósito por parte de los aliados del gobierno de Jerusalén se mantiene, también, sobre el mismo arriesgado borde. De nada sirven las advertencias en contrario tanto de los prudentes del mundo, como de los enemigos consistentes del estado judío (aresprensa).