ESTO ES “LA MALDITA VANIDAD” |
PATRIMONIOS CULTURALES // CINE Y ARTES ESCÉNICAS // Publicado el 30 de abril de 2022 // 22.00 horas, en Bogotá D.C.
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Es cierto, la vanidad no es otra cosa diferente a un elemento fundamental de la condición humana, difícil de eludir y siempre presente, aunque se disimule en humildad impostada, como la de cualquier artista. Ese artista que debe representar tal faceta de la subjetividad en cualquier escenario donde se exponen las miserias humanas y también las virtudes. Pero en Colombia es algo más de aquello que nos acompaña de manera ineludible. En realidad lo que se lleva a cuestas como esencia del linaje humano queda reforzado con énfasis en eso de que la vanidad es maldita no solo por lo ineludible sino por el hecho de que también de manera insoslayable nos condena. Si aún este preámbulo no es suficiente, debe señalarse que es además el nombre de un grupo de teatro colombiano que se presentó en el reciente festival iberoamericano del género, el mismo que se sacó adelante en fecha reciente en la capital de ese país. Al respecto, la Agencia de prensa ARES dialogó con el director de “La Maldita vanidad”, Jorge Hugo Marín, sobre esto que nos distingue como seres humanos y sobre otros fenómenos propios de las artes escénicas.
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Entrevista: Martha Liliana ROMERO
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El grupo de teatro “La Maldita vanidad” nació hace algo más de una década y se ha consolidado con suficiencia como para haber sido parte de la representación colombiana que estuvo en el escenario del reciente festival iberoamericano del género. ¿Cuál es la exigencia autorreferida para alcanzar la madurez escénica imprescindible como para una presentación decorosa en un encuentro internacional como el reciente de Bogotá?
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Buscamos un desarrollo del talento intrínseco de los artistas que participan en nuestro elenco -expresa Jorge Hugo Marín- tratando de alcanzar los mayores estándares de calidad artística, la suficiente como para que nos permita alcanzar un modelo cultural que nos identifique.
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El iberoamericano de teatro de Bogotá se cerró hace dos semanas al concluir la primera quincena del mes que termina. Cumplió su versión 17 y es parte de la historia teatral local de la última década del siglo pasado y este tramo largo de inicio de la nueva centuria. ¿Cuál ha sido el impacto en las artes escénica del festival en estas tres décadas de desarrollo?
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Ha impactado a todo el gremio artístico en lo teatral, académico, en lo artístico en general e incluso a nivel social -precisa el director teatral- pues abarca toda una ciudad gigante como lo es Bogotá. Han llegado representaciones de los cinco continentes y eso es en sí mismo una escuela del buen teatro, para nosotros y para los espectadores. En este espacio del festival nos hemos formado los actores locales no solo viendo lo que se hace en el mundo sino también en los distintos espacios académicos que se abren durante el desarrollo del festival.
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Pero, ¿por qué un nombre que retumba, como ese de la “maldita vanidad”, para un conjunto teatral?
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Debo decir que, en principio, es un nombre de mucha recordación y que despierta curiosidad -describe el artista- pero también es hacer una referencia al ego del artista y a lo dañino que a veces resulta esto cuando interrumpe e incluso frustra la expansión del creador. Eso de la vanidad suele disolver los sueños del artista. Por tanto, el nombre es una suerte de crítica constructiva para que la vanidad no se desborde tanto como para neutralizar la creatividad y el esfuerzo, el propio y el de los otros.
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El esfuerzo por iniciar y consolidar un festival mundial teatro en Bogotá fue una labor de muchas manos y cabezas, que tuvo al frente a la fallecida directora Fanny Mickey. Jorge Hugo Marín fue parte de ese colectivo. ¿Cuál fue el papel que le cupo en la tarea?
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Participé de tres ediciones del Festival antes de que se fundara “La Maldita vanidad” -rememora Marín- y mi labor estuvo dirigida a formar y educar audiencias en públicos infantiles y juveniles. Nos encontrábamos en lo que llamábamos “ciudad teatro”, al interior del recinto ferial de la capital y trabajábamos con ese público. Fue una labor educativa y alcanzábamos una experiencia creativa con más de diez mil chicos de escuelas y colegios de Bogotá. De tal manera que con ese horizonte el festival se convirtió en una gran vitrina para la formación de públicos. También fue un laboratorio para gestores culturales, programadores y animadores profesionales en este oficio que llegaron de muchos países. Luego, cuando formamos nuestra compañía tuvimos gran acogida por lo que se había sembrado y fuimos invitados más de 50 festivales alrededor del mundo.
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En el desarrollo de la última edición del Festival, el grupo que dirige Marín como parte de la Compañía teatral, se presentó con la obra “El Palmeral”, una historia que se desarrolla en el territorio musulmán que ocupaba el norte de África y casi toda la España actual, a principios del segundo milenio, y que se conoció como Al-Ándalus. La trama relata el tiempo final de unos prisioneros que serán decapitados. El texto es del dramaturgo catalán Albert Tola y construye un hilo de conflictos y aceptación o rechazo social que tiene actualidad más allá del tiempo. ¿Cuántos actores participaron en la obra?
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En diálogos y presencia sobre el escenario son siete, pero en movimiento solo tres de ellos - describe el director teatral- se trata de una obra dramática muy bien elaborada, con puesta en escena muy sencilla y de buen efecto. Es hermosa y poética, con una crítica relevante a la noción de pecado.
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¿Cómo se prepara una obra de teatro?
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La investigación es el inicio a partir de un tema y de un texto -expresa Marín con maestría- luego sigue un proceso de planeación y enfoque estético para trasladarlo a escena. Una dinámica que incluye aspectos logísticos, de utilería, escenografía, música, la potencialidad de los artistas que subirán a la escena y se traza el ritmo que debe tener una presentación. Luego se inicia el trabajo de laboratorio con los artistas para darle forma a la obra. Aunque el director tenga una idea inicial del conjunto, esta se somete a la crítica y la evolución que incluye la posibilidad de variaciones en el texto que se tenía en un comienzo.
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Todas estas manifestaciones culturales masivas y, entre ellas, la coincidencia de grupos de teatrales de todo el mundo en la metrópoli capitalina, coincide con olas de conflictividad que son propias de la historia del país, martirizado a lo largo de su historia reciente por una violencia que pareciera sin fin. ¿Qué le aportan estos encuentros a una sociedad con grandes desencuentros?
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Es insoslayable para Colombia el tener no solamente artistas sino un público que asimile el arte en sus distintas manifestaciones -afirma el artista, que al tiempo es director y gestor- el arte es un espejo, una crítica y un fractal de los problemas del país. El arte aporta a que se sanen las heridas y eso ha quedado demostrado en países que han tenido una historia de grandes conflictos y sufrimientos. Nuestro país aún tiene grandes deudas pendientes consigo mismo y el texto cultural permite no solo mirar el pasado sino aprender y trazar mejores caminos hacia el futuro (aresprensa).
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