“ESPACIO VIOLENTA” HACE SU APUESTA |
Lo primero que aclara el responsable de este emprendimiento, como una propuesta alterna en el lenguaje del arte, es que ellos no son un galería o al menos no en el sentido clásico del término. Ellos son eso que los define por su nombre: un “espacio”. Llegaron desde Guayaquil a la última celebración presencial de Artbo, el año pasado, para decir que el arte no es solo valor de cambio, coleccionismo y decoración eventual, sino que existen otros mundos en el camino de la expresión estética. Tampoco eso es una novedad porque todo o una buena parte en las artes tiene vocación de disrupción y es extensa la posibilidad creativa propia de tal actividad. Así lo manifestó David Orbea Piedra durante su paso por Bogotá, con ocasión de aquel encuentro internacional de las artes visuales, cuando la pandemia no había puesto al revés las cosas y parecía que estas andaban por carriles normales Fueron aquellos momentos en que ni siquiera la seguidilla de protestas callejeras de esos días parecía hacer posible el cambiar las cosas de manera radical, como en efecto lo han sido pero no por el tumulto sino por ese enemigo invisible y silencioso que ha sido el virus depredador de salud, vidas y labores.
Entrevista: Martha Liliana ROMERO
Este espacio, según sus promotores, fue abierto para las manifestaciones propias del decir con el acto creativo y para la intención de que lo creado sea considerado arte. Se abrió en Ecuador en tiempos de crisis. Ocurre que los tiempos difíciles suelen ser fecundos para quien aspira a decir cosas con el verbo artístico en cualquiera de sus vertientes. Así lo plantea el director de este “espacio” ecuatoriano.
Lo nuestro tiene una intención abierta que no es el exclusivo interés por la comercialización -precisa Orbea- es por eso que no se nos puede considerar una galería, sino que la propuesta es el estímulo a la generación de talleres, conversatorios, el desarrollo de proyectos con la comunidad y el complemento, sí, de la eventualidad comercial, que es lo propio de las galerías.
Otra característica que identifica a estos promotores de inquietudes estéticas, es su sesgo hacia quienes son estudiantes. Aunque, entre líneas, lo que señala el entrevistado de aquello que define al vocablo “estudiante”, en este caso, podría precisarse como “jóvenes inquietos”. Este frente de promoción creado en el puerto de Guayaquil un día de julio, hace 3 años, tuvo como avanzada además de Orbea, a Juan Carlos Vargas, Leonardo Moyano y Tayron Luna. Uno de los intereses transversales del grupo desde el inicio fue el de participar en la cotidianidad de la comunidad que rodea el punto físico donde se encuentra el Espacio, para transferir al lenguaje artístico las inquietudes y el hacer de las gentes. ¿Cómo se produce ese proceso, cómo se articula lo cotidiano con el decir estético?
Se hace investigación sobre los usos y costumbres con base en la investigación, que es lo que nos dejó el paso por la academia -detalla el entrevistado- y en ese proceso buscamos patrones y expresiones que son propios de la cultura, y que contienen elementos relacionables con la historia del arte y de la pintura formal.
Es un desafío para nada nuevo, si el enfoque se aceptase como irreverencia hacia quienes ven a la pieza creada por el artista como algo que no necesariamente tenga que ver con el mercado, en una feria como la de Bogotá, cuya transversalidad es afirmar y crear una tradición de la obra como mercancía no solo transable sino además en situación y circulación, de acuerdo con las reglas del mercado específico . Está claro que en este caso la excepción confirma la regla. Alguna vez el legendario guerrillero de los cubanos fue objeto de un lente fotográfico y esa imagen se convirtió en una mercancía por la vía de los pósters que los jóvenes aún ponen en sus cuartos, desde hace varias décadas, y en las camisetas de muchos vacacionistas, e incluso de artistas. Eso es el arte, y los usos que construyen mitos y memoria en contra de la dinámica comercial suelen también ser absorbidos por el mercado, si son rentables para este. ¿Cambia la violencia, se sublima, cuando se convierte en arte?
Quisimos desde el inicio que nuestra propuesta tuviese una connotación agresiva -puntualiza el artista y gestor- pero en el sentido de irrumpir para confrontar con todo lo que estaba pasando en nuestro entorno. Nos pareció importante el sacudir una atmósfera que nos parecía apaciguada. Entendimos que la propuesta que se hizo sí sacudía y considero que las obras que expusimos tienen esa connotación, que es consigna y nombre del espacio creado en Guayaquil.
En tiempos de crisis la alteridad de respuestas y propuestas adquiere la posibilidad de la frescura y el desenfado, como para que el sentido impugnador del vocablo “violencia” tenga otras connotaciones menos duras y quizá puedan ser sublimadas por el arte como una manera de redención. Pero debe insistirse: el invocar el sacudón a la modorra social y estética, ¿cómo se compagina con la alusión a la violencia?
En primer término y haciendo alusión de nuevo a que no somos una galería de la forma como se entiende a un sitio de exhibición y negociación del trabajo de artistas -aclara Orbea- debe precisarse que nos interesa horizontalizar la relación que por tradición es vertical entre quien gestiona y hace conocer al artista y este como creador. Eso por sí mismo se me ocurre que es una impronta que erosiona lo que siempre se hizo en nuestro ámbito cultural. Cuando aparecimos en Ecuador funcionaban de manera inadecuada tanto las instituciones públicas como las privadas, en términos extensos, pero focalizamos en lo que hace al arte. Muchas galerías cerraron en aquel momento y se redujeron las posibilidades de expresión. Entonces nos propusimos abrir este espacio, que por un lado rompía la apatía y el desinterés, al tiempo que se buscó establecer una relación afable con quienes tienen algo para decir con este lenguaje (aresprensa).