DESDE TEHERÁN A BOGOTÁ II
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DESDE TEHERÁN A BOGOTÁ II


Quedó de presente en la columna anterior que la mayor presencia de Irán en la región no solo se sustenta en la proyección de su autoritarismo religioso interno, que lo hace autorreferente de unas banderas que se encontrarían inmersas en un conflicto universal, entre otros factores de no menor peso. Por lo tanto, se validan por sí mismas y se conciben como autorizadas para operar por encima de cualquier frontera o diferencia cultural, como lo es en el caso de la América Latina. También aparece como evidente en esa dinámica que el subcontinente es un espacio propicio para el propósito anterior no solo por la debilidad estructural de las sociedades y estados que se encuentran  en este ámbito geográfico sino, además, porque la cercanía de los Estados Unidos ubican a la zona como un trampolín para llegar desde el sur al territorio del Gran Satán. Así definió en vida a la superpotencia el fundador de la república islámica, el ayatollah Ruhollah Jomeini. A ese cuadro le faltan aún unos protagonistas: los gobiernos autoritarios de izquierda que llegaron al continente bajo las consignas del llamado Foro de São Paulo, a partir de lo años 90. En esa oleada se encaramaron para tratar de perpetuarse regímenes como el del chavismo venezolano, luego Evo Morales en Bolivia; los Kirchner en la Argentina y otros de menor peso y a veces mayor virulencia, como el de Rafael Correa, en Ecuador. Sus  predecesores con idénticas intenciones fueron la Cuba de los Castro y los sandinistas en Nicaragua.


Escribe: Rafael GÓMEZ MARTÍNEZ


Estos últimos aceitaron la posibilidad de que los iraníes pudiesen comenzar a andar con mayor comodidad en el vecindario y propiciaron mediante acuerdos de diverso tipo un fortalecimiento de relaciones de largo plazo. Aquello del frigorífico en el Caquetá fue una pequeña muestra de lo que los persas estaban dispuestos a empeñar para consolidarse en un zona no era de guerra en caliente pero que podía sostenerla como una retaguardia válida, la que incluía una posibilidad de activación económica y de recursos necesarios para la confrontación en caliente en otros ámbitos del planeta. En eso jugaban y juegan las economías ilícitas, los permisos “halal”, los metales raros y, en particular, los materiales de base y los recursos humanos necesarios para el desarrollo nuclear. En el 2012, el presidente iraní y representante del ala dura de los chiíes  persas, Mahmud Ahmadineyad, asistió a la Cumbre de Desarrollo Sostenible en Río de Janeiro. Estaban allí presentes la entidad de los países que después de la posguerra mundial se llamó Grupo de los No Alineados.

Se trató en el cónclave de  fijar políticas que en general aparecían pugnaces con la visión capitalista y de democracia liberal, porque fueron esas las líneas maestras de la entidad mencionada que tuvo su vigencia en la segunda mitad del siglo pasado. Esas políticas eran defendidas ante organismos multilaterales, tales como la ONU y UNESCO, entre otras. Claro está, son entidades en general financiadas con recursos generosos del tesoro norteamericano. En esa ola expansiva estuvo prevista además la llegada a Bogotá de una delegación que, de manera silenciosa, desplazaría a los residentes y nativos musulmanes en la expedición de los famosos certificados “halal”, sin los cuales no es posible la exportación de determinados  alimentos a los países cuyos pueblos siguen los mandatos de El Profeta. Obsérvese que la embajada iraní en Bogotá había desistido en el año 2000 del aludido frigorífico en El Caguán. Intentaban de nuevo aunque de otras maneras volver a las andadas 16 años después. Demostraban, como país de antiquísimas tradiciones, que tenían la paciencia suficiente como para esperar un nuevo momento y oportunidad, sin renunciar a los propósitos estratégicos originales.

Así se comporta un país serio, e Irán en esto lo es, cuando los mayores riesgos de una confrontación global como la que ellos sostienen los corre el otro, que en general es visto por el que se siente fuerte como un tonto, un débil. En definitiva, una alteridad utilizable y también desechable. La autorización al ingreso de los iraníes, en número de 6, había sido otorgada por la canciller María Ángela Holguín, durante la presidencia de Juan Manuel Santos. Antes de la llegada de la célula, ya se sabía que sus integrantes eran miembros de la llamada Guardia Revolucionaria. Es esta la organización armada paramilitar que opera en el exterior de Irán a través de grupos radicales como  el libanés Hezbollah, por ejemplo. Establecida la alerta, por la vía de una columna que publicó esta Agencia de prensa, la cancillería colombiana reculó de las intenciones iniciales y redujo a tres -la mitad- los permisos de residencia iniciales, para los militantes iraníes. En vista de ello y al quedar al descubierto la fina maniobra, el gobierno del Medio Oriente desistió del intento. Pero esperarán el tiempo que sea necesario y  “volverán a intentarlo”, le señaló a Ares una fuente bien informada.  

Pero esa cabeza de playa tenía un adelantado y comisario político de envergadura, con toda la prosapia para llevar adelante el cometido sin despertar una leve sospecha, porque todo se enmascara en las llamadas “avanzadas culturales”. Se trataba del religioso Mohsen M. Zadehdel, quien como yerno de Mohsen Rabbani, visitaba la región con frecuencia, incluida Colombia, antes de la llegada frustrada del pelotón de operaciones a la capital cafetera. Rabbani no es un pintado en la pared en los escenarios latinoamericanos: está señalado, nada menos, como uno de los responsables de los atentados con bomba en Buenos Aires contra las sedes de la embajada de Israel, en 1992, y la mutual social judía Amia, en 1994. Hechos de guerra que dejaron un saldo de víctimas fatales, civiles, superior al centenar y un agregado de unos 600 heridos. Una semana después del ataque con bombas en la capital argentina, estaba previsto que Rabbani desembarcara en la capital cafetera como nuevo agregado cultural. El mismo cargo que tenía en la urbe austral, lo cual era en realidad tan curioso como cierto de que era una cobertura operativa.  

Rabbani tiene hoy circular roja de Interpol y, en teoría no puede salir de su país, pero no le ha ido mal. Ha sido hasta hace poco tiempo comisario político mayor de la Guardia y es un religioso de respeto en su comunidad de origen. Nada mejor que un yerno para que siga un trabajo en América Latina, el mismo que él debió interrumpir de manera abrupta, después de lo ocurrido en Buenos Aires. Vale precisar que eso de las milicias bien organizadas, armadas y fanatizadas, que forman un paralelo de la fuerza militar regular, no son un invento nuevo. Ya lo hizo con éxito la Alemania nacional socialista con las famosas Waffen SS -SchutzStaffel- de temible actuación durante la Segunda Guerra Mundial, y pretende hacerlo en trágica caricatura Nicolás Maduro, con grupos que heredó de Hugo Chávez: son los tristemente célebres “colectivos”, en tanto grupos armados de choque y represión. En este último caso integrados incluso por delincuentes comunes. Evo Morales, desde el exilio también convocó hace poco a la formación de estas milicias. Después, todos estos tipos retardatarios llaman “fascistas” a los otros, suponiendo que los demás carecen de memoria e ignoran el origen de lo protervo (aresprensa).