CRUJE EL TURISMO
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CRUJE EL TURISMO

Hace menos de un mes esta Agencia alertó en una columna que el sector turístico aparecía despreocupado ante la sombra amenazante que crecía con aquello que la OMS, por entonces, no se atrevía a declarar como pandemia. En ese marco se celebró en Bogotá la Vitrina Turística y llegaron a la capital cafetera innumerables delegaciones, incluidas las de los países que ya daban señales fuertes de anidar al Covid-19, con sus consecuencias. Italia y España, también con algo de despreocupación al igual que Gran Bretaña, parecían no tomar en cuenta que las cifras crecían y cuando adoptaron decisiones verticales los servicios de asistencia ya estaban al borde del colapso, para luego colapsar. El cuadro está a la vista. El caso de los británicos fue diferente, no se despreocuparon sino que fue parte de una política: las restricciones y cuarentena impactarían la economía y los llevó a elegir la racionalidad cruel: “los que debían morir, morirían”. La ecuación es sencilla, el segmento de edad más vulnerable hasta ese momento, los adultos mayores, en general no estaban en el campo de la producción y por lo tanto no afectaban al conjunto salvo en lo emocional. Por el contrario, la desaparición de una parte de ese sector etáreo aliviaría los gastos que arrastran. Cruel y cínico, pero es una lógica propia de las guerras, que los británicos tanto han experimentado. Tal como lo señaló en igual sentido al otro lado del océano, el vicegobernador de Texas, Dan Patrick: el que los ancianos fallecieran podría ser un bien para los que quedan.

El golpe a la evolución  del turismo debido a la pandemia será mortal, o poco menos. Lo es para demasiadas empresas del sector y para quienes las proveen: las pequeñas economías domésticas que son parte de su entorno. La agonía en el segmento es patente aunque no se vean respiradores. Esa miríada de mipymes, forman parte de una cadena de valor y de subsistencia que no puede prescindir de la buena marcha de las estructuras mayores, porque sus posibilidades de mantenerse está ligada al ir y venir de la cotidianidad de cada jornada. Pero no es ese el único rubro el afectado, dentro de lo que en buena parte de los países de América Latina conforma en sí misma una economía emergente hasta hace pocas semanas rebosante de optimismo, por las cifras que se mostraron en los últimos ejercicios y en la proyección hacia el futuro inmediato y el de largo plazo.      

Para citar un caso inmediato, el turismo en Colombia había generado en el último lustro casi dos millones de empleos directos, debido al crecimiento de la industria hotelera, la logística y el transporte afín, así como la actividad de las agencias de viajes y servicios relacionados. El valor que se aportó desde este renglón económico había subido un 31 por ciento en el mismo lapso. Tan solo en 2018 el aumento de los flujos turísticos para el país andino fue del 10 por ciento. Los cálculos al respecto hechas en la víspera, para decirlo en metáfora porque se hicieron en diciembre pasado, señalaban que para este año el aforo de los visitantes hacia Colombia podría haber llegado a los 5 millones, en curva ponderada. Eso si todo el modelo seguía como marcaba la tendencia insoslayable, pues la curva sostenida había arrancado de manera positiva desde hace 8 años.

A la vista del panorama y en un chasquido de dedos todo lo previsto por el andamiaje estadístico se derrumbó, como lo puntualizó en letra una conocida balada. Y ahora, para continuar el poema musicalizado, todo sabe a hiel. Porque es la industria del turismo una de las  áreas más afectadas de la economía para la sociedad cafetera, así como lo es el renglón de las exportaciones de flores y como lo son y serán otros tantos, inmumerables ámbitos de la producción. Eso incluye al sector petrolero, aunque por otras razones diferentes al de la pandemia, pero que se suman a la debacle económica que no solo ensombrece a la hacienda colombiana sino a la de la región y del mundo. Ocurre que el sector del turismo es emblemático y de signo simbólico fuerte, en tanto es una base de lo que se mueve en los imaginarios colectivos: el de la felicidad como promesa del proyecto moderno.

Otro botón de muestra del optimismo ahora en el subsuelo sobre registros mundiales, es lo que señalaba la Organización orbital del turismo, hace pocas semanas. Unos mil quinientos millones de turistas se movieron por el el mundo en 2019. Aunque menos robusto que en  años anteriores el ejercicio pasado del sector subió un 4 por ciento, no obstante que en los periodos anteriores inmediatos se había alzado con un porcentaje de entre el 6 y 7, por encima de los datos consolidados. El golpe anterior sobre la suba tuvo su origen en las alternativas que produjo el Brexit y las protestas de Hong Kong, preliminares del brote de peste en Wuhan.  Nada comparado con la catarata negativa que llegó en el inicio de este 2020. Aun cuando se anunció antes de la pandemia que el crecimiento para el periodo seguiría discreto y no superior al 5 por ciento en el periodo que marcha. Ahora el solo hecho del cierre de fronteras marca una realidad contundente.    

Tan contundente como incontrovertible. Algo que también se marca con la clausura de los aeropuertos y los cruceros que no pueden acercarse a los puertos, con el moño de la cuarentena obligatoria. No es solo la imposición de los gobiernos, también lo es el miedo a circular por las calles o asistir a sitios públicos donde se concentra la gente. Allí donde también van los turistas que buscan o buscaban los atractivos de las ciudades y reservaban locación en hoteles, y en paraderos para consumir. La ya nombrada Organización mundial del turismo informó que la pérdida de puestos de trabajo directo en el segmento podría llegar en los meses que avanzan a 75 millones. Eso a un ritmo de un millón de cesantías obligadas por día. Solo en Europa la pérdida de 10 millones de empleos en el sector significaría una caída en salarios de alrededor de 600 mil millones de dólares con poca de esperanza de recuperación rápida, después de la brusca e impactante caída (aresprensa).              

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