CHAPUCERÍAS COLOMBO-VENEZOLANAS |
Son torpes tanto el gobierno alterno como el remachado en Miraflores, pero la sumatoria de torpezas es una de las claves para sumar puntos negativos o de los otros, en la puja de todo tipo entre ambos presuntos gobiernos. La supuesta administración de Juan Guaidó acumula torpezas en adición patética y casi todos los movimientos que fueron terminaron mal y muy mal. El voluntarismo y la improvisación golpista a secas, para cortar la permanencia de la dictadura sangrienta y miserabilista, fue uno de los indicadores de chapucería transparente, sin redención y posibilidad de desmentirla. Es transparente porque su vocación hacia el dislate y la tontería de remate es imposible de ocultar. Su naturaleza es traslúcida y la vista de todos. No tiene necesidad de agregados: son transparentes porque es innegable la estupidez de sus hechos repetidos. Son transparentes porque la chapucería se advierte en todo su tramado. La reciente ocurrida a inicios del mes debe suponerse que es ya un modelo y por proyección parecería ser que no será la última. Fue una frustrada incursión con unas lanchas esmirriadas y la pretensión frustrada de desembarco en las cercanías de Macuto, a menos de 10 minutos de La Guaira por el camino costanero cercano a Caracas y el aeropuerto de Maiquetía. Allí se supone que pretendían llegar los tristes impugnadores armados, una suerte de rediviva “Armata Brancaleone”.
Si esta última intentona no hubiese estado cargada de mayor tragedia la patética movida de oposición a los bolivarianos hubiese provocado risa, porque la chapucería repetida solo puede recibir desdén y merecida sorna. Hay algo más grave aun: la corrupción que parece -de nuevo- envolver a los chapuceros en pretensión de democráticos, con los recursos que se le han retaceado a Maduro y a su camarilla. Los fondos petroleros embargados y la ayuda internacional pareciera esfumarse en lo bolsillos del remedo de libertadores que hasta ayer el mundo creía que estaban dispuestos a sacrificarse por el restablecimiento de un país en plan de ser serio. Ya se habían visto puntas del drama para las esperanzas de los que con entereza suponen que será posible poner fin a la delincuencia que en nombre del socialismo se enseñorea en Venezuela.
El estigma de estado fallido y forajido para Venezuela se reafirma en cada movimiento de esos demócratas de opereta que ahora parecieran estar impulsando la hecatombe, en lugar de tratar de disolverla y que también parecen sentirse más cómodos con el exilio dorado de dólares y euros que llegan a sus cajas menores, como ayuda internacional. Esto último que acaba de estallar, aunque ya se sospechaba, no sería otra cosa que la continuidad de la vieja y profunda corrupción que le abrió las puertas al chavismo emergente y ahora, si no consolidado en definitiva, sí en trance de afirmarse en coyuntura táctica por las tonterías sumadas, como esta de hace pocos días en la presunta ”invasión”. La vocería de Miraflores así señala al precario intento de incursión embarcado en apenas tres lanchas rápidas y, aunque no fuese para tanto, se le dieron a Miraflores argumentos para victimizarse, como es normal para los que levantan la bandería original chavista o entre los aliados ideológicos de los bolivarianos en el ámbito internacional.
Las numerosas víctimas fatales que dejó el intento despalomado desde sus inicios -porque estuvo previamente infiltrado por la inteligencia del régimen o porque era insustantivo desde el origen- muestran y reiteran, por un lado, que no es posible jugar con los de Caracas a la guerra o “ensayar” al golpe sin sustento real. Pero pareciera ser inútil encargarles planes serios a una dirigencia antichavista cómoda en su exilio. Pareciera además que para ellos no es importante el sacrificio inútil de un puñado de hombres y menos las consecuencias que sobrevienen: una afirmación de circunstancia para la dictadura, la justificada propaganda derivada que les favorece, incluso si fuese pasiva, y la profundización de las condiciones subhumanas de la población inyectada de desesperanza aprendida. Esa que cada vez más se prolonga al infinito. Los desarticulados desafiantes armados dejaron entre las aguas y la playa casi una decena de muertos y varios prisioneros.
Casi tantos como sus bajas, entre ellos dos norteamericanos contratados, lo cual para colmo le permitió a los defensores hablar de “mercenarios”, como efecto lo son los contratistas gringos. Otro de los colmos: dejaron más comprometido al gobierno de Bogotá con este tipo de intentonas, que arrancaron hace poco más de un año cuando Juan Gaidó aún parecía confiable. Eso, junto con la también frustrada intención de introducir ayuda humanitaria por Cúcuta, hecho que estuvo marcando desde el inicio por los desafortunados desatinos de la oposición para debilitar a Maduro y a sus mesiánicos. Todo ha fortalecido al mandamás aparente de Miraflores aunque sea esa una fortaleza de papel y de desprecio por todo lo que no pase por el eje de su concepción distópica y criminal. Ahora esta intentona fallida también puede señalarse como criminal para la fuerza propia de Juan Guaidó y para la oposición venezolana en general.
Un escupitajo de sangre hacia arriba por la minusvalía del contingente enviado a la estéril masacre, segura desde antes de producirse, vistos los resultados y su desmadejado proceso previo. Bastante de lo sucedido le cabe también a la dirigencia colombiana, ocupada en sus propias tribulaciones pero conocedora de lo que se preparaba y partícipe del trámite ficto que tuvo rasgos de temeridad y descontrol. Pero eso no lo único ni lo último, la inteligencia del país cafetero tiene su propia carga de tonta desmesura. Algo que también les sirvió a los bolivarianos para hacer befa de sus rivales de la frontera occidental. Se supone, según la vocería de los mesiánicos, que los anticuerpos de la inteligencia venezolana están dentro de sus rivales cervales y abiertos. Si se miran las dificultades que afrontan en la hora los uniformados colombianos, cualquiera diría que eso es cierto. Como corolario, si a lo anterior se suma lo ocurrido con tres lanchas de la Armada colombiana sobre el río Orinoco, nadie negaría que los irredimibles chambones no son solo los venezolanos (aresprensa).
EL EDITOR
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