ARGENTINA, LA DISOLUCIÓN DE UNA REPÚBLICA |
ACTUALIDAD // Publicado el 13 de marzo de 2021 // 16.23 horas, en Bogotá D.C.
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El escándalo por la violenta represión a la protesta social en la norteña provincia de Formosa, sumada a la sistemática violación de los derechos humanos en la jurisdicción argentina limítrofe con Paraguay, produjo repudio en la opinión de ese país. El rechazo crece con mayor vigor luego de que el gobierno nacional justificara en complicidad a veces y con silencio en otras ocasiones, el desbordamiento institucional y el abuso de autoridad del gobernador Gildo Insfrán. Un mandatario que es parte de la facción que está a cargo del crujiente timón argentino, desde que el kirchnerato regresó a lo que es de su hilacha, en diciembre de 2019. La crisis por la pandemia puso en descubierta internacional lo que ocurre en el coto formoseño cuyo gobernador controla a ese pueblo como un monarca feudal, desde hace más de tres décadas. No es la única provincia con tal dinámica retrógrada de tiempo, modo y lugar, como parte de lo que con ironía suele llamarse “el medioevo peronista”. En casi todas ellas se impone la capilla radicalizada, con el entrismo exitoso de los extremistas de izquierda trágica aunque caricaturesca, que encabeza la familia Kirchner. Son ellos quienes llevan adelante lo principal del desbarajuste institucional que degrada al sistema democrático. Algo que se pretende cubrir para el país en su conjunto con una suerte de tenebroso velo argumentativo. Eso es el “relato” de proteger a los desamparados y perpetrar en los hechos cualquier desmesura , provocación y atropello, en nombre de derechos reclamados que ellos, la élite poluta, viola a cada paso cuando tiene en mano la manija de los poderes institucionales.
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Escribe: Néstor DÍAZ VIDELA
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La degradación de lo público se profundiza y amplía, mientras el nerviosismo por el reloj de las elecciones de medio término, previstas para el tramo final de este año, lleva a la Casa Rosada a trazar caminos cada vez más escandalosos en lo que hace al quiebre institucional. Formosa es solo un botón de muestra de la inflexión republicana que propicia ese kirchnerismo que colonizó al peronismo tradicional con sus fanáticos facciosos. Salvo el periodo en que gobernó la coalición de Mauricio Macri -que concluyó en diciembre de 2019- fue el kirchnerismo como exabrupto de memoria extremista dentro del añejo peronismo, el que ha controlado al país en las últimas décadas y aumentó lo evidente de su decadencia. La Argentina ya tiene niveles de pobreza superiores al 50 por ciento de su población, que es un nivel ominoso de exclusión y pérdida de horizontes tanto individuales como colectivos, y el estigma sigue subiendo sin pausa a la vista. Insfrán es un modelo acabado de lo que no debería ser la política en modernidad como voluntad de las mayorías y como abuso supremo en el juego democrático, solo superado por los manejos de los Kirchner.
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Insfrán ha impuesto un verdadero e interminable estado de sitio en su provincia desde el inicio de la pandemia, sometiendo a sus habitantes no solo a un encierro permanente e indefinido, incluso de fronteras internas con el resto de la Argentina. Además, con la instalación de centros de detención arbitraria en diversos espacios de la capital provincial y con el cierre total e indefinido de la ciudad de Clorinda, en la orilla derecha del río Pilcomayo, que separa a la Argentina del Paraguay. Los prisioneros son los contagiados reales y sospechosos de contagio, encerrados sin la debida atención sanitaria y de control, y sin que se sepa ciencia cierta cuándo terminará la detención, porque no se cumplen los protocolos al respecto. Ello según las denuncias que han tenido repercusión internacional por lo anómalo a nivel de legitimidad y brutal en las formas de la situación, no solo sanitaria sino también política y de respeto a derechos fundamentales. Pero ocurre que el señor Insfrán es uno de los mimados del gobierno central de Buenos Aires y el mismo presidente Fernández lo ha ungido públicamente como un ejemplo a seguir en la Argentina.
De tal manera que es difícil que quienes deben poner un freno al extremismo que propicia y perpetra el gobernador tenga punto final a la vista. Esto no es nuevo en Formosa en lo que hace al despotismo y visión totalitaria de mundo y de gobierno, sino que la crisis sanitaria le dio la visibilidad que no había tenido por años. Gildo Insfrán ha sido denunciado con largueza ante diversas instancias del país argentino a lo largo del tiempo, pero todo ha sido inútil en la dinámica de la coyunda política con la que la capilla ahora gobernante mantiene su peso específico y donde el ejemplo acabado de manejo pérfido de una jurisdicción y de un país, tiene como mascarón proa a quienes ejercen una idea perversa de democracia e institucionalidad. Esto es: disolver a las instituciones y amparar el delito y la violación de los derechos, de los que con cinismo ellos se consideran abanderados en la defensa. Eso es lo que hoy campea en la nación austral. Pero no es solo Formosa la que ostenta esas estrellas negras, con la misma línea transversal de vulneración de las leyes, las garantías y derechos de los ciudadanos y de la constitución del país.
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Existen otros estados provinciales feudales, como lo son Santiago del Estero, Tucumán, y Santa Cruz, en enumeración corta porque son más. Vaya novedad, también dos de esas provincias están gobernadas por el kirchnerismo directo, como sucede en la patagónica jurisdicción donde los Kirchner iniciaron su carrera. En estas administraciones se cooptan los poderes judicial y legislativo y el ejercicio de gobierno se convierte en un unicato atravesado por la corrupción que distingue a la secta que hoy acaudilla Cristina Fernández, como negación del buen manejo democrático. La Argentina ha retrocedido de manera dramática en la calidad de su institucionalidad desde que concluyó la anormal vigencia de las administraciones militares, en 1983. Desde entonces, la mayor parte de ese lapso de casi 4 décadas, han gobernado en lo nacional y local gobiernos que evocan la memoria del peronismo. La erupción de la familia Kirchner durante el señalado periodo contribuyó a profundizar la desestabilización y la calidad de vida de los ciudadanos. La ayuda social a quienes están por debajo de la línea de pobreza y miseria trae al escenario argentino perfiles cercanos a los de Venezuela.
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Todo ello enmarcado en un relato salvífico anclado en la virtud del llamado “pobrismo”, evocativo en términos políticos de formas de cristianismo primitivo. Algo así, aunque con márgenes argumentativos confusos, en el sentido de que ser pobre es garantía de salvación y merecimiento de dádivas. En tiempos remotos salvación divina, ahora del Estado. Ellos suponen también en esa rara mezcla de cinismo e ingenuidad, que eso es revolucionario y defienden en paralelo la violencia sangrienta de las organizaciones armadas que criminalizaron la vida social y política argentina en la segunda mitad del siglo pasado. La represión quirúrgica y con profundos daños colaterales de las fuerzas armadas fue en aquella época la respuesta a los mesiánicos, cuyos sobrevivientes y herederos ahora controlan a una república que fue hace mucho un buen referente regional. La secta gobernante busca ahora la impunidad de sus delincuentes perseguidos por la justicia -con Cristina Fernández a la cabeza, como jefa de la “asociación ilícita”, según lo determinó la justicia- al tiempo que justifican la mega corrupción como legítima forma de la leninista combinación de las formas de lucha, en tanto “aporte de la patria”, para sostener una presunción revolucionaria que en sus procesos y evidencia es solo retroceso (aresprensa).
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VÍNCULO : ECUADOR: VUELVEN LOS SIN VERGÜENZA
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