ARGENTINA, LA BARBARIE CRECE
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ACTUALIDAD  //  DOXA  *  //  Publicado el 28 de diciembre de 2020  //  17.00 horas, en Bogotá D.C.

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No solo ha habido y continúa un pésimo manejo político y sanitario de la pandemia, que ubica a la Argentina entre los países que peor han manejado la emergencia. No exime del señalamiento negativo al gobierno de los Fernández el hecho de que esté en vísperas de iniciar la vacunación masiva de su población. El lunar agregado al respecto es que lo hará con la aún experimental vacuna rusa del centro Gamaleya de investigación, la voceada Sputnik V. Un remedio de emergencia contra el ataque del virus que no ha presentado de manera clara sino con muchos grises los necesarios procesos de prueba y documentación contrastable por la comunidad científica. Lo mismo ocurre con las movidas del gobierno de La Rosada con la manera como se hizo a esta vacuna y las derivas que vienen. El proceso que debería responder solo a estándares sanitarios y médicos ha quedado untado de ideología y oportunismo político. También hace pocos días el presidente Alberto Fernández lanzó el dislate de que en su gestión todos los habitantes del país durante el aislamiento, se habían podido llevar a la boca algún alimento. Realidad: un 44 por ciento de la población argentina está dentro de los límites de la pobreza y dos o tres de cada cuatro niños es pobre y sin expectativas posibles de futuro alentador. Eso significa, ni más ni menos, que no todos los argentinos se han podido alimentar de manera siquiera digna durante esta prolongada crisis, a despecho de la desfasada afirmación presidencial.

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Eso no es nuevo en la Argentina y si bien es cierto que este y gobiernos anteriores han ampliado al extremo imposible los planes de ayuda social, esa política no acaba la pobreza sino que la amplía y multiplica. Además, desde marzo pasado no se imparten clases en la Argentina, en ninguno de los niveles de educación, lo que generará un impacto de largo plazo con consecuencias inevitables de mayor pobreza en la cifra ya escandalosa de marginales sociales. La Argentina va en camino de convertirse en otra Venezuela, una suerte de “Argenzuela”, y los pasos que da cada vez con mayor autoritarismo la gestión de los Fernández no oculta que va en esa dirección. Por un lado, se pretende domesticar o neutralizar de manera vertical al poder judicial para garantizar la impunidad de Cristina Fernández, que carga sobre la espalda el lastre de nueve procesos en marcha por la megacorrupción, con escandaloso beneficio personal, que orientó durante su previa gestión presidencial de dos periodos. Por otro lado, se dan señales de pretender controlar los próximos comicios legislativos de media marcha administrativa que, todo anuncia, el actual gobierno podría perder.

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La faceta feudal de este grupo faccioso que volvió a asaltar el poder mediante innegable juego democrático, ha vuelto a sus acciones de vocación dictatorial pues siente que el pueblo argentino perdona primero y aprueba luego, dejando de lado todo el daño que esta camarilla hizo antaño y a lo que han vuelto con más fuerza: el atropello a la institucionalidad y el desprecio a los derechos de los demás. Los mismos derechos que dicen defender, y que es caballito de campaña y alegoría discursiva oficial de manera permanente e histórica. Siempre lo han hecho y siempre han procedido a lo contrario en la acción. Es por eso que empobrecieron el país que ya venía traumatizado cuando se recuperó la democracia en 1983. La Argentina está en la línea roja de un 50 por ciento de su población en estado de miseria y pobreza extrema. Esto tampoco es nuevo, viene sucediendo desde hace casi medio siglo pero ha crecido de manera irreversible, estructural, desde hace más de dos décadas. En democracia esto es inadmisible para una Argentina que hace 50 años tenía apenas un 3 por ciento de carenciados. El país austral es hoy un generador sin freno de pobres.

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Esto cambia todas las dinámicas internas del país, los pobres pasan a ser la principal clientela de la dirigencia que adviene al poder y es necesario en la perfidia del cálculo político que sigan existiendo para asegurar pujas electorales. Es una dialéctica perversa, pero eso es la Argentina que algunos creen sigue perteneciendo a la Modernidad. Se trata de una sociedad golpeada por un largo proceso de decadencia -así lo señalan los principales analistas y expertos de la propia Argentina- que no tiene horizontes de salida a la vista y que parte de sus círculos de poder se empeña en mantener y profundizar, porque les conviene. Es una conclusión delirante en su concepción pero para nada ilógica en su deformidad ideológica; es decir, en su barbarie. Quienes hoy ocupan la Casa Rosada son una representación acabada de esa malformación del pensamiento político y la distopía ideológica. Ahí están, elegidos por una mayoría incontrastable, pero para nada irreversible. Lo que ahora es oposición y fue hasta hace un año gobierno tuvo un favoritismo de más de un 40 por ciento en las últimas elecciones, en tanto que el kirchnerismo y el peronismo histórico, aliados, se impusieron de manera relativa por encima de esa cifra.

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Esos argentinos opositores, casi la mitad del país que hoy gobiernan los Fernández, son “el mal” para el actual presidente, lo que bien podría significar que el Alberto del dueto pugnaz solo gobierna para quienes lo eligieron y los otros merecerían condena, ninguneo o escarmiento. Esta última posibilidad sombría está presente o para nada lejana de los pasos que da la administración de la Rosada, casi desde sus primeros meses de gestión. Ese es un cuadro coherente dentro del marco de incoherencias y disparates verbales y de acción que el gobierno argentino ha mostrado en este primer año cumplido de gobierno. El manejo de la pandemia a despecho de los números incontrastables de le estadística hizo trastabillar aun más la credibilidad de la gestión entre los anuncios de los primeros meses y los resultados acumulados reales. En el tramo de comienzo de la expansión por el mundo del covid, el gobierno argentino aseguró que el golpe no alcanzaría a los australes. Cuando el virus llegó al país se aseguró que controlarían el ataque, cuando no pudieron hacerlo aseguraron que los argentinos estaban mejor que otros muchos países.

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En todos esos casos debieron tragarse sus palabras que eran propias de menores de edad en el sentido kantiano de la expresión, y típica de la tradicional pachotería y suficiencia sin sustento que en el resto de la región se les endilga a  a no pocos argentinos; así como a su tan conocida como gastada mitología sobre sí mismos. Que los exabruptos repetidos y secuenciales los diga un ciudadano cualquiera es una cosa pero que los lance al aire de manera constante y a voz en cuello el presidente de la república es algo bien diferente. Eso es lo que se emite hoy por hoy desde Buenos Aires. La minoría de edad fue definida por Kant, en síntesis, como la incapacidad de la mentalidad individual o colectiva para adaptarse a las lógicas que imponía la Modernidad germinal, pero afirmada ya para ese tiempo en que vivió el pensador de Könisberg. Fue una crítica a su propio pueblo que veía cómo se imponía el pacto social sin monarquías de los franceses y norteamericanos, y se consolidaba la Revolución Industrial de los ingleses. Eso fue para él y para los de su tiempo la civilización, el resto para ellos era minoría de edad o, barbarie, en el realismo crudo con que se recargó de sentido nuevo al término.

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La metáfora de Kant, propia del Iluminismo, acompañaba una pretensión de establecer un orden racional en el mundo y universalizar tal pretensión. En el largo plazo tal pretensión hizo aflorar las democracias propias de Occidente y su división de poderes, así como en el largo plazo a la estructura de los hoy reconocidos derechos humanos. La racionalidad de Kant agregaba un “imperativo categórico” a la ecuación de valores: pensar por sí mismo, pensar en y por el otro, y actuar en consecuencia. Ese es un núcleo del pensamiento democrático todavía vigoroso e irreemplazable pero que puede ser borrado por concepciones de manejo del Estado como las de las camarillas que ahora gobiernan tanto en Venezuela como en la Argentina.. El torcer y dar vuelva de campana a esos valores fundacionales son una evidencia de barbarie e infantilismo para nada revolucionario por parte de quienes los impulsan. Argentina de manera abierta o de soslayo apoya a la sangrienta dictadura de Caracas, que ya ha sido señalada por crímenes de lesa humanidad por la Corte Penal Internacional. En tanto, Cristina Fernández lleva adelante la ofensiva contra el poder judicial para asegurar su impunidad por los crímenes de lesa codicia contra el patrimonio del Estado, vale decir, de todos los argentinos . Es la barbarie que crece (aresprensa).

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EL EDITOR

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* La columna Doxa expone la posición editorial de la Agencia de prensa ARES

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